VOLUMEN: XII  NÚMERO: 32-33

 

 

RELACIÓN ENTRE TESTOSTERONA Y VIOLENCIA EN ADULTOS: EL ESTADO ACTUAL DE LA CUESTIÓN

 

Luis Moya-Albiol

Miguel Ángel Serrano Rosa

 

 

 

1.      La violencia y su histórica relación con la Testosterona

 

La violencia humana está presente en todos los contextos sociales donde el ser humano está inmerso (pareja, trabajo, colegios, grupos de amigos, etc.). Aunque la diferenciación entre agresión y violencia en seres humanos es muy compleja y ha sido muy discutida, a lo largo de este trabajo ambos términos serán considerados como sinónimos. Hasta aproximadamente los años 70 se pensaba que la testosterona (T) era la única sustancia relacionada con la conducta agresiva de acuerdo a un modelo unidireccional, según el cual un mayor nivel de T producía mayor nivel de agresión. En aquella época, la mayoría de los estudios analizaban los efectos de la administración de T en roedores macho gonadectomizados. En la actualidad, la literatura científica sugiere que el comportamiento agresivo y la violencia estarían mediados por una compleja interacción mutua de diversos sistemas hormonales, entre los que destacaría el eje hipotálamo-hipófiso-gonadal (HHG), con diversos neurotransmisores y otras sustancias, con factores genéticos y, por supuesto, con el ambiente, que engloba factores fundamentales como el abuso de sustancias psicoactivas o el maltrato infantil.

De todos los componentes del eje HHG, la T ha sido la que ha recibido más atención y la que más se ha relacionado con la agresión, tanto en animales como en humanos. Así, junto a otros efectos como un incremento de la motivación sexual, de la activación general o arousal y de la capacidad visuo-espacial y un deterioro de la fluidez verbal, los andrógenos producen un incremento de la irritabilidad y hostilidad y una mayor predisposición hacia la conducta agresiva y violenta, ya que pueden disminuir el umbral para que aparezca. Sin embargo, a pesar de que parece clara la relación entre agresión y T ADDIN RW.CITE{{397 Van Anders, S. Watson, N. 2006}}(Van Anders y Watson, 2006), y de que esta última se considera el regulador por excelencia de la agresión, todavía no se ha establecido una relación causal. De este modo, la T podría ser considerada como un factor modulador que, junto a muchos otros (niveles de 5HT, factores genéticos, experiencia previa, consumo de drogas, maltrato infantil, etc.), incrementaría la probabilidad de que aparezca la agresión y la violencia ADDIN RW.CITE{{318 Archer,J. 2006}}(Archer, 2006).

El objetivo de esta revisión teórica es analizar la consistente pero débil relación descrita entre la T y la violencia en adultos, ya que se considera que esta hormona es la que mayor influencia tiene sobre dichos comportamientos ADDIN RW.CITE{{376 Nelson,R.J. 2007}}(Nelson y Trainor, 2007). Todo ello con el fin de ofrecer unas líneas futuras de investigación que, consideramos, debieran seguirse para la obtención de resultados útiles para la sociedad. Con este propósito, ofreceremos algunas pinceladas de los principales hallazgos obtenidos en la investigación animal y nos centraremos en la descripción de los estudios llevados a cabo en humanos adultos, ya que otros trabajos previos se han centrado en niños y adolescentes ADDIN RW.CITE{{432 Ramírez, J.M. 2003}}(Ramírez, 2003).

 

2.     De los roedores a los primates no humanos

 

La administración de T exógena incrementa los niveles de agresión en distintas especies animales ADDIN RW.CITE{{395 Wingfield, J.C. 1984}}(Wingfield, 1984ADDIN RW.CITE{{410 De Ridder, E., Pinxten, R., Eens, M. 2000}}; De Ridder, Pinxten y Eens, 2000ADDIN RW.CITE{{402 Peters, A. 2002}}; Peters, 2002). En estos trabajos se ha puesto de manifiesto que la agresión está modulada por los efectos organizadores y activadores de los andrógenos ADDIN RW.CITE{{348 Lederhendler,I.I. 2003}}(Lederhendler, 2003). De este modo, además de organizar el cerebro siguiendo un patrón masculino, los receptores para andrógenos promueven el desarrollo de la conducta de lucha a través del juego ADDIN RW.CITE{{382 Field,E.F. 2006}}(Field, Whishaw, Pellis y Watson, 2006). Tras la pubertad, la T (o su conversión en estrógenos) estimula los circuitos neurales que fueron organizados perinatalmente. En general, las investigaciones con animales han aportado una amplia evidencia empírica en apoyo de la existencia de una relación recíproca entre T y agresión en la que la T facilita la agresión y ésta, a su vez, influye en los niveles de T ADDIN RW.CITE{{323 Brain,P.F. 1992}}(Brain y Haug, 1992ADDIN RW.CITE{{322 Birger,M. 2003}}; Birger et al., 2003). La agresión entre roedores machos está controlada por los circuitos neurales estimulados por los andrógenos, ya que su secreción tiene lugar prenatalmente, después disminuye y vuelve a incrementarse a partir de la pubertad, momento en el que empieza este tipo de agresión. Los estudios clásicos pusieron de manifiesto que la castración reducía la agresividad, y que la administración posterior de T la restablecía.

Una de las variables fundamentales que median la relación entre T y agresión en roedores son las diferencias individuales entre sujetos, que podrían ser debidas a diferencias en la sensibilidad de los receptores o en la capacidad de los andrógenos para alterar la percepción de un estímulo provocador de agresión. Otra variable fundamental es el momento de influencia de la T sobre el organismo. Así, en la pubertad se produce un incremento de los niveles de T y de la agresividad. Algunos estudios han demostrado que si la castración se lleva a cabo antes de la pubertad, los animales no son agresivos. En cambio, si la castración ocurre en la edad adulta, es eficaz para reducir la agresión entre machos, pero no la agresión territorial, siendo necesario tener en cuenta la experiencia previa, ya que los animales que han tenido experiencia anterior de victoria mantienen o muestran en mayor medida la conducta agresiva que aquellos que han sido derrotados. En general, la castración reduce considerablemente los niveles de andrógenos y, en muchas especies animales, la agresión entre machos. Sin embargo, estudios actuales utilizando un paradigma similar han documentado algunas excepciones en diversas especies animales, como en los ratones de las praderas ADDIN RW.CITE{{409 Demas, G.E., Moffatt, C.A., Drazen, D.L., Nelson, R.J. 1999}}(Demas, Moffatt, Drazen y Nelson, 1999ADDIN RW.CITE{{375 Trainor,B.C. 2006}}; Trainor, Kyomen y Marler, 2006).

Otro aspecto que se ha considerado en la investigación animal es la agresión entre hembras, que también es facilitada por la T. En concreto, la administración de T a ratas hembra ovariectomizadas incrementa la agresividad entre hembras mientras que la administración de estradiol la disminuye ADDIN RW.CITE{{328 Cologer-Clifford,A. 1992}}(Cologer-Clifford, Simon y Jubilan, 1992). En esta línea, en la última década se ha relacionado la T con la agresión parental en distintas especies de animales. Tradicionalmente se ha obviado el papel del macho en el cuidado de las crías (salvo en algunas especies), pero en la actualidad se está observando que la T ejerce un papel importante, ya que niveles bajos de T influyen en el comportamiento parental de los machos ADDIN RW.CITE{{405 Marler, C. A., Bester-Meredith, J. K., Trainor, B. C. 2003}}(Marler, Bester-Meredith y Trainor 2003). Sin embargo, es difícil determinar de modo concreto el papel de la T en la conducta parental y los mecanismos subyacentes ADDIN RW.CITE{{345 Hanson,K.C. 2009}}(Hanson, O'Connor, Van Der Kraak y Cooke, 2009). De hecho, en un estudio reciente, se ha comprobado que esta conducta influye en el desarrollo de la agresión de las crías y en los substratos neurales concomitantes ADDIN RW.CITE{{336 Frazier,C.R. 2006}}(Frazier, Trainor, Cravens, Whitney y Marler, 2006), mientras que en otro ningún factor endocrino pudo predecir la agresión en machos ADDIN RW.CITE{{345 Hanson,K.C. 2009}}(Hanson et al., 2009).

Por último, al dar el salto a los estudios realizados en primates no humanos, hay que constatar que los machos son más agresivos que las hembras, participando más en juegos frenéticos, en persecuciones y en conductas amenazadoras e inician el juego con mayor frecuencia que las hembras. En los macacos, el incremento de la inclinación hacia la agresión de los machos (real o en el juego) parece requerir sólo de la exposición prenatal a los andrógenos, ya que los machos castrados no difieren de los intactos en las conductas de juego señaladas. Sin embargo, la influencia de las hormonas sobre el comportamiento agresivo en primates macho depende de las especies.

En definitiva, los estudios en animales parecen indicar que existe una clara relación positiva entre los niveles de T y la agresión, que se concreta más con la relación entre la agresión y los incrementos de T, según se deduce del estudio de Ross et al. ADDIN RW.CITE{{356 Ross,C.N. 2004}}(Ross, French y Patera, 2004). Además, en una reciente revisión sobre los aspectos psicofisiológicos de la agresión en primates no humanos se concluyó que la relación entre las variables fisiológicas y la agresión es muy compleja y en algunas ocasiones contradictoria ADDIN RW.CITE{{347 Honess,P.E. 2006}}(Honess y Marin, 2006).

 

3.      Testosterona y violencia en población adulta

 

Los estudios que tratan de relacionar la T con la violencia en adultos son fundamentales para entender la violencia humana en la sociedad actual. Uno de los argumentos más conocidos a favor del papel central de los andrógenos en la conducta agresiva es que, en la mayoría de las especies animales, la agresión física predomina entre los machos. En los seres humanos, la mayor parte de las agresiones físicas y actos violentos se producen entre hombres jóvenes, quienes muestran los niveles más altos de T, produciéndose una disminución gradual de los mismos conforme se avanza en edad. Por ello, resulta de especial relevancia analizar la relación entre T y violencia en seres humanos desde el momento en el que se alcanza la edad adulta. Hay también otras variables que intervienen en esa relación, como la experiencia previa, el tipo de agresión o las diferencias individuales entre sujetos ADDIN RW.CITE{{375 Trainor,B.C. 2006}}(Trainor et al., 2006ADDIN RW.CITE{{318 Archer,J. 2006}}; Archer, 2006).

En general, se distinguen tres formas metodológicas de abordar este tema ADDIN RW.CITE{{425 Gómez Jarabo, G. 1999}}(Gómez Jarabo, 1999). La primera es comparando presos violentos y no violentos; los resultados de los diversos estudios planteados siguiendo esta estrategia no han sido unánimes. La segunda forma metodológica es la relación entre T y agresión en la población general, mostrándose discrepancias, ya que los hombres más violentos no son necesariamente los que presentan mayor nivel de T. La tercera y última estrategia metodológica es a través del análisis de los efectos de tratamientos que aumentan o disminuyen la producción hormonal. Respecto a este último aspecto hay que señalar que la castración no es efectiva para reducir la agresividad en muchos casos, y que el tratamiento con T a hombres hipogonadales o con trastornos de la función sexual no siempre produce un incremento de la agresión. Tanto la castración quirúrgica (incisión en el escroto y extracción de los testículos) como la química (administración de esteroides sintéticos de forma crónica) reducen la agresión relacionada con el sexo, pero no tienen efectos claros sobre otros tipos de agresión. Algunas de las sustancias más empleadas en la castración química que producen una disminución de la líbido y de la erección son el acetato de ciproterona y el acetato de medroxiprogesterona. La administración de T a hombres castrados puede producir una reaparición de la conducta violenta.

Para desarrollar este apartado lo hemos dividido en dos subapartados: estudios en hombres y estudios en mujeres. Esta división está justificada ya que la investigación llevada a cabo se ha centrado fundamentalmente en hombres, ya que los hombres son más agresivos física y explícitamente que las mujeres en todas las sociedades. Por ello, gran parte de la evidencia empírica existente respecto a la relación entre la T y la violencia ha sido obtenida a través de la realización de estudios en hombres ADDIN RW.CITE{{318 Archer,J. 2006; 319 Archer,J. 2009}}(Archer, 2006; Archer, 2009). Además, considerando que las mujeres tienen menores niveles de T que los hombres, los resultados que se expondrán tendrán que ser matizados en función del género de la muestra analizada ADDIN RW.CITE{{371 Struber,D. 2008}}(Struber, Luck y Roth, 2008). Junto a ello, en la edad adulta se produce un descenso de la producción de T. Este descenso va acompañado de una disminución de la agresividad. El nivel de agresión en la edad adulta es también mucho mayor en hombres que en mujeres: el trastorno de personalidad antisocial es tres veces más común en hombres, los violadores, atracadores y genocidas son fundamentalmente hombres, los asesinos sexuales en serie y los crímenes violentos más temidos son exclusivos de hombres. La probabilidad de suicidio es también mayor en hombres (un porcentaje entre 3 y 10 veces mayor que entre mujeres, variable en función del rango de edad).

Por otro lado, la T podría desempeñar un rol importante en la expresión de la agresión, ya que hasta la edad de 10 años aproximadamente, tanto los niños como las niñas solucionan los conflictos expresando la agresión de forma directa, pero con la llegada de la pubertad, las estrategias se hacen más características de cada género. Las chicas suelen sustituir la agresión física directa por la agresión emocional indirecta, mientras que los chicos suelen ser más impacientes e irritables y tienden a emprender conductas de riesgo. Con la maduración se produce un incremento del empleo de la agresión indirecta y, en el periodo adulto, la agresión se hace más sutil, como lo muestra el que suela denominarse “agresión social”. Por todo ello, se podría afirmar que ambos sexos son igualmente agresivos, aunque expresan la agresión de modo diverso ADDIN RW.CITE{{407 Hess, N., Hagan, E. 2006}}(Hess y Hagan, 2006). Por todo ello, empezaremos a hablar de los estudios en hombres y posteriormente de los estudios en la población femenina. Los principales estudios que han aportado evidencia empírica a favor y en contra de la existencia de una relación entre la T y la agresión en adultos se presentan de forma resumida en la Tabla 1.

 

 

Hallazgos positivos

ESTUDIO

TIPO DE MUESTRA

Ehrenkranz et al., 1974

Dabbs et al., 1987

Christiansen y Knussman, 1987

Dabbs et al., 1988

Salvador, Simón y Suay, 1990

Dabbs y Morris, 1990

Virkkunen et al., 1994

Suay et al., 1996

Banks y Dabbs, 1966

Mazur y Booth, 1998

Carré y McCormick, 2008

Hermans et al., 2008

Carré et al., 2009

Conductas agresivas

Criminales violentos

Personalidad dominante

Mujeres delincuentes violentas

Deportistas (judokas)

Personalidad  antisocial

Criminales violentos

Deportistas (judokas)

Mujeres delincuentes

Mujeres delincuentes violentas

Hombres

Hombres

Hombres

Hallazgos negativos

ESTUDIO

TIPO DE MUESTRA

Gladue, 1991

Dabbs y Hargrove,1997

Mujeres

Mujeres

 

 

 

Tabla 1. Resumen de los estudios que encuentran evidencias a favor y en contra de la relación entre T y agresión en adultos. Casi todos los estudios se han realizado en hombres, salvo los indicados con el término “mujeres”. Cuando en el tipo de muestra indica hombres, mujeres o adolescentes se refiere a que es una muestra no patológica ni con problemas relacionados con la agresión.

 

 

3.1. Estudios en hombres

La secreción de andrógenos en varones incrementa en tres periodos diferenciados de la vida. El primer pico se produce en el periodo fetal, aproximadamente desde la undécima semana de la gestación hasta el nacimiento, momento en que los niveles decaen velozmente (durante este periodo, los andrógenos producen la diferenciación de los genitales externos y del hipotálamo en sentido masculino). El segundo pico tiene lugar desde los dos meses tras el nacimiento hasta algunos meses después, pero su función no está todavía esclarecida. El tercer y más largo de los picos ocurre en la pubertad y regula el crecimiento, la maduración de los órganos sexuales y la apariencia de los caracteres sexuales secundarios. Este último incremento es evidente entre los 10 y 12 años de edad, y requiere la acción conjunta con la hormona del crecimiento (GH) para que tenga lugar el efecto completo del crecimiento en el adolescente. Así, los niveles plasmáticos de T se asocian con los comportamientos agresivos y la impulsividad agresiva a lo largo de la vida ADDIN RW.CITE{{396 Yu, Y., Shi, J. 2009}}(Yu y Shi, 2009).

Antes de iniciar la descripción de los estudios en adultos, es importante resaltar las principales conclusiones obtenidas en niños y adolescentes ADDIN RW.CITE{{432 Ramírez, J.M. 2003}}(Ramírez, 2003), aunque hay que hacer constar que el rol de los factores endocrinos en el comportamiento agresivo de estas poblaciones no ha sido estudiado suficientemente ADDIN RW.CITE{{396 Yu, Y., Shi, J. 2009}}(Yu y Shi, 2009). La falta de claridad en los hallazgos en niños prepúberes puede ser parcialmente debida a sus bajos niveles de T, habiéndose descrito una falta de asociación entre T y agresión en niños con trastornos de la conducta disruptiva ADDIN RW.CITE{{377 van Goozen,S.H. 1998}}(van Goozen, Matthys, Cohen-Kettenis, Thijssen y van Engeland, 1998), y la falta de diferencias significativas en los niveles de T al comparar entre niños altamente agresivos de entre 4 y 10 año de edad y controlesADDIN RW.CITE{{330 Constantino,J.N. 1993}}(Constantino et al., 1993). Por el contrario, otro estudio ha indicado que hay una asociación positiva entre T y agresión en niños pero no en niñas ADDIN RW.CITE{{358 Sanchez-Martin,J.R. 2000}}(Sanchez-Martin et al., 2000). Por tanto, los estudios que relacionan agresión y T en la infancia no ofrecen una conclusión significativa.

Por otro lado, en el caso de los adolescentes se han hallado correlaciones “modestas” entre T y agresión. Algunos estudios han mostrado consistencia a través de las diferentes medidas conductuales analizadas ADDIN RW.CITE{{373 Susman,E.J. 1987}}(Susman et al., 1987), mientras que otros mostraron que los niveles de T se relacionaban con la agresión física y con la provocada ADDIN RW.CITE{{355 Olweus,D. 1988}}(Olweus, Mattsson, Schalling y Low, 1988), con el crimen violento ADDIN RW.CITE{{413 Dabbs Jr., J.M., Ruback, R.B. 1988}}(Dabbs y Ruback, 1988), con la frecuencia e intensidad de conductas agresivas ADDIN RW.CITE{{361 Scerbo,A.S. 1994}}(Scerbo y Kolko, 1994) y con la conducta disruptiva informada por los propios sujetos ADDIN RW.CITE{{386 Granger,D.A. 2003}}(Granger et al., 2003). Así, a pesar de que se han descrito niveles elevados de T en jóvenes antisociales, la relación entre T y agresión en niños y adolescentes no ha aparecido consistentemente en los estudios realizados ADDIN RW.CITE{{432 Ramírez, J.M. 2003}}(Ramírez, 2003). De hecho, Archer ADDIN RW.CITE{{393 Archer, J. 2004}}(Archer, 2004) realizó un meta-análisis de las relaciones entre agresión entre sexos no encontrando un incremento de agresión en la pubertad, a pesar de que los niveles de T sí que aumentan en esta época.

Así, aunque hay una sólida evidencia empírica para establecer un nexo causal entre T y agresión en animales, los resultados de los estudios en humanos no son unánimes ADDIN RW.CITE{{325 Carre,J.M. 2009}}(Carre, Putnam y McCormick, 2009), al menos en niños y adolescentes. La relación positiva entre T y agresión es más consistente en este caso cuando la hormona es medida en respuesta a interacciones competitivas (en contraposición a respuestas en un cuestionario), tanto de forma directa como vicariamente ADDIN RW.CITE{{375 Trainor,B.C. 2006}}(Trainor et al., 2006). Por tanto, la relación entre T y agresión en humanos no parece ser directa, tal y como aparece en animales, ya que la T podría influir sobre otras variables que a su vez influirían sobre la conducta agresiva. Entre ellas se encontrarían las características de personalidad, la experiencia previa o la dominancia.

La existencia de diversos factores que afectan o que pueden ser afectados por la T, hace que la relación T y violencia sea muy compleja, aunque, como veremos, positiva. En este sentido, existen algunos estudios han confirmado una correlación positiva (r=0.38) entre T y agresión (aunque con gran variabilidad) tras realizar un meta-análisis de 240 trabajos con distintas muestras como veteranos del ejército de los Estados Unidos de América ADDIN RW.CITE{{414 Dabbs Jr., J.M., Morris, R. 1990}}(Dabbs y Morris, 1990) y en presos ADDIN RW.CITE{{413 Dabbs Jr., J.M., Ruback, R.B. 1988}}(Dabbs y Ruback, 1988), en otros estudios no se ha observado relación alguna (Archer, 1991). También se ha descrito altas concentraciones de T en otras poblaciones caracterizadas por alta agresión, tales como criminales con trastornos de la personalidad, agresores alcohólicos violentos, y violadores, aunque no en pacientes con trastorno intermitente explosivo ADDIN RW.CITE{{327 Coccaro,E.F. 2007}}(Coccaro, Beresford, Minar, Kaskow y Geracioti, 2007). Se ha sugerido que el influjo de la T podría ser indirecto afectando a una mayor competitividad y deseo de control sobre otros (se expresaría agresivamente sólo en determinadas circunstancias), mientras que otros autores plantean como hipótesis que las diferencias de género serían debidas a la historia psicosocial del individuo más que a los niveles hormonales. En cualquier caso, la T y los esteroides sexuales, en general, podrían inducir la agresión e incrementar la responsividad de los circuitos cerebrales relacionados con la agresión social ADDIN RW.CITE{{346 Hermans,E.J. 2008}}(Hermans, Ramsey y van Honk, 2008).

Por otro lado, en hombres adultos, altos niveles de T en saliva, suero y líquido cefalorraquídeo han sido relacionados en sujetos con conductas agresivas crónicas ADDIN RW.CITE{{333 Ehrenkranz,J. 1974}}(Ehrenkranz, Bliss y Sheard, 1974), en criminales violentos ADDIN RW.CITE{{389 Dabbs,J.M.,Jr 1987}}(Dabbs, Frady, Carr y Besch, 1987ADDIN RW.CITE{{388 Virkkunen,M. 1994}}; Virkkunen et al., 1994) y en personas con trastorno antisocial de la personalidad ADDIN RW.CITE{{414 Dabbs Jr., J.M., Morris, R. 1990}}(Dabbs y Morris, 1990). En la población general también se ha relacionado los niveles de T y la personalidad dominante ADDIN RW.CITE{{326 Christiansen,K. 1987}}(Christiansen y Knussmann, 1987ADDIN RW.CITE{{349 Mazur,A. 1998}}; Mazur y Booth, 1998), y la agresión medida con tests estandarizados y técnicas proyectivas ADDIN RW.CITE{{326 Christiansen,K. 1987}}(Christiansen y Knussmann, 1987). Salvador, Simón y Suay ADDIN RW.CITE{{431 Salvador, A., Simón, V., Suay, F. 1990}}(1990) relacionaron la T con diversos aspectos de la agresividad en judokas, hallando correlaciones negativas con la subescala de irritabilidad de un cuestionario de hostilidad (Buss Durkee Hostility Inventory), y positivas con la hostilidad verbal. En el mismo sentido, los sujetos que experimentaron mayores incrementos de T mostraron también mayores puntuaciones en falta de control de impulsos dañinos y agresión verbal. Finalmente, también se relacionaron los cambios de la T con el comportamiento dominante y agresivo, evaluado por los entrenadores. Estudios posteriores encontraron de nuevo la relación entre T y conducta agresiva, aunque solamente cuando la conducta había sido evaluada por los entrenadores, y no cuando se utilizaron autoinformes ADDIN RW.CITE{{399 Suay, F., Salvador, A. González, E., Sanchos, C., Simón, V. M., Montoso, J. B. 1996}}(Suay, Salvador, González-Bono, Sanchos, Simón y Montoso, 1996). Por otra parte, otro estudio había ya descrito que los hombres con altos niveles de T tienden a escoger profesiones de menor estatus ADDIN RW.CITE{{411 Dabbs, J. M. 1992}}(Dabbs, 1992). Recientemente, se ha descubierto que la T afecta a la activación de la amígdala y a las respuestas conductuales en jóvenes adultos en situaciones de amenaza ADDIN RW.CITE{{332 Derntl,B. 2009}}(Derntl et al., 2009).

Sin embargo, existen estudios que consideran que la relación entre la T y la agresión no es tan clara. Así, algún trabajo no ha observado relación alguna entre ambas variables ADDIN RW.CITE{{320 Bain,P.A. 1987}}(Bain, Shrenker y Bartke, 1987). Por otro lado, algunos meta-análisis actuales han obtenido una correlación modesta (entre 0.08 y 0.14) pero estadísticamente significativa entre T y agresión en hombres ADDIN RW.CITE{{419 Book, A.S., Starrzyk, K.B., Quinsey, V.L. 2001}}(Book, Starrzyk y Quinsey, 2001ADDIN RW.CITE{{394 Archer, J., Graham-Kevan, N., Davies, M. 2005}}; Archer, Graham-Kevan y Davies, 2005ADDIN RW.CITE{{421 Book, A.S., Quinsey, V.L. 2005}}; Book y Quinsey, 2005). Tomándolos en conjunto, estos meta-análisis sugieren que la relación entre T y agresión es bastante fuerte en los rangos de edad comprendidos entre los 12 y 35 años, pero es mucho menos fuerte en los chicos menores de 12 años y los hombres mayores de 35. Por tanto, la relación existiría pero estaría matizada por otras variables, como la edad.

Con el fin superar los problemas metodológicos de estudiar niveles hormonales, estudios recientes se están centrando en los incrementos de la T como factor que induce la agresión, habiéndose encontrado resultados en positivo ADDIN RW.CITE{{325 Carre,J.M. 2009}}(Carre et al., 2009ADDIN RW.CITE{{324 Carre,J.M. 2008}}; Carre y McCormick, 2008ADDIN RW.CITE{{346 Hermans,E.J. 2008}}; Hermans et al., 2008). A pesar de toda la evidencia mostrada, los estudios con seres humanos no son todavía totalmente concluyentes, ya que la relación entre la T y la violencia no es simple. Por ello, cada vez se hace más necesario introducir otras variables de estudio y control, como pueden ser la experiencia previa de agresión física y las expectativas sobre la agresión a la hora de evaluar la relación. Además, podría ser explicada por la importancia de otras variables como la impulsividad, la asertividad, la búsqueda de nuevas sensaciones, la dominancia o sumisión, la competitividad, el miedo, las experiencias previas de derrota o victoria y las consecuencias de las acciones violentas. Las relaciones de estas variables con la T podrían ser más cercanas que las de la propia agresión. Otras hormonas como el cortisol o los estrógenos también pueden estar moderando la relación entre T y agresión. Por último, además de las diferencias debidas a variables psicosociales, se ha sugerido que las diferencias individuales en agresión en hombres pueden estar asociadas con diferencias en la disponibilidad de la T durante el periodo del desarrollo, que dirigen las diferencias en la sensibilidad del tejido a la T circundante en la edad adulta. Los mecanismos específicos que determinan la especificidad del tejido no son todavía conocidos, pero se han sugerido varias posibilidades como disminuciones en la disponibilidad de la T o de los metabolitos activos de T en los receptores de los tejidos diana, disminuciones en la disponibilidad celular total de receptores, cambios cualitativos en las propiedades del receptor, como una disminución en la afinidad de los receptores para la hormona o un cambio en la especificidad de la hormona y cambios en la interacción de los receptores de la hormona y la cromatina nuclear. Por todo ello, indicaríamos que muchas de las evidencias que relacionan la agresión con el nivel de T están basadas en relaciones débiles o son producto de investigaciones con metodologías poco robustas (sobre todo correlacionales) que no hacen posible llegar a conclusiones sólidas.

 

3.2. Estudios en mujeres

En la población general, no se ha observado relación alguna entre los niveles de T y el comportamiento agresivo o desafiante hacia los padres e iguales en jóvenes adolescentes ADDIN RW.CITE{{374 Susman,E.J. 1996}}(Susman, Granger, Murowchick, Ponirakis y Worrall, 1996). Incluso en algún estudio se ha descrito una correlación negativa entre agresividad física y verbal por lado y T y estradiol por otro en mujeres jóvenes ADDIN RW.CITE{{408 Gladue, B. A. 1991}}(Gladue, 1991). En mujeres adultas tampoco se ha descrito una correlación consistente entre el nivel de andrógenos y la conducta agresiva. Los resultados dependen de la forma de medir agresión y/o dominancia y de las muestras tomadas para cada estudio. Las mujeres postmenopáusicas que reciben terapia de reemplazamiento de estrógenos y T notan un incremento de la líbido, pero no muestran un aumento de su conducta agresiva ADDIN RW.CITE{{316 Albert,D.J. 1993}}(Albert, Walsh y Jonik, 1993).

En una investigación con pacientes de una clínica neurológica se halló mayores niveles de T en mujeres agresivas en comparación con aquellas menos agresivas ADDIN RW.CITE{{424 Ehlers, C. L., Richler, K. C., Hovey, J. E. 1980}}(Ehlers, Richler y Hovey, 1980). Las mujeres con alteraciones endocrinas que presentan mayores niveles de T (hasta un 200% más que los varones normales) tienen más vello y una voz más grave, pero no muestran incrementos claros de la agresividad y conducta agresiva manifiesta ADDIN RW.CITE{{316 Albert,D.J. 1993}}(Albert et al., 1993).

Por otra parte, se ha descrito una correlación positiva entre niveles de T y conducta agresiva y dominante en delincuentes violentas ADDIN RW.CITE{{413 Dabbs Jr., J.M., Ruback, R.B. 1988}}(Dabbs y Ruback, 1988). Los niveles de T en saliva mostraron que la concentración de T era máxima en presas condenadas por crímenes violentos sin provocación, y mínimas en mujeres condenadas por crímenes violentos defensivos, como, por ejemplo, matar a la pareja cuando la estaba maltratando ADDIN RW.CITE{{349 Mazur,A. 1998}}(Mazur y Booth, 1998). Sin embargo, Dabbs y Hargrove ADDIN RW.CITE{{331 Dabbs,J.M.,Jr 1997}}(1997) no hallaron correlaciones significativas entre T y violencia criminal en un grupo de presas, aunque la T se relacionaba positivamente con conducta agresiva dominante. En el mismo sentido, se han encontrado mayores niveles de T entre mujeres delincuentes, en comparación con estudiantes ADDIN RW.CITE{{321 Banks,T. 1996}}(Banks y Dabbs, 1996), aunque en otros estudios la relación entre autoinformes de agresión y T es negativa ADDIN RW.CITE{{408 Gladue, B. A. 1991}}(Gladue, 1991).

En la actualidad son escasos los estudios sobre agresión en mujeres, dado que el interés se ha centrado en la competición o en la dominancia. Ello puede ser debido a la falta de consistencia de los resultados obtenidos en los diversos estudios y a que, la violencia como problema social es llevada a cabo fundamentalmente por hombres.

 

4.     Conclusiones

 

Los resultados descritos nos llevan a concluir que la relación entre hormonas y agresión es recíproca y bidireccional ADDIN RW.CITE{{318 Archer,J. 2006}}(Archer, 2006), dado que un determinado nivel hormonal puede repercutir en la conducta agresiva y, a la inversa, el incremento de la agresión puede provocar cambios en los niveles hormonales. En este sentido, la T puede ser considerada tanto causa como efecto, como mediadora de la agresión. A modo de ejemplo, indicar que las experiencias conductuales y el contexto sociocultural puede llevar a cambios endocrinos que, a su vez, influyen en la agresión ADDIN RW.CITE{{391 Andreu, J. M., García-Bonacho, M., Esquifino, A., Ramirez, J. M. 2001}}(Andreu, García-Bonacho, Esquifino y Ramirez, 2001). Además, la magnitud de la respuesta hormonal parece que es dependiente de la intensidad de la agresión (al menos, en machos), lo que sugiere que los niveles altos de andrógenos son consecuencia de la interacción agresiva y no la causa de la agresión ADDIN RW.CITE{{356 Ross,C.N. 2004}}(Ross et al., 2004). Aun así, hay autores que afirman que los resultados obtenidos en los diversos estudios quedan lejos de ser totalmente conclusivos y consistentes ADDIN RW.CITE{{396 Yu, Y., Shi, J. 2009}}(Yu y Shi, 2009).

En definitiva, ¿cuál es el papel de la T en la agresión y la violencia, en los diferentes tipos de agresión, en las conductas de riesgo y en la violencia sexual? De los estudios en animales se extrae una amplia evidencia empírica sobre la existencia de una relación bidireccional entre la T y la agresión, según la cual la T facilita la agresión y ésta, al igual que otras conductas sociales, influye en los niveles de T. Sin embargo, los estudios que han analizado esta relación en seres humanos no muestran resultados totalmente unánimes ADDIN RW.CITE{{317 Archer,J. 1991; 318 Archer,J. 2006}}(Archer, 1991; Rubinow & Schmidt, 1996; Archer, 2006ADDIN RW.CITE{{357 Rubinow,D.R. 1996}}), siendo necesario tener en cuenta las diferencias de género a la hora de interpretar la agresión y su relación con la T. Además,  habría que tener en cuenta  el efecto que variables tales como el tipo de agresión, la experiencia previa y las diferencias individuales, entre otras, pueden ejercer sobre esta relación.

La relación entre T y agresión es una temática que ha generado mucha confusión, dado que los estudios que la analizan son múltiples y van en la línea de afirmar que el la T es un factor fundamental para la agresión, aunque no todos los estudios confirman que sea una relación directa ADDIN RW.CITE{{379 Wingfield,J.C. 2005}}(Wingfield, 2005). En este sentido, es posible que el análisis de los cambios o respuesta de la T y no de los niveles para predecir la agresión pueda ser una vía para obtener una conclusión fiable. Así, se ha indicado que un aspecto a tener en cuenta para obtener resultados más consistentes sea el hecho de que tradicionalmente se han medido niveles circulantes de T (en sangre o saliva) y no sus precursores (dehidroepiandrostenediona o DHEA) o sus efectos a nivel central (por ejemplo a nivel de la amígdala). En este sentido, es necesario tener en cuenta la aromatización de la T a nivel cerebral (en el hipocampo y amígdala fundamentalmente) que la transforma en estradiol ADDIN RW.CITE{{375 Trainor,B.C. 2006}}(Trainor et al., 2006), lo cual hace más compleja la relación entre la T y la agresión.

Los trabajos analizados no están exentos de limitaciones y complicaciones metodológicas, lo cual lleva a la mayoría de autores a hablar de una relación inconsistente. Así, en primer lugar, los índices bioquímicos de T, aunque son potencialmente informativos, pueden resultar problemáticos porque son una medida estática de las funciones que se desarrollan en contextos dinámicos y cambiantes. Además, al ser índices periféricos al SNC puede que no estén reflejando fielmente lo que ocurre en el cerebro. También hay variables moduladoras que pueden afectar a las medidas neuroendocrinas, tales como la edad, el género, el ciclo menstrual y el nivel de actividad entre otras.

Otra limitación hace referencia a las diferencias entre las distintas especies y los diseños empleados en cada una de ellas. Mientras que la investigación animal se lleva a cabo mediante diseños experimentales, la mayoría de las investigaciones sobre agresión y hormonas en seres humanos se limitan a diseños correlacionales, lo que afecta a la hora de la extrapolación de resultados. De esta manera, aunque los ratones y los humanos comparten más del 90% de la información genética, la agresión emitida por ambas especies es difícil de comparar (por ejemplo, los ratones macho raramente focalizan su agresión hacia las hembras, mientras que en humanos las mujeres son frecuentemente víctimas de agresión masculina). No obstante, hay que resaltar que los mecanismos moleculares subyacentes encontrados en ratones y humanos agresivos son similares, por lo que el uso de modelos animales posibilita el descubrimiento de nuevas bases moleculares relacionadas con la agresión ADDIN RW.CITE{{350 Nelson,R.J. 2001}}(Nelson y Chiavegatto, 2001), que se aplicarán en el futuro a los humanos.

Por otro lado, es fundamental conocer los sistemas cerebrales específicos que actúan en la pauta conductual ADDIN RW.CITE{{379 Wingfield,J.C. 2005}}(Wingfield, 2005). Además siempre estará presente la problemática del dimorfismo sexual, máxime en cuanto que la investigación tradicional sobre agresión se ha centrado en el estudio de mamíferos macho, debido a la complejidad de los cambios que ocurren durante el ciclo menstrual. Sólo en los últimos tiempos se están empezando a estudiar las hembras. Por último, otra complejidad de la temática es la propia heterogeneidad de la agresión, ya que no es un concepto unitario, sino que hay diversos tipos de agresión con características y peculiaridades específicas ADDIN RW.CITE{{348 Lederhendler,I.I. 2003}}(Lederhendler, 2003).

En seres humanos, la mayoría de los estudios que han analizado la relación entre hormonas y agresión han intentado establecer relaciones directas entre distintas medidas biológicas como los niveles de T y actividades individuales como los niveles de agresión y la conducta de riesgo, utilizando en muchas ocasiones estudios correlacionales. Escasos estudios han utilizado un diseño experimental meticuloso para analizar el papel de la interacción entre los factores biológicos y ambientales en la aparición de la conducta agresiva. Así, muchas de las investigaciones sobre agresión en humanos se han centrado en diversas condiciones individuales, asumiendo erróneamente que los niveles hormonales son estables a lo largo del día, no considerando los periodos de desarrollo en los que actúan y obviando que las respuestas biológicas y conductuales a los andrógenos son dependientes del contexto ADDIN RW.CITE{{357 Rubinow,D.R. 1996}}(Rubinow y Schmidt, 1996ADDIN RW.CITE{{419 Book, A.S., Starrzyk, K.B., Quinsey, V.L. 2001}}; Book, Starrzyk y Quinsey, 2001). Además, otras inconsistencias en los resultados pueden ser debidas a las diferentes edades de las muestras estudiadas, a la falta de diferenciación entre tipos de agresión, al sexo de los sujetos y al fluido corporal analizado para llevar a cabo las determinaciones hormonales, ya que se ha analizado tanto la saliva como la sangre.

Con todo ello proponemos que futuros estudios sobre T y agresión en humanos tendrían que tener en cuenta diversas variables como el género, la edad, las diferencias individuales en agresión a nivel basal, el tipo de muestra estudiada, los antecedentes de agresión, los diseños experimentales empleados y el tipo de agresión analizada entre otras.

A pesar del progreso en investigación que ha tenido lugar en los últimos años, se necesitan aún más estudios que profundicen en el papel de los factores biológicos (concretamente a nivel cerebral) en el desarrollo de nuestro comportamiento agresivo, y viceversa. Ello haría posible que los especialistas tuvieran mayor conocimiento y mayor posibilidad de un tratamiento eficaz para la agresión y la violencia. En definitiva, consideramos que, a pesar de que existe una cantidad importante de estudios que relacionan la T y la agresión, hay todavía falta de claridad respecto a esta relación, debido al uso de estudios correlacionales, a la heterogeneidad de los estudios y a la poca replicación de los mismos (hay pocos trabajos que repliquen los estudios donde se han obtenido resultados positivos). Esta falta de continuidad produce una acumulación de resultados que si bien sirve para aumentar el cuerpo de conocimiento, no ayuda a clarificar aspectos básicos y centrales de la relación entre la T y la agresión. La relación tendría que ser estudiada desde una perspectiva integradora, en la que tuviesen cabida otros factores relacionados con la violencia, incluyendo tanto aquellos de índole social (maltrato infantil y consumo de drogas, entre otros) como los factores biológicos entre los que se encontrarían los genes, los neurotransmisores, las hormonas y diversas estructuras neurales y el sistema inmune.

 

 

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