VOLUMEN: IX  NÚMERO: 23-24

 

 

Certezas y controversias en el estudio de la emoción

Francesc Palmero

Cristina Guerrero

Consuelo Gómez

Amparo Carpi

 Universitat Jaume I de Castellón

 

1.-De la definición

 

La definición de la emoción es imprescindible en cualquier empresa científica que pretenda comprender el funcionamiento de un proceso tan vital, aunque complejo, para la adaptación y supervivencia de cualquier organismo: "Las definiciones de la emoción no son más que modelos funcionales expresados en palabras, y es difícil concebir cómo alguien podría llegar muy lejos sin intentar formularlas" (Lyons, 1993, p. 4). Sin embargo, son tantas las definiciones existentes que, probablemente, se ha dicho todo lo que es, e incluso mucho de lo que no es, una emoción. El problema deviene irresoluble cuando tratamos de hacer congruentes tantas y tan diversas concepciones de la emoción. Dicho de otro modo, con estos presupuestos, definir el concepto de emoción con la sana idea de coincidir con otros autores muchas veces resulta una auténtica utopía. Las emociones son complejos procesos que han sufrido los sesgos peculiares que imponen las tendencias dominantes en cada época; no hay más que echar un vistazo retrospectivo para contemplar cómo desde la filosofía de los clásicos griegos hasta nuestros días las concepciones acerca de la emoción no son sino la manifestación, una más, de las distintas escuelas, orientaciones y planteamientos vigentes en ese momento. Las definiciones aceptadas sobre la emoción en una determinada época son el reflejo de la tendencia dominante en dicha época. En el ámbito filosófico, la teorización emocional ha ido a remolque y ha sido fiel reflejo de la teorización general acerca de la mente; en el ámbito psicológico, las teorizaciones acerca de la emoción se enmarcan en el más amplio espectro de la teorización sobre los mecanismos de adaptación general.

Parece un hecho constatado en la actualidad que, tradicionalmente, la emoción no ha sido estudiada con la misma profundidad que otros procesos psicológicos (Damasio, 2000). Si a ello le añadimos que la emoción puede ser considerada como un proceso en el que intervienen los distintos componentes de la misma, observaremos que, en la medida en la que cada autor se centra en alguno de ellos en sus investigaciones, plantea una definición de emoción que difícilmente coincide con la de otro autor interesado en otro de los componentes. Por estas razones, como repetidamente ha señalado Mandler (1975, 1984), intentar establecer una definición consensuada de Emoción es prácticamente imposible en la actualidad. Es, precisamente, la ausencia de una definición ampliamente aceptada lo que impide el asentamiento de una aceptable teoría de la emoción (Scherer, 2000, 2001).

Ha habido diversos intentos para clasificar las definiciones de emoción. Así, Fantino (1973) recopila hasta 11 definiciones, concluyendo, al igual que Duffy (1941), que el concepto de “Emoción” aporta muy poco, o nada, a la Psicología; por su parte, Plutchik (1980) encuentra 28 definiciones, poniendo de relieve la poca consistencia entre ellas. En general, algunas definiciones acentúan los aspectos conductuales, otras los aspectos fisiológicos; algunas son bastante precisas, otras mucho más vagas y ambiguas; algunas plantean el carácter adaptativo, otras los efectos desorganizadores.

Hasta la fecha, la clasificación más detallada que conocemos ha sido realizada por Kleinginna y Kleinginna (1981), quienes recopilan hasta 101 definiciones del concepto de “Emoción”, conseguidas a partir de diccionarios de Psicología, así como textos de “Emoción”, “Motivación”, “Psicología Fisiológica” e “Introducción a la Psicología”. Una de las conclusiones que proponen los autores se refiere al hecho de que, en general, el estudio de las emociones se debe llevar a cabo considerando los factores subjetivos, los factores ambientales y los procesos hormonales/neurales. La estructuración que realizan estos autores está conformada por once categorías, tomando como criterio categorizador las características más destacadas en la definición. Las categorías en cuestión son las siguientes: afectiva, cognitiva, basada en la estimulación exterior, fisiológica, emocional/expresiva, disruptiva, adaptativa, multifactorial, restrictiva, motivacional y escéptica.

 

2.- Los acuerdos y las divergencias

 

La proliferación de trabajos en los que se aborda de forma individualizada e independiente el estudio de la emoción ha proporcionado una cantidad enorme de información, en muchos casos incompleta, en otros inservible. Creemos que la cantidad de información científica sobre la Emoción ha alcanzado un punto en el que es difícil conseguir una buena perspectiva de la situación del tema. La neurociencia ha incrementado nuestro conocimiento de los mecanismos cerebrales, hormonas y neurotransmisores implicados en la Emoción. Los psicólogos del desarrollo delimitan perfectamente cuáles son los cambios emocionales que se producen a lo largo de la vida de un sujeto, así como el papel que juegan las emociones en el apego y el temperamento. Los psicólogos sociales ponen de relieve la importancia comunicativa de la expresión emocional. Los psicólogos cognitivos se están centrando en la relevancia de la relación emoción-cognición. Los psicólogos de la personalidad están considerando el estudio de los rasgos en términos de emociones discretas. Los psicólogos clínicos han encontrado importantes relaciones entre desórdenes psicológicos y tipos de experiencia emocional. En definitiva, el concepto de “Emoción”, tal como señalan algunos autores (Izard, 1991; Carlson y Hatfield, 1992; Scherer, 2000), es demasiado amplio, de tal suerte que cada autor se ciñe a aquellos aspectos de la emoción que son pertinentes a sus investigaciones. Así, los autores centrados en los aspectos cognitivos acentúan la importancia de los pensamientos, evaluaciones y valoraciones para definir la Emoción; los autores orientados hacia los aspectos fisiológicos resaltan la relevancia de los cambios y reacciones fisiológicas en sus definiciones, mientras que los autores interesados en los aspectos conductuales focalizan sus esfuerzos en las características expresivas y motoras de las conductas emocionales.

Un ejemplo de la complejidad del concepto “Emoción” queda reflejado en los trabajos de algunos autores (Lewis y Rosenblum, 1978; Lewis y Michalson, 1983; Lewis, Sullivan y Michalson, 1990), para quienes la emoción consta de cinco componentes esenciales: a) elicitadores emocionales, que se refieren a las situaciones o estímulos que activan a los receptores emocionales; los elicitadores pueden ser internos o externos, y su capacidad para provocar repuestas emocionales puede ser innata o aprendida; b) receptores emocionales, que se refieren a los núcleos o las vías específicas del sistema nervioso central implicados en los cambios del estado fisiológico y/o cognitivo del organismo; los procesos mediante los que ejercen su acción los receptores emocionales pueden ser innatos o adquiridos a través de la experiencia; c) estados emocionales, que se refieren a los cambios en la actividad somática y neural que acompaña a la activación de los receptores emocionales; los estados emocionales suelen ser específicos y pasajeros; d) expresiones emocionales, que se refieren a las características superficiales, potencialmente observables, de la cara, la voz, el cuerpo y la actividad corporal general, que suelen acompañar a los estados emocionales; los elementos constituyentes, así como la regularidad con la que se encuentran asociados con estados emocionales particulares, pueden ser innatos o aprendidos; e) experiencias emocionales, que se refieren a los procesos perceptivos, interpretativos y evaluativos, tanto conscientes como inconscientes, que realiza el sujeto acerca de su propio estado y expresión emocionales; estos procesos cognitivos que lleva a cabo el sujeto se encuentran considerablemente influenciados por sus experiencias sociales previas. Igualmente, Wallbott y Scherer (1989) plantean que los componentes de la emoción se refieren a los siguientes aspectos: a) evaluación de una situación antecedente; b) cambios fisiológicos; c) expresión motora; d) efectos motivadores con tendencias hacia la acción; e) sentimiento subjetivo.

Con este panorama, estimamos que parece conveniente establecer los puntos de convergencia y de discrepancia en el estudio de los procesos emocionales, ya que, de este modo, será más probable delimitar las características de dichos procesos. 

En este marco de referencia, considerando que la emoción es un proceso, posemos sugerir que la ocurrencia de una emoción tiene que ver con la respuesta que se origina como consecuencia de un estímulo o situación que posee capacidad para desencadenar dicho proceso. Así pues, entendida como respuesta, es viable defender que la emoción implica un cambio súbito en el organismo, cambio que es producido por un estímulo, sea éste interno o externo. Aunque la aceptación de una premisa tan evidente ha llevado a que se pueda hablar de puntos de convergencia, como señalábamos, sigue habiendo todavía aspectos que conducen a la existencia de una cierta discrepancia. Veamos.

Un punto de acuerdo bastante generalizado tiene que ver con la existencia necesaria de cambios para hablar de emoción. Otra cosa sea la coincidencia en el número y tipo de cambios necesarios. Así, hay algunos autores (Clore, 1994b) para quienes el término emoción podría ser restringido a un único cambio, localizado éste en la toma de conciencia, o sentimiento consciente, de que se ha producido una variación en el estado. Esta postura recoge la influencia de James, cuando propone que una emoción es algo equivalente, o sinónimo, al sentimiento o experiencia subjetiva. Como señalaremos posteriormente, no es posible hacer sinónimos un concepto -la emoción- y una dimensión o componente del concepto -la experiencia subjetiva. Otros autores, como Izard (1991), plantean que una emoción se puede producir a causa de cambios localizados en procesos neurales, afectivos o cognitivos. Desde un punto de vista neural, la generación de una emoción se entiende como la actividad de ciertos neurotransmisores y mecanismos cerebrales que median la evaluación de la información que llega al sujeto. Desde un punto de vista afectivo, la ocurrencia de una emoción se entiende en términos de procesos sensoriales-perceptivos. Desde un punto de vista cognitivo, la activación de una emoción se entiende en términos de procesos de pensamiento. Bajo esta consideración, parece claro que las emociones pueden ocurrir como una función directa de los procesos neuroquímicos y afectivos, independientemente de los procesos cognitivos. Sin embargo, en la postura de Izard, no queda clara la significación que tienen dichos procesos para la integridad de un organismo. Parece necesaria la existencia de un análisis o evaluación, seguidos ambos procesos por una valoración, de dichos cambios en el contexto y situación actual del organismo. Esto es, los cambios fisiológicos, o neuroquímicos, por sí solos, no pueden dar lugar a una emoción.

A pesar de trabajos como los reseñados, que en cierta medida representan apuestas testimoniales, lo más frecuente es encontrar referencias y definiciones de la emoción basadas en la existencia de cambios en diversos componentes, enfatizando la idea de que todos esos cambios son necesarios para que ocurra una emoción. Como indica recientemente Scherer (2000), entre estos componentes se suele hacer referencia a la denominada “tríada de respuesta”, conformada por la activación fisiológica, la expresión motora y el sentimiento o experiencia subjetiva, cambios todos ellos necesarios para hablar de emoción. No obstante, algunos autores incluyen los factores motivacionales, tales como las tendencias de acción, y los procesos cognitivos implicados en la evaluación y valoración del estímulo entre los componentes necesarios del proceso emocional (Frijda, 1987; Buck, 1993). Creemos que, aunque con mucha probabilidad todos estos componentes sufren cambios cuando ocurre un proceso emocional, no todos ellos pueden ser considerados como cambios necesarios, y mucho menos suficientes, para hablar de ocurrencia de una emoción. Sirva, a modo de ejemplo, el componente expresivo, el cual no es ni necesario ni suficiente para hablar de emoción. Es más, cabe perfectamente la posibilidad de que ocurra una emoción sin que se active ningún mecanismo expresivo.

Otro punto de acuerdo se refiere al hecho de que los estímulos que desencadenan una emoción pueden ser internos o externos, siempre y cuando posean alguna peculiaridad que resulte relevante para el organismo. Este énfasis en las peculiaridades de los estímulos ha llevado a que algunos autores (Frijda, 1986) se refieran a las emociones en términos de detectores de la relevancia, los cuales, en última instancia, requieren de un proceso de valoración acerca de la significación de ese estímulo para el equilibrio del organismo. Tanto cuando procede del ámbito exterior -evento, situación, exigencia, etc-, como cuando procede del ámbito propio o interior -recuerdos, fundamentalmente-, este proceso de valoración de la relevancia o de la significación personal es fundamental, ya que, en cierta medida, va a condicionar la propia respuesta funcional del organismo, así como los cambios mentales que tendrán lugar durante la ocurrencia de la emoción.

Creemos que es conveniente introducir estos argumentos porque, tal como señalábamos anteriormente, también existe una cierta controversia en torno a la emoción, derivada dicha controversia de la soltura y ligereza con la que se utilizan distintos términos para referirse a estos procesos. La existencia de bastantes puntos de divergencia ha llevado a que, en ocasiones, se llegue a decir que la coincidencia en el ámbito emocional es una auténtica quimera. En efecto, se puede apreciar que las coincidencias o los acuerdos amplios en el ámbito de la emoción se refieren a aspectos que podríamos considerar como obvios o inapelables; son aspectos de indudable generalidad. Así, si admitimos, y no creemos que nadie pueda dudarlo, que la emoción es una repuesta, se exige, por una parte, la presencia, real o virtual, interna o externa, de un estímulo o situación que elicite dicha respuesta; y, por otra parte, se exige también la existencia, visible o no, en una o en varias de las posibles dimensiones en las que se puede manifestar la respuesta, de una serie de cambios o modificaciones en el estado, composición y disposición del organismo. Sin embargo, cuando se intenta profundizar en parámetros más específicos y concretos, cuando la intención es dilucidar aspectos que se encuadran en la fundamentación epistemológica, la definición conceptual, la medición de las distintas manifestaciones, etc., el acuerdo es mucho más improbable.

Uno de los puntos de desacuerdo, enraizado en esta consideración heterogénea de los distintos términos relacionados con los procesos afectivos en general, y con los procesos emocionales en particular, tiene que ver con la postura esgrimida por algunos autores para defender, incluso con énfasis, la independencia entre procesos afectivos y procesos cognitivos. Una de las manifestaciones más evidentes de tal controversia la encontramos en las ya anteriormente comentadas formulaciones de Lazarus (1982, 1984) y Zajonc (1980, 1984). El origen de dicha polémica se sitúa en las críticas que realiza Zajonc (1980) a los planteamientos cognitivistas relacionados con la emoción, lo que provoca la respuesta de Lazarus (1982), con las subsiguientes réplicas (Zajonc, 1984; Lazarus, 1984). Como reseñábamos en un punto anterior, la divergencia entre ambos autores es menor de lo que podría pensarse si centramos el foco de la discusión en la secuenciación de los dos procesos referidos, esto es: el cognitivo y el afectivo. Ahora bien, si centramos el análisis en la terminología, y los conceptos a los que se refiere dicha terminología, el asunto tiene mucho más calado, ya que, aunque ambos autores hablen de procesos afectivos en líneas generales, Lazarus se está refiriendo a lo que conocemos como proceso emocional, mientras que Zajonc, en el mejor de los casos, se refiere a una dimensión afectiva básica -el afecto-, más amplia y general que los procesos emocionales, los cuales son una manifestación o forma particular de proceso afectivo; en el peor de los casos, Zajonc está haciendo referencia a una manifestación, más primaria si cabe, relacionada con las preferencias, hecho que, como ha señalado recientemente Scherer (2000), puede que tenga una vinculación bastante secundaria con los procesos emocionales. Es decir, se podría plantear que la aproximación de Zajonc al estudio de la emoción es más superficial que la de Lazarus, pues aquél se refiere a las reacciones afectivas elementales, mientras que éste trata de llegar al análisis de los complejos procesos emocionales.

En esencia, Lazarus (1991) ha venido defendiendo que la cognición es un paso necesario y suficiente para que ocurra una emoción; esto es, cualquier emoción tiene como precedente un patrón específico de valoración o appraisal. Por contra, Zajonc (1984) defiende que la cognición y el afecto son dos procesos independientes, de tal suerte que las emociones no requieren de ningún proceso cognitivo previo para su ocurrencia; las reacciones afectivas son primarias.

Lazarus defiende que el ser humano es un valorador “evaluator” por naturaleza: valora cada estímulo que le llega en función de su relevancia y significación personales. Evidentemente, Lazarus se está refiriendo a una actividad cognitiva, y la emoción forma parte de la misma: “cada reacción emocional.......es función de un particular tipo de cognición o appraisal” (Lazarus, Averill y Opton, 1970, p. 218). Zajonc, al menos en sus primeros trabajos sobre el tema, considera que un proceso cognitivo implica una consciencia del procesamiento que se está llevando a cabo. Por lo tanto, si no hay consciencia de dicho procesamiento no hay proceso cognitivo, pero puede haber proceso afectivo[1]. Es decir, el error en el que incurre Zajonc se refiere a que confunde el procesamiento cognitivo con el procesamiento consciente. Por esa razón, Zajonc defiende que el primer momento en los procesos emocionales tiene connotaciones no conscientes y afectivas. Posteriormente, (Murphy y Zajonc, 1993) asumen que los procesos cognitivos pueden producirse en ausencia de consciencia, aunque todavía defienden que el primer paso sigue siendo afectivo. Incluso, hace muy poco tiempo, Zajonc (1998) acaba de reconocer que las emociones requieren de procesos cognitivos para generar las preferencias. Ha tenido que admitir la lógica que subyace a todo proceso emocional: la emoción es una respuesta a la valoración de la significación.

Otra fuente de desacuerdo se localiza en la tendencia a considerar la emoción y el sentimiento como términos sinónimos. Gran parte de dicha confusión tiene que ser atribuida a la teoría periférica de la emoción formulada por James (1884/1985, 1890). Queremos enfatizar que, cuando se aborda el estudio de la emoción desde un planteamiento basado en los componentes de dicho proceso, orientación que, como ya hemos señalado, es la más frecuente, dicha sinonimia es perniciosa, ya que el sentimiento es una parte o dimensión del proceso emocional. No es posible equiparar el todo con una de sus partes, por más que dicha parte sea importante (y el sentimiento lo es), incluso crítica para que una persona tome conciencia de que está experimentando una emoción. Se hace preciso señalar que, si por emoción entendemos la toma de conciencia, o la percepción subjetiva de dicha emoción, el sentimiento de James puede ser considerado como sinónimo de emoción. Ahora bien, si al hablar de emoción queremos referirnos a proceso emocional, el sentimiento de James no puede ser considerado como un término sinónimo, ya que en el proceso emocional se encuentran englobados los procesos de evaluación y de valoración que llevamos a cabo antes de decidir que el estímulo o situación que provoca toda esa actividad es capaz de poner en peligro el equilibrio del organismo. En esta segunda posibilidad, el sentimiento es una parte, y sólo una, del amplio proceso emocional. Además, si al hablar de emoción se enfatiza el sentimiento, se está recalcando la importancia de la dimensión consciente de un individuo, con lo que no cabe la posibilidad de plantear la existencia de “emociones no conscientes”, pues existe una contradicción en los propios términos: “sentir” implica tomar conciencia de algo. Ahora bien, si distinguimos entre “emoción” y “proceso emocional”, esto es, si consideramos que la emoción -sinónimo de sentimiento- forma parte del proceso emocional, podemos entender la ocurrencia consciente y no consciente de un proceso emocional, ya que los desencadenantes y primeros pasos de dicho proceso pueden encontrarse por debajo del umbral de la consciencia. Más tarde, cuando el proceso avance, habrá posibilidad, o no, de llegar a tomar conciencia, de ser conscientes, de la experiencia de una emoción. El sentimiento emocional es imprescindible para que una persona “sepa” que experimenta una emoción, pero no es imprescindible para que ocurra un proceso emocional.

Otro punto de divergencia tiene que ver con los determinantes de las funciones sociales de la emoción. Esto es, la eventual relevancia de la biología y la cultura a la hora de entender las características esenciales de la expresión emocional, considerada ésta en cualquiera de sus posibles manifestaciones. Estamos convencidos de que una de las influencias más relevantes y duraderas en el campo de la emoción se localiza en Charles Darwin, quien, con su clásico trabajo La expresión de la emoción en el hombre y en los animales (1872/1965), ha conseguido calar en el pensamiento e investigación emocionales hasta la actualidad. Es de suma relevancia la atención que, a partir de dicho trabajo, se ha venido dispensando a la expresión de la emoción en forma de cambios faciales, corporales, en la entonación de la voz. No menos importante ha sido la aceptación de una cierta universalidad de las emociones, tanto cuando se adopta una perspectiva intra específica, considerando distintos grupos, etnias o culturas, como cuando se adopta una perspectiva ínter específica. El factor genético es la clave para entender tanta similitud -incluso semejanza- en las manifestaciones y cambios corporales cuando se expresa una emoción. Este tipo de razonamientos, basados en la evidencia empírica, obliga a considerar la importancia del componente biológico. Es decir, la emoción es considerada como una forma de manifestación instintiva, vestigio de un pasado primitivo, donde los factores de aprendizaje nada tienen que ver. Ha habido, no obstante, una oposición bastante contundente desde foros asentados en la Antropología e incluso en la Psicología Social, con argumentos circunscritos en torno a la relevancia de la formación, el aprendizaje, la cultura en una palabra. Para estos autores, lo verdaderamente importante es observar cómo las distintas influencias socioculturales van perfilando los estilos y las formas de expresar e incluso de sentir las emociones (Schweder, 1984). De hecho, en la medida en la que las emociones implican creencias y conceptos, cabe la posibilidad de defender que las influencias socioculturales modulen la conformación y consolidación de tales creencias y conceptos, con lo cual, en última instancia, cabría la posibilidad de hablar de influencias diferenciales según la cultura o el grupo social de referencia (Labott, Martin, Eason y Berkey, 1991). De nuevo, se aprecia la controversia herencia-ambiente, tan frecuente en Psicología, ahora orientada al campo de los procesos emocionales. Como parece sensato plantear, lo más apropiado tiene que ver con  la defensa de una postura ecléctica, en la que son relevantes los factores biológicos y los factores culturales.

Otra fuente de divergencia tiene que ver con la consideración de la existencia de un número mayor o menor de emociones, así como con los criterios que se utilizan para entender su ocurrencia. En este sentido, uno de los puntos de desacuerdo que con mayor frecuencia se manifiesta se refiere a la consideración de las emociones, bien desde una perspectiva categorial, considerando que las emociones son entidades discretas, bien desde una perspectiva dimensional, considerando que cada emoción puede ser ubicada en un punto a lo largo de una o más dimensiones. En este marco de referencia, hace unos años, Dientsbier (1990) afirmaba que los autores que han conceptualizado las emociones desde la consideración de entidades discretas se basan en los planteamientos de Darwin, mientras que aquellos que lo hacen desde la perspectiva dimensional lo hacen en los trabajos de James. Por si fuese poca la complejidad, se puede apreciar que, dentro de cada una de las dos posibilidades comentadas -categorial y dimensional-, ha habido distintas consideraciones teóricas que complican, más si cabe, la idea de la emoción.  

Respecto a la consideración de las emociones como entidades discretas (Tomkins, 1981; Izard, 1991), se piensa que existe un número concreto de emociones, las cuales representan síndromes innatos de sentimientos y conductas. Estos autores, aunque sabedores de que la activación fisiológica general puede implicar alguna suerte de dimensionalidad, como la intensidad o la duración de la experiencia emocional, conceden poca importancia a la activación en sus planteamientos. Lo verdaderamente importante en estas concepciones tiene que ver con la expresión conductual de las emociones.

En este ámbito, las más frecuentes aproximaciones a la naturaleza de la emoción sugieren la existencia de emociones fundamentales o básicas[2], que tienen connotaciones adaptativas. Las distintas emociones básicas van apareciendo en el curso de la evolución de las especies, pudiendo desaparecer o mantenerse en el bagaje genético de las mismas, dependiendo de sus peculiaridades y funciones adaptativas. Desde esta perspectiva, se enfatiza que cada emoción básica se encuentra asociada a unas condiciones específicas capaces de provocar su activación, originando patrones peculiares y diferenciales en los planos fisiológico, expresivo y conductual. Como ya hemos señalado, este tipo de argumentos se basa en las aportaciones de Darwin, quien habla de diferentes emociones (más bien, Darwin encabeza distintos capítulos de su clásica obra con términos emocionales), estableciendo para cada una de ellas las funciones, la historia evolutiva, la universalidad intraespecífica -a través de las distintas culturas- e interespecífica -a través de las distintas especies-, los cambios a lo largo del desarrollo ontogenético, etc.

Dentro de esta consideración categorial de la emoción, la investigación también se ha decantado hacia la localización neuroanatómica diferencial de cada una de las emociones particulares. De hecho, como indica Panksepp (1982, 1989a, 1989b), la clave para entender la emoción es considerar que el número de las emociones básicas, así como su diferenciación, se encuentran determinados por los circuitos neurales evolutivamente desarrollados. Cada emoción básica se produce por la activación neural de un circuito específico.

Respecto a la consideración dimensional de las emociones, como también señalábamos anteriormente, el punto de obligada referencia se ubica en las aportaciones de James, aunque gran parte de la investigación desarrollada ha derivado específicamente de los trabajos de Schachter y Singer (1962). Al respecto, como ha señalado Plutchik (1991), a pesar de la idea de que existe una fuerza dominante en las emociones que se orienta en el sentido de la búsqueda del placer y la evitación del dolor, algunos autores comienzan a defender la existencia de varias dimensiones. Podemos apreciar, entonces, que la consideración de la emoción desde un punto de vista dimensional contempla la posibilidad de esgrimir teóricamente la existencia de una única dimensión o de varias.

Quienes defienden la existencia de una única dimensión establecen que la teoría de la emoción no necesita más dimensiones, de tal suerte que las distintas emociones tienen su razón de ser en la medida en la que cada una de ellas puede ser ubicada en un punto concreto a lo largo de dicha dimensión o continuo. La definición de la dimensión particular depende de las formulaciones esgrimidas por los diferentes teóricos, aunque se aprecia el predominio de una de las dos siguientes: por una parte la referida a la activación, y, por otra parte, la que se refiere a la valencia. En cuanto a la activación como dimensión esencial y única para entender el concepto de emoción, son conocidas las reservas bastante explícitas que formuló Duffy al respecto. Para esta autora (Duffy, 1941), la diferencia existente entre distintos estados emocionales podría ser explicada a partir de un razonamiento basado en el grado de activación. De hecho, la postura de Duffy -que, no lo olvidemos, tiene que ser entendida a la luz de las influencias particulares predominantes en esa época, y que, a grandes rasgos, se basaban en la relevancia de la activación fisiológica general- defendía la supresión del término emoción, al proponer que nada nuevo aportaba más allá de lo que se entendía con la consideración del concepto de activación. En cuanto a la defensa de la valencia como dimensión única, la consideración del continuo placer-displacer, o placer-dolor, fue muy popular entre bastantes psicólogos en un momento particular del desarrollo de la disciplina emocional en particular, y de la disciplina psicológica en general. La valencia es el principio más importante para comprender la emoción; dicha valencia se distribuye desde un extremo, en el que se encontraría lo malo, lo desagradable, lo displacentero, hasta el otro extremo, en el que se encontraría lo bueno, lo agradable, lo placentero. Considerar la teoría emocional desde una perspectiva unidimensional basada en el continuo placer-displacer representaba una orientación atractiva, pues permitía distinguir entre emociones positivas y emociones negativas, entendida esta distinción, al menos, desde una panorámica subjetiva, aquella que tiene que ver con el sentimiento o experiencia consciente de la emoción. Pero, además, como señalara hace años Schneirla (1959), también permitía entender las dos orientaciones conductuales fundamentales: la de aproximación y la de evitación.

Quienes defienden la existencia de varias dimensiones para entender la emoción se basan, en cierta medida, en el pionero trabajo realizado por Wundt en 1896 (Carpintero, 1978), en el que se propone la utilización de los métodos introspectivo y experimental para estudiar el sentimiento emocional a través de las medidas fisiológicas. Con su famosa Teoría tridimensional del sentimiento, Wundt propone la existencia de tres dimensiones: “placer-displacer”, “excitación-depresión” y “tensión-relajación”, que permitirían comprender la emoción. Desde ese momento, y a lo largo de un dilatado periodo, comenzarán a sucederse argumentos multidimensionales para entender la teoría de la emoción. Así, se ha enfatizado la relevancia de las dimensiones de “excitación-depresión” y “placer-displacer” (Stagner, 1948); las de “placer-displacer”, “atención-rechazo” y “activación” o dimensión de “sueño-tensión” (Schlosberg, 1954), aunque, en este caso, el punto de referencia era la expresión facial; las dimensiones o superfactores “factor-C o colinérgico” y “factor-A o adrenérgico” (Jenkins, 1955); las de “nivel de activación”, “nivel de control”, “orientación social” y “tono hedónico” (Nowlis y Nowlis, 1956); las de “placer-displacer”, “activa-pasiva” e “intensa-no intensa” (Daly, Lancee y Polivy, 1983); las de “afecto positivo” y “afecto negativo” (Watson y Tellegen, 1985), aunque, más recientemente, estos autores, manteniendo su argumento de la existencia de las dos dimensiones reseñadas, han defendido la independencia de las mismas, confeccionando un instrumento -Positive and Negative Affect Scales PANAS-, que permite apresar ambas dimensiones (Watson, Clark y Tellegen, 1988; Tellegen, Watson y Clark, 1999a, 1999b).

Como se puede apreciar, tal como señalábamos anteriormente, cuando se examinan las posturas teóricas al respecto de la emoción, parece bastante evidente que las dimensiones de “placer-displacer o dolor” y las de “activación-quietud” son bastante comunes a todas ellas. Sin embargo, son muchos los autores que, aun aceptando esta dimensionalidad anterior para las emociones, plantean otras distintas para las que no existe el mismo acuerdo, pues se debate sobre cuáles son y qué denominaciones deben recibir. En este orden de cosas, hay autores que, aunque basándose también en la existencia de dimensiones básicas, intentan localizar las distintas emociones según un modelo circular en torno a las dimensiones planteadas. Como indica Russell (1980), ha habido dos formas esenciales de estudiar las emociones: por una parte, considerar las emociones como factores independientes, y, por otra parte, considerarlas como factores mutuamente relacionados. Esta segunda posibilidad ha dado lugar a la formulación de los llamados “modelos circulares” (Lorr, 1989), en los que se argumenta la existencia de dimensiones básicas en torno a las cuales se localizan las distintas emociones. Así, Russell (1983) defiende un modelo basado en dos dimensiones: placer-displacer y activación-sueño. El modelo de Russell ha sido uno de los que más apoyo ha recibido con el tiempo, encontrando que en algunas revisiones actuales (Remington, Fabrigar y Visser, 2000) se sigue constatando la pertinencia de las dos dimensiones propuestas por Russell. Otros autores (Fromme y O'Brien, 1982) establecen cuatro dimensiones: placer-dolor, dominancia-sumisión, aproximación-evitación, y activación simpática-activación parasimpática.

Otra fuente de desacuerdo o divergencia en el campo de la emoción tiene que ver con el número y tipo de componentes que conforman el proceso emocional. Si bien, en ocasiones, se ha defendido que la emoción está configurada por un solo componente -James (1884/1985, 1890) y Clore (1994a, 1994b) hablan de la emoción en términos de experiencia consciente o sentimiento de los cambios fisiológicos-, lo más frecuente ha sido plantear la existencia de varios componentes. En esta forma de entender la emoción, se considera la relevancia de la unión entre la elicitación de un proceso emocional y las respuestas derivadas del mismo, teniendo en cuenta que lo que éstas sean depende del proceso de valoración (appraisal) que realice la persona sobre la situación o estímulo que elicita el proceso emocional. En aras de la congruencia, desde hace algunos años se defiende una consideración más consensuada de los componentes de la emoción. En este orden de cosas, algunos autores (Smith, 1989; Izard, Kagan y Zajonc, 1990; Scherer, 1992, 2000) ponen de relieve que son tres los aspectos o componentes en los que existe mayor coincidencia entre las diversas teorías de la emoción: neurofisiológico-bioquímico, motor o conductual-expresivo y subjetivo-experiencial. Por lo que respecta al componente neurofisiológico-bioquímico, es relevante el papel de los neurotransmisores, así como la actividad del sistema nervioso autónomo y sistema nervioso somático. Por lo que respecta al componente motor o conductual-expresivo, que puede ser considerado el más conocido, tiene una especial importancia la expresión facial, aunque los aspectos que implican acciones posturales, gestuales y de entonación de la voz son también dignos de tener en cuenta. Por lo que respecta al componente subjetivo-experiencial, suscita bastante controversia, ya que, muchas veces, la cuestión importante es determinar si se trata de un estado de sentimiento, de un tipo especial de proceso cognitivo, o una combinación de sentimiento y cognición. En cualquiera de los casos, como se puede apreciar en los trabajos actuales, a los que hemos hecho referencia anteriormente, gran parte de los esfuerzos se dirigen a dilucidar la relación existente entre cognición y afecto en general, y entre cognición y emoción en particular.

 

3.- Nuestra visión de la Emoción

 

Todos los seres vivos poseen en su dotación genética lo necesario para mostrar indicios, más o menos desarrollados, más o menos primitivos, de un proceso afectivo esencial: el de aproximarse a lo grato y evitar lo desagradable[3]. La emoción es un proceso adaptativo que forma parte de los procesos afectivos. Es decir, si bien toda emoción puede ser considerada como una forma de proceso afectivo, no todos los procesos afectivos son procesos emocionales.

En este orden de cosas, es fácil constatar cómo, de forma sistemática, se ha utilizado con bastante flexibilidad un gran número de términos para referirse a los procesos emocionales. De todos ellos, las denominaciones de "afecto", "humor" y "emoción" son las que más frecuentemente han sido consideradas como intercambiables. Incluso, particularizando un poco más, de los tres términos reseñados, el humor y la emoción son los que con mayor frecuencia inducen a la confusión. Por esta razón, consideramos que es conveniente proponer algunos matices que permitan entender mejor cuáles son las ventajas y cuáles las limitaciones cuando se utiliza cada uno de los términos, tanto en las formulaciones teóricas como en la investigación.

Afecto.- Si consideramos los conceptos de "humor", "emoción" y "afecto", podemos observar que este último es el más general de los tres. Además, desde un punto de vista filogenético y ontogenético, es el más primitivo. El afecto posee tono o valencia, que puede ser positiva o negativa, e intensidad, que puede ser baja o alta. Se especula con la posibilidad de que el tono o valencia esté directamente relacionado con algunas estructuras diencefálicas (hipotálamo), y la intensidad con la formación reticular. El afecto tiene que ver con la preferencia; permite el conocimiento del valor que tienen para el sujeto las distintas situaciones a las que se enfrenta. Existe una tendencia innata hacia el afecto positivo, de tal suerte que la meta de un sujeto es obtener placer. Podríamos decir que el afecto representa la esencia de la conducta, entendida ésta en la formulación más elemental de aproximarse a lo que gusta, gratifica o satisface, y de alejarse de aquello que proporciona las consecuencias opuestas.

Humor.- El humor, o estado afectivo, es una forma específica del conjunto de los procesos afectivos. También implica la existencia de tono e intensidad. El humor, además, denota la existencia de un conjunto de creencias acerca de la probabilidad que tiene el sujeto de experimentar placer o dolor en el futuro; esto es, de experimentar el afecto positivo o el afecto negativo. Un humor concreto puede durar varios días, variando según lo haga la expectativa de futuro del sujeto. Relacionado con el afecto, tiene una duración más breve, pero, relacionado con la emoción, suele ser más duradero.

Emoción.- También es una forma específica englobada en los procesos afectivos. Se corresponde con una respuesta multidimensional, con connotaciones adaptativas, que suele ser muy breve, muy intensa y temporalmente asociada con un estímulo desencadenante actual, tanto externo como interno, esto es, hace referencia a una relación concreta del sujeto con su ambiente en el momento presente. Los procesos emocionales, como parte de los procesos afectivos, puede que no se encuentren presentes en todas las formas de vida, pero, como indica Damasio (1999), es seguro que sí que están presentes en diversas especies. Las emociones no son patrimonio exclusivo de la especie humana. Sin embargo, hay un aspecto que puede ser especialmente relevante, y es el que se refiere a la especial conexión existente entre las emociones y las ideas complejas, los valores, los juicios, etc., que, al menos en principio, parece que sólo poseemos los humanos. Esta circunstancia nos lleva a sugerir la relevancia que adquiere la dimensión subjetiva de la emoción; esto es, el sentimiento.

Sentimiento.- Hace referencia a la toma de conciencia respecto a la ocurrencia de una emoción. Cuando la emoción es considerada como proceso, y así tiene que ser considerada, el sentimiento es una fase o etapa en dicho proceso. Aunque no es necesario para poder hablar de proceso emocional, es imprescindible para que un individuo “sepa” que está experimentando una emoción. Hablar de sentimiento implica la referencia obligada a la consciencia. Así, filogenéticamente hablando, la emoción es un proceso anterior a la consciencia, ya que ésta es un producto de la propia evolución, que aparece cuando el cerebro adquiere la suficiente capacidad de desarrollo. Por ese motivo, cabe perfectamente hablar de emociones en los individuos de especies inferiores, sin que tengamos que admitir de forma obligatoria la existencia de sentimiento emocional en dichos individuos. En cuanto a la duración, entendido como percepción súbita de una emoción, el sentimiento emocional es muy breve, probablemente la más breve de las distintas formas de proceso afectivo. No obstante, el sentimiento puede dar lugar a una experiencia sostenida en el tiempo, apreciablemente más duradera incluso que el propio proceso emocional: el humor.

Consiguientemente, en sintonía con lo que proponen algunos autores (Izard, 1991; Plutchik, 1994; Lang, Bradley y Cuthbert, 1998; Damasio, 2000, entre otros), creemos que la emoción representa una forma más de adaptación al medio ambiente, ejecutada por aquellas especies que poseen en su bagaje genético la infraestructura apropiada para que los individuos de la misma lleguen a desarrollar y manifestar los procesos emocionales.

De acuerdo con la formulación de Damasio (1999), las emociones son complejas agrupaciones de respuestas químicas y neurales que conforman un patrón concreto. Todas las emociones desempeñan un importante papel regulador orientado a la adaptación del organismo, siendo el objetivo último ayudar para mantener la vida de dicho organismo. Si se mantienen en el bagaje genético de tantas especies es porque algún papel adaptativo tienen que cumplir, ya que, de no ser así, habrían ido desapareciendo a lo largo de la evolución.

Independientemente de las diferentes influencias sociales y culturales que ejercen sus efectos sobre el desencadenamiento y la expresión, las emociones son procesos biológicamente determinados, que dependen de la activación de estructuras neurales específicas. Tales estructuras neurales se distribuyen desde zonas subcorticales, concretamente desde el troncoencéfalo, hasta la corteza cerebral, pasando por las importantes estructuras del diencéfalo y el sistema límbico.

Aunque las emociones manifiestan sus efectos más visibles en el plano de las glándulas, vísceras y músculos, también repercuten de forma importante en los distintos procesos cognitivos en curso e inmediatamente siguientes a la ocurrencia de una emoción. Esta característica ha llevado a que, en algunas circunstancias, se proponga que la emoción es disfuncional, que repercute de forma negativa en el rendimiento y en la capacidad de adaptación de un organismo. Esta apreciación tiene que ser matizada. Es cierto, en primer lugar, que la emoción puede ser considerada que una suerte de resorte que perturba y que incluso puede llegar a detener todos los procesos que estaban en curso en el momento de su ocurrencia; es cierto también, en segundo lugar, que la emoción tiene capacidad para desorganizar la jerarquía de las eventuales respuestas y manifestaciones que el individuo tenía programadas para ser ejecutadas. Sin embargo, no es menos cierto que dicha desorganización ocurre a expensas de una nueva organización jerárquica, quizá más rudimentaria y estereotipada, pero organización al fin. Es decir, las emociones juegan un papel definido, con relevancia en las distintas formas de adaptación a las que se tiene que ceñir el ser humano. Las emociones tienen funciones. A pesar de que ha habido argumentos referidos a los efectos desorganizadores de la emoción (Dewey, 1895; Hebb, 1949); a pesar de que, en ocasiones, también se ha propuesto que las emociones tuvieron una función definida e importante en el pasado, pero ahora ya no cumplen ninguna función (Buss, Haselton, Shackelford, Bleske y Wakefield, 1998); lo bien cierto es que, como indican Keltner y Gross (1999), parece un hecho aceptado que las emociones tienen funciones en la actualidad porque las tuvieron en el pasado, y ese hecho ha permitido la consolidación de las mismas en el bagaje genético de las especies.

Así, desde un punto de vista biológico, parece evidente que las emociones poseen un valor extraordinario a la hora de entender cómo un organismo se adapta a las condiciones cambiantes de su medio ambiente. Las emociones poseen funciones, pues, si no fuera así, la propia selección natural habría ido progresivamente depurando su presencia, hasta hacerlas desaparecer por completo del bagaje genético de las especies. Las emociones se encuentran incluidas y forman parte de las conductas que nuestros antepasados llevaban a cabo cada vez que se enfrentaban a situaciones que podían suponer un peligro para su vida. Aunque se puede proponer que cada una de las emociones posee unas funciones particulares, creemos pertinente enfatizar en este momento que una de las funciones generales de las emociones tiene que ver con la flexibilidad que aportan a las conductas de un organismo cuando éste se enfrenta a situaciones que exigen una solución más o menos drástica y útil. De este modo, se incrementa la probabilidad de éxito, de adaptación y de supervivencia. Como es lógico, si poseen funciones, las presiones ambientales que dan lugar a la propia evolución han reafirmado su papel, permaneciendo en la dotación genética de las especies. Si, además, esas funciones tienen connotaciones de ayudar a solucionar problemas, de evitar peligros, etc., es lógico encontrar que entre las emociones básicas predominen aquellas comúnmente denominadas “emociones negativas”, que no tienen por qué ser negativas si su ocurrencia es homeostática y parsimoniosa, pero que devienen peligrosas para la salud física, mental y social de una persona cuando su ocurrencia es excesiva en frecuencia, intensidad o duración.

Existe, no obstante, una asociación entre la dimensión biológica y la dimensión cultural en la ocurrencia de las emociones. Así, estando presente en la dotación genética el mecanismo de las emociones básicas, cada una de ellas se activará como consecuencia del proceso de valoración, cuyo resultado es la significación referida a la función concreta de cada una de dichas emociones. Las influencias sociales y culturales que recibe cualquier persona a lo largo de su proceso de desarrollo van moldeando su patrón conductual básico, haciendo que se interiorice aquello que es socialmente aceptable, aquello que es injusto, etc. Consiguientemente, cuando una determinada persona lleva a cabo el análisis de la estimulación que está recibiendo, evalúa y valora las connotaciones de la misma; cuando, tras esos procesos, concluye que dicha situación tiene connotaciones asociadas a la función de alguna de las emociones básicas, en esa persona se activa el mecanismo biológico relacionado con dicha emoción.

Una de las perspectivas más fructíferas para entender las funciones de las emociones consiste en abordar su implicación adaptativa, delimitando cuáles son sus repercusiones, tanto positivas como negativas, en el funcionamiento biológico, psicológico y social de una persona. Queremos reseñar que hablamos de repercusiones positivas y negativas porque, aunque defendemos la funcionalidad de las emociones, esto es, defendemos la dimensión positiva de dichos procesos, no es menos cierto que, en ocasiones, se hace preciso ejercer alguna suerte de control o regulación voluntarios, tanto en la experiencia, cuanto en la expresión, ya que puede ocurrir un conflicto o incompatibilidad entre la necesidad o impulso biológico y la necesidad o exigencia social.

Con estos presupuestos, nuestra visión de la emoción se fundamenta en la relevancia de los componentes implicados en el proceso. La ocurrencia de cambios interdependientes y sincronizados en tales componentes tiene que ser considerada como la condición necesaria para la definición de emoción. De este modo, nuestra concepción de emoción es la siguiente: las emociones son procesos episódicos que, elicitados por la presencia de algún estímulo o situación interna o externa, que ha sido evaluada y valorada como potencialmente capaz de producir un desequilibrio en el organismo, dan lugar a una serie de cambios o respuestas en los planos subjetivo, cognitivo, fisiológico y motor expresivo; cambios que están íntimamente relacionados con el mantenimiento del equilibrio, esto es: con la adaptación de un organismo a las condiciones específicas del medio ambiente. Queremos enfatizar el término “episódicos” porque, aunque en ocasiones se llega a decir que cualquier organismo es siempre una entidad emocional, predomina de forma profusa la consideración de la emoción en términos fásicos, esto es, descargas más o menos intensas producidas en un momento puntual por la presencia de un estímulo concreto. Decir que un organismo es una entidad emocional puede ser correcto si se argumenta que: a) todo organismo tiene la capacidad para experimentar y expresar emociones, o b) todo organismo se encuentra siempre en un determinado estado afectivo. En la primera de las premisas se contempla la emoción como proceso afectivo básico, con connotaciones temporalmente breves y fásicas; en la segunda premisa no se hace referencia a la emoción, sino a otra dimensión afectiva -el humor, o estado afectivo actual de ese organismo-, por lo que, en este caso, se alude a una dimensión afectiva tónica, más estable y duradera, pero menos intensa, que la emoción. El humor o estado afectivo actual podría ser considerado como el fondo sobre el que se producirá el “disparo” de una emoción.

En este marco de referencia, estimamos que identificar las emociones con el sentimiento emocional sólo permite el estudio parcial del proceso emocional. Parece más productivo estudiar el proceso emocional desde una perspectiva más elemental y básica, aquella que tiene que ver con lo que es común y compartido por múltiples especies. Lo que tratamos de decir es que el sentimiento emocional, aunque es imprescindible para tomar conciencia de que ocurre una emoción, no es necesario para que podamos hablar de ocurrencia de un proceso emocional.


 

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[1] Es un error sistemático en Zajonc: equipara la cognición con el procesamiento consciente.

[2] En el plano de las Emociones básicas, también existe una cierta controversia respecto al número y cualidad de las emociones que podrían ser consideradas con el calificativo de “básicas”, complicando, más si cabe, el complejo ámbito de los procesos emocionales.

[3] En las especies menos desarrolladas de la escala filogenética, ese proceso afectivo básico, que se desplaza a lo largo de un continuo que va desde lo más gratificante hasta lo menos gratificante, tiene connotaciones de supervivencia: evitar a los depredadores y conseguir la reproducción.

 

 

 

 


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