VOLUMEN: VI NÚMERO: 16

 

Diferenciación emocional y psicopatología: La hipótesis de la acentuación somática

Jaime Silva C. y René Gempp F.

Laboratorio de Neurociencia Afectiva y Psicopatología

Facultad de Psicología, Universidad Mayor

 

Agradecimientos:  Los autores desean agradecer a la Dra. María Martina Casullo

 y a la Mg. Eugenia Vinet, por su colaboración en la adaptación de los instrumentos

 utilizados. También agradecemos a las psicólogas María Isabel Mardones

 y Lorena Ferrada, por su participación en la recolección de datos.

 

Introducción

El  aspecto teórico en el que existe mayor aquiescencia entre los estudiosos de las emociones es su naturaleza compuesta (Ekman & Davidson, 1994).  Las emociones no son fenómenos que pueden reducirse a un componente unitario o celular. Contrario a ello, son el resultado emergente de la acción de múltiples elementos constituyentes que las caracterizan como tales.

Desde la experiencia subjetiva hasta la conducta expresiva, numerosos elementos han sido propuestos como ingredientes del afecto (Ortony & Turner, 1990; Scherer, 2000).  Al mismo tiempo, las investigaciones del área han debido descomponer el comportamiento emocional para su estudio científico (Davidson, 1988; Russell & Feldman Barrett, 1999) y una enorme diversidad de métodos de estudio han sido desarrollados para comprender y explicar los fenómenos asociados a la respuesta afectiva (Cacciopo & Gardner, 1999).

Un aspecto de la emoción que ha recibido gran atención de parte de los investigadores es la regulación emocional (RE). Existe una considerable diversidad de definiciones ofrecidas para la RE; quizá una de las más citadas es la propuesta por Thompson (1994) quien sostiene que ésta incluye los procesos intrínsecos y extrínsecos responsables del monitoreo, evaluación y modificación  de las reacciones emocionales para alcanzar una meta personal.  Gross (1998a) enfatiza que la RE incluye las estrategias dirigidas a suprimir, mantener o aumentar un estado emocional en curso.

Parte de este creciente interés se debe al amplio reconocimiento de que la RE juega un importante rol en el desarrollo y mantención de trastornos psicopatológicos en adultos e infantes (Bradley, 2000; Kopp & Neufeld,  2003). La RE  ha mostrado tener una relación substancial con trastornos como la Depresión (Davidson, et. al. 2002), con alteraciones del comportamiento alimentario (Polivy & Herman, 1999; Silva,  et al., 2002; Silva, en prensa) y con la salud mental en general (Gross & Muñoz, 1995).   Se desconoce, sin embargo, el estatus etiológico de los procesos asociados a la RE en cuadros psicopatológicos, siendo la mayor parte de las veces propuesta como una variable más dentro de una constelación de eventos y fenómenos desencadenantes.

Gross y sus colegas (para una revisión ver Gross, 2002) han desarrollado un amplio programa de investigación que muestra las múltiples consecuencias para la salud metal y física que tiene el uso de distintas estrategias de regulación emocional. Esta clase de estudios sugiere que alteraciones de la RE por sí mismas podría causar el desarrollo de trastornos psicológicos.

 

Regulación Afectiva y Diferenciación Emocional

Según la influyente Teoría del afecto-como-información de Schwarz & Clore (1983; 2003) las emociones tienen la función de “informar” acerca del cómo la situación debe ser apreciada. En general, dicho modelo sugiere que el componente subjetivo de la respuesta emocional tiende a ser experimentado como respuesta ante el evento contingente a dicha reacción (Clore & Ortony, 2000). Shweder (1994) sostiene que esta característica de la respuesta emocional se debe a su funcionamiento como sistema interpretativo. Así,  la experiencia subjetiva relacionada a una emoción, no sólo informa al sujeto respecto de su situación actual, en torno a un objeto de emoción, sino que además es producto de una construcción lingüística que le da el carácter de experiencia afectiva. Por ello, ciertas emociones pueden ser experimentadas como tales mientras que las mismas emociones pueden ser experimentadas como cambios corporales no emocionales. De hecho, aun cuando la activación emotiva pueda alcanzar alta intensidad, no necesariamente el sujeto que la experimenta se percatará conscientemente de esa emoción (Bonanno, 2001). Lewis (1993) ha conceptuado esta discrepancia como la diferencia entre estado y experiencia emocional. El estado emocional correspondería a la constelación de cambios somáticos, expresivos y neurofisiológicos que acompañan a una emoción, los que pueden o no ser objetos de la apreciación cognitiva. La experiencia emocional, en cambio, involucra la actualización del sistema interpretativo, de tal modo de referir aquellos cambios a la propia identidad y de acuerdo a una conceptuación emocional (e.g. “me siento triste”). Así, los estados emocionales son transformados en experiencias emocionales siempre y cuando sean incluidos en una red de significados relativos al sí mismo, lo cual implica necesariamente la participación de la autoconciencia en el fenómeno afectivo (Zagmutt & Silva, 1999).

En este sentido, las propuestas iniciales (Scheier & Carver, 1977) sostenían que la autoconciencia tenía la propiedad de aumentar un estado emocional cuando éste era apreciado. No obstante, estudios posteriores (Silvia, 2002a; Silvia 2002b) han revelado que la autoconciencia, en interacción con los estándares emocionales, determinan la magnitud e intensidad con que una emoción se experimenta y/o expresa.

Este tipo de datos muestran que para llevar acabo una regulación consciente de los afectos, las personas deben experimentar los estados emocionales como parte de nociones generales y/o específicas respecto de sí mismas y su reactividad emocional (incluyendo los estándares afectivos). Por ejemplo, una persona que experimenta una fuerte sensación de vergüenza interpretará todos los cambios somáticos (e.g. aumento de la tasa cardiaca, aumento de la frecuencia respiratoria, sudoración) y expresivos (e.g. rubor) como parte de un estado interno asociado a determinadas cogniciones respecto de sí mismo (e.g. “hice algo inadecuado”) y de su propia reactividad (e.g. “me siento avergonzado”). Luego, como parte de este proceso emocional, la persona iniciará un proceso de RE, que mitigue la experiencia sentida (e.g. “debo pedir disculpas”). Una vez trasformado el estado emocional en una experiencia las personas pueden desarrollar modos complejos de regular dichos afectos. Estos han sido descritos como parte de un procesamiento emocional controlado (Ochsner & Feldman Barret, 2001) debido a que demandan un esfuerzo a diferentes niveles, incluyendo la atención. 

 

El reconocimiento de las emociones tiene un alto valor adaptativo ya que, según la Teoría del afecto-como-información, la afectividad orienta la acción para superar o afrontar la adversidad, permitiendo que ésta puede ser apropiadamente dirigida en procura de las metas relacionadas. En el ejemplo anterior, la persona puede regular su afecto negativo centrando su atención en el cómo reparar su comportamiento inoportuno (e.g. “ofreciendo una disculpa”). En cambio, si la persona distingue pobremente sus estados internos, también sus mecanismos de regulación estarán menos desarrollados (incluirán menos componentes afectivos). En el mismo ejemplo, una persona con menor delimitación de sus emociones intentaría no ruborizarse y focalizaría toda su atención en ello.  En este caso, la persona intentaría regular la manifestación somática de la emoción, sin tomar en cuenta otros elementos que guíen la acción.

Existe evidencia reciente que apoya la formulación antes descrita. Un estudio mostró que la habilidad de distinguir emociones personales tiene directa consecuencia en la probabilidad que un individuo inicie un proceso de regulación (Feldman Barrett, Gross, Conner, & Benvenuto, 2001). En este sentido, cuanto más hábil se es en diferenciar un estado interno y experimentarlo como una emoción, mayor posibilidad se tiene de regular aquella experiencia.  Tal como lo ha demostrado Gross (1998b) cuando no se utilizan estrategias de regulación, la experiencia de emociones negativas aumenta considerablemente su intensidad. Así, las personas con dificultad en distinguir estados emocionales, al ser menos hábiles en regularlos, experimentarían afectos menos controlables y, muy probablemente, con mayor intensidad. 

Un caso extremo de indiferenciación emocional estaría representado en el llamado fenómeno de disociación emocional (Bonanno, 2001). Newton, & Contrada (1992) han descrito el caso de personas que bajo ciertas circunstancias no reportan ninguna experiencia emocional consciente aun cuando sus respuestas fisiológicas y expresivas muestran lo contrario. Se ha especulado en relación a lo anterior, que una forma de regulación emocional automática podría ocurrir en estos casos, siendo así una vía adaptativa de lidiar con eventos excesivamente desafiantes para el individuo. Aunque se sostiene que tal forma de regulación basada en la disociación no es necesariamente negativa para los sujetos, la ocurrencia de síntomas somáticos observada en tales personas ha sido interpretada como una probable consecuencia adversa.

En suma, los estudios expuestos pueden resumirse en dos ideas centrales:  (a) la capacidad de un individuo para regularse afectivamente, influye en la generación y mantención de psicopatología y (b) la RE requiere de un grado previo de diferenciación emocional.  Resulta lógico proponer, entonces, que la diferenciación emocional tiene un efecto indirecto sobre el nivel de psicopatología que presente un individuo.  La hipótesis central de este estudio, es que las personas que tienen una delimitación pobre de sus estados emocionales se involucrarán menos en procesos de RE y, por lo mismo, experimentarán más síntomas psicopatológicos.

La hipótesis que explora nuestro equipo de investigación, es que el efecto de la diferenciación emocional sobre la psicopatología no está circunscrito a un trastorno específico, sino que, por el contrario, su influencia debería manifestarse en una amplia gama de síntomas psicopatológicos asociados a distintas alteraciones mentales. De este modo, lejos de ser un elemento relacionado a una categoría diagnóstica unitaria (como la Depresión) un déficit en la diferenciación emocional debería influir en la emergencia de diversos síntomas psicopatológicos de un modo inespecífico. Evidentemente, si la RE tiene una consecuencia sobre la salud mental en general (Gross & Muñoz, 1995) y la diferenciación emocional es un componente del proceso de regulación de los afectos (Gross, 1998a), la alteración de ésta debería afectar de modo genérico al dominio emocional e influenciar así, a través de diversas sendas, a diferentes trastornos mentales.

Si la hipótesis anterior es verdadera, los individuos con menor capacidad para diferenciar sus emociones deberían presentar mayores índices de psicopatología que los sujetos que diferencien mejor.  En la práctica, esto debería reflejarse en una correlación lineal negativa entre la intensidad de la sintomatología psicológica y el nivel de diferenciación afectiva, que sea independiente de la categoría diagnóstica a la que dichos síntomas se refieran.

 

La hipótesis de la acentuación somática

Una hipótesis complementaria a la anterior, que hemos denominado “hipótesis de la acentuación somática” (HAS), propone que la asociación entre indiferenciación emocional y psicopatología se reflejará con mayor intensidad en los síntomas de naturaleza somática que en aquellos puramente psicológicos.

La HAS se sostiene teóricamente en los planteamientos de la Teoría del afecto-como-información (Schwarz & Clore, 1983; 2003), en el concepto de emoción como sistema interpretativo (Shweder, 1994) y en los conceptos de estado y experiencia emocional (Lewis, 1994).  De acuerdo a estos modelos teóricos, aun cuando la respuesta expresiva y fisiológica emocional puede ocurrir sin que la persona experimente conscientemente una emoción, una vez activada dicha respuesta, el individuo tendría que, necesariamente, interpretar su experiencia subjetiva de algún modo.  Si toda la actividad cardiaca, respiratoria, y somática en general, propia del estado emocional, es iniciada, esta debería ser interpretada y atribuida en relación a alguna causa que puede o no estar ligada a un afecto.  Teóricamente, podemos suponer, que la actividad relacionada a los componentes somáticos y expresivos aumentará su saliencia en la medida que acontece sin una atribución de causalidad emocional. Así, desde nuestra perspectiva, la ocurrencia de síntomas físicos, más que representar la consecuencia negativa de la falta de diferenciación (y en este sentido nuestra perspectiva es ligeramente distinta a la de Bonanno, 2001), evidencia la acentuación en la consciencia del sujeto de experiencias somáticas que no son atribuidas a la emocionalidad personal. De esta manera, la HAS propone que los componentes somáticos y expresivos de un estado emocional, cuando no son atribuidos a una experiencia emocional (o lo son vaga e indiferenciadamente), son vividos como síntomas físicos por el individuo.  Una diferenciación emocional pobre implica, precisamente, la dificultad para atribuir la actividad somática expresiva al dominio emocional.  De esta manera, la HAS complementa la hipótesis principal de este estudio:  si tomamos en cuenta que la dificultad en diferenciar emociones tienen como consecuencia que la regulación que se puede ejercer sobre ellas está mermada, podemos anticipar que cuando los estados emocionales no son trasformados en experiencias emocionales, no sólo se acentuarán los componentes expresivos y somáticos, sino que además éstos estarán pobremente regulados.  Cuando esto suceda, se acentuará la manifestación de psicopatología.

Si la HAS es verdadera, la sintomatología de naturaleza puramente somática mostrará una correlación más alta con la indiferenciación emocional, que la sintomatología de origen no somático.  Es decir, que si distinguimos entre síntomas psicopatológicos de naturaleza somática y no somática, los primeros, debido a su saliencia, serán reportados con mayor frecuencia cuando menor sea el nivel de diferenciación emocional del individuo.

Método

Participantes

La muestra empleada en esta investigación corresponde a 482 estudiantes universitarios, seleccionados de manera no probabilística.  Del total de la muestra, el 47.7% fueron hombres, mientras el 52.3% restante mujeres.  El rango de edad fluctuó entre los 17 y los 29 años, con una media de 20.88 años (d.s.=2.11).  La mayoría de los estudiantes cursaba los niveles iniciales de sus respectivas carreras, las que se agrupaban en las áreas de ciencias de la salud (18.4%), ciencias de la ingeniería (27.7%), ciencias de la educación (30.1%) y ciencias sociales y humanidades (23.8%).

 

Instrumentos

Diferenciación emocional.  Para medir el nivel de diferenciación emocional se utilizó una subescala de la Escala de Alexitimia de Toronto Abreviada [TAS-20], (Bagby, Parker y Taylor, 1994), en su versión adaptada para Chile (Gempp y Silva, 2003).  La TAS-20 está integrada por 20 ítems, que pretenden medir tres dimensiones de la alexitimia: dificultad para describir sentimientos a los demás, pensamiento orientado a lo externo y dificultad para identificar sentimientos y diferenciarlos de las sensaciones corporales o fisiológicas que acompañan la activación emocional.  Esta última escala, compuesta por los ítems 1, 3, 6, 7, 9, 13 y 14 fue empleada como una medida indirecta de diferenciación emocional. Ejemplos de ítems representativos son “A menudo me encuentro confundido sobre cuál es la emoción que estoy sintiendo” (ítem 1), “Cuando estoy mal, no sé si estoy triste, asustado o enojado” (ítem 6) o “Tengo sentimientos que no puedo identificar” (ítem 9).  Frente a cada ítem, el sujeto debe indicar su grado de acuerdo o desacuerdo, empleando un formato tipo Likert, de cinco opciones, acotado por los términos (“Totalmente de acuerdo”, “Moderadamente de acuerdo”, “Ni de acuerdo ni en desacuerdo”, “Moderadamente en desacuerdo” y “Totalmente en desacuerdo”.  Cada ítem proporciona un mínimo de uno y un máximo de 5 puntos, mientras los puntajes totales mínimo y máximo de la subescala oscilan entre 7 y 35 puntos.  Para efectos de esta investigación, la puntuación original fue invertida, de tal manera que un mayor puntaje indique  un nivel más alto de diferenciación emocional y un menor puntaje refleje la dificultad para diferenciar entre estados somáticos y sensaciones fisiológicas. 

Inventario de Síntomas de Derogatis, Revisado (SCL-90-R).  Se empleo la versión revisada del SCL-90-R (Derogatis, 1994), en su adaptación chilena (Gempp, 2003).  Este inventario fue desarrollado originalmente para evaluar la presencia de síntomas psicopatológicos a través de auto-reporte.  Está conformado por 90 ítems, cada uno de los cuales corresponde a un síntoma o malestar específico frente al cual el sujeto debe indicar con qué frecuencia lo ha experimentado durante la última semana, empleando las opciones: “Nada” (0 puntos), “Muy poco” (1 punto), “Poco” (2 puntos), “Bastante” (3 puntos) y “Mucho” (4 puntos). Las investigaciones desarrolladas con el inventario han comprobado que la estrategia de solicitar al respondiente una estimación de la cuantía de los malestares experimentados durante la última semana, constituye un procedimiento válido para detectar patrones psicopatológicos (Derogatis, 1994).  En este sentido, el SCL-90-R permite evaluar nueve dimensiones primarias de síntomas psicopatológicos (somatizaciones, depresión, obsesiones y compulsiones, sensitividad interpersonalansiedad, hostilidad, ansiedad fóbica, ideación paranoide y psicoticismo) y entrega, además, tres índices globales de malestar psicológico: el índice global de severidad, el índice positivo de malestar y el total de síntomas positivos) (Derogatis, 1994).

La escala de Somatización (12 ítems) evalúa la presencia de malestares asociados con diferentes disfunciones corporales (cardiovasculares, gastrointestinales y respiratorias). La escala de Depresión, está por su parte, está formada por 13 ítems, que representan una muestra de las principales manifestaciones clínicas de un trastorno de tipo depresivo: estado de ánimo disfórico, falta de motivación, poca energía vital, sentimientos de  desesperanza e ideaciones suicidas,  entre otros.   De igual manera, la escala de Obsesiones y compulsiones (10 ítems) incluye diversos síntomas que se identifican con el síndrome clínico del mismo nombre: pensamientos, acciones e impulsos que son vivenciados como imposibles de evitar o no deseados.  La escala de Sensitividad interpersonal (9 ítems), por otro lado, intenta detectar la existencia de sentimientos de inferioridad e inadecuación, en particular cuando la persona se compara con sus pares.  La escala de Ansiedad (10 ítems) verifica la presencia de síntomas que van desde el simple “nerviosismo”, tensión hasta los ataques de pánico.  La escala de Hostilidad (6 ítems) evalúa la frecuencia con que la persona ha experimentado cogniciones, emociones y conductas de enojo y/o agresión hacia otros. La escala de Ansiedad fóbica (7 ítems) alude a una respuesta persistente de miedo (a personas específicas, lugares, objetos, situaciones) que es en sí misma irracional y desproporcionada en relación con es estímulo que la provoca.  La escala de Ideación paranoide (6 ítems) evalúa principalmente ideaciones paranoides, expresadas a través de suspicacia y temor a perder la autonomía.  El último término, la escala de Psicoticismo, está integrada por 10 ítems representan el constructo en tanto dimensión continua de la experiencia humana.  En este sentido, incluye síntomas referidos a estados de soledad, estilo de vida esquizoide, alucinaciones y control de pensamiento.

 

Procedimiento

Los estudiantes respondieron los instrumentos en el contexto de un estudio más amplio sobre salud mental y alexitimia.  Se les contactó en horario de clases y se les invitó a colaborar voluntariamente en un estudio destinado a “analizar la conducta de las personas y cómo éstas se ven a sí mismas”. Todos los estudiantes respondieron de manera anónima y no se entregó ninguna gratificación por la participación en el estudio.

Resultados

El análisis de los datos comenzó computando los estadísticos descriptivos y la fiabilidad por consistencia interna de cada uno de los instrumentos utilizados en el estudio.  Como se puede observar en la Tabla 1, los coeficientes alfa de Cronbach para todas las escalas indican niveles aceptables de fiabilidad.  Dado que las distintas escalas del SCL-90-R tienen un número desigual de ítems, el puntaje total de cada una fue calculado como el promedio, en lugar de la suma, de los ítems que la componen. Este sistema de puntuación arroja valores en el rango de 0 a 4 puntos, que pueden interpretarse como el promedio de veces que un grupo específico de síntomas fue experimentado durante la última semana. Como los valores promedio de las escalas del SCL-90-R van desde M=0 a  M=1.38, los datos de la Tabla 1 permiten concluir que los participantes de la muestra tienden a reportan, en promedio,  Nada o Muy pocos síntomas.  Por otro lado, los valores máximos para cada escala sugieren que todas las constelaciones sintomáticas fueron experimentadas con Bastante o Mucha frecuencia por algunos miembros de la muestra.  Confirmando lo anterior, las altas desviaciones típicas, en relación al promedio, y la diferencia entre los valores mínimo y máximo para cada escala, indican que los diferentes grupos sintomáticos presentaron un alto grado de variabilidad entre los miembros de la muestra. 

 Puntajes mínimo, máximo, medias, desviaciones típicas y consistencia interna de las escalas del SCL-90-R y de la subescala de Diferenciación Emocional

Tabla 1: Puntajes mínimo, máximo, medias, desviaciones típicas y consistencia interna de las escalas del SCL-90-R y de la subescala de Diferenciación Emocional

 

Para determinar posibles diferencias en los niveles de psicopatología y de diferenciación emocional entre hombres y mujeres, se calcularon pruebas t de student para grupos independientes, que son presentadas en las Tabla 2.  Sólo se observan diferencias significativas en los niveles de Hostilidad (t=2.54; p=0.01) y de Diferenciación emocional (t=2.08;  p=0.03).  En breve, los resultados muestran que los hombres tienden a externalizar un nivel de hostilidad levemente mayor (M=0.96; ds=0.66) que las mujeres (M=0.81; ds=0.61), y que éstas últimas parecen más capaces de diferenciar entre sensaciones corporales y emociones (M=25.01; sd=6.70) que los varones (M=23.73; ds=6.89) 

 Promedios, desviaciones típicas y pruebas t de Student para escalas del SCL-90-R y de la subescala de Diferenciación Emocional

Tabla 2: Promedios, desviaciones típicas y pruebas t de Student para escalas del SCL-90-R y la subescala de Diferenciación Emocional

 

Para explorar la primera hipótesis del estudio, esto es, la existencia de una relación lineal negativa entre el nivel de diferenciación emocional y el auto-reporte de síntomas psicopatológicos, se obtuvo la correlación producto-momento de Pearson entre la diferenciación emocional y las distintas escalas de psicopatología medidas por la SCL-90-R.  Además, y para comprobar si esta relación era moderada por el género de los participantes, se calcularon también las correlaciones por separado para hombres y mujeres.  Con posterioridad y para determinar si las correlaciones observadas diferían significativamente entre cada género, las correlaciones fueron comparadas siguiendo el procedimiento de Fisher.  Todos estos resultados se presentan en la Tabla 3.

 Correlaciones bivariadas

Tabla 3: Correlaciones bivariadas

 

El examen de la Tabla 3, indica que todas las constelaciones psicopatológicas, sin excepción, correlacionan significativa y negativamente con el nivel de diferenciación emocional.  Ello indica que aquellos participantes que reportan mayor dificultad para reconocer sus emociones y diferenciarlas de las sensaciones somáticas presentan, a la vez, mayor cantidad de malestar psicológico y psicopatología.  En la muestra total, el rango de correlaciones se encuentra entre r=-.31  y r=-.47, indicando que los distintos síntomas psicopatológicos correlacionan moderadamente alto con la diferenciación emocional.  Por otro lado, los resultados indican que estas correlaciones tienden a ser más intensas para las mujeres y de menor magnitud para los varones.  En específico, se observa que la correlación entre psicopatología y diferenciación emocional es significativamente más alta para las mujeres en el caso de los síntomas asociados a la Depresión (p=0.002), Obsesiones y compulsiones (p<0.001), Sensitividad interpersonal (p=0.01), Ansiedad (p=0.02) y Ansiedad fóbica (p=0.02).

Para facilitar la interpretación de los resultados, el perfil de correlaciones entre diferenciación emocional y las constelaciones sintomatológicas, ha sido graficado en la Figura 1.  Es interesante observar como el perfil de correlaciones para hombres y mujeres presenta una forma similar, sugiriendo que, con la excepción de los síntomas somatomorfos, la relación entre diferenciación emocional y psicopatología, sigue el mismo patrón para hombres y para mujeres.  En efecto, los mismos grupos sintomáticos que exhiben las correlaciones más altas con la diferenciación emocional en las mujeres, son los que muestran las correlaciones más altas con esta variable en el caso de los hombres.  Lo mismo ocurre en el caso de las correlaciones más bajas.

 Perfil de correlaciones bivariadas

Figura 1: Perfil de correlaciones bivariadas

 

En línea con lo anterior, los resultados parecen indicar que la diferenciación emocional y la psicopatología se relacionan de la misma manera en hombres y en mujeres, pero que, en éstas, la diferenciación emocional tiene mayor poder explicativo de la varianza asociada a las variables  psicopatológicas.  En otras palabras, la diferenciación emocional parece jugar un rol más importante para las mujeres, en la explicación de la psicopatología.  Está conclusión sería válida principalmente para la Depresión, Obsesiones y compulsiones, Sensitividad interpersonal, Ansiedad y Ansiedad fóbica, que son las variables cuya correlación difiere significativamente entre las mujeres y los varones.

Para someter a verificación la hipótesis de la acentuación somática, clasificamos los ítems de la SCL-90-R de acuerdo a la naturaleza de su contenido, según éstos reflejaran sintomatología somática o no somática.  A modo de ejemplo el, ítem “Mi corazón late muy fuerte, se acelera” se clasificó como somático, mientras el ítem “Miedo a los espacios abiertos o a las calles” fue considerado no somático.  Con posterioridad, se calculó el promedio de los ítems somáticos y no somáticos, para obtener un puntaje total de cada tipo de sintomatología.  Los ítems 1, 4, 12, 27, 40, 42, 48, 49, 52, 53, 56, 58, 05, 14, 20, 71, 02, 17, 39, 57, 78, 70 y 87 fueron incluidos en la escala de sintomatología somática, mientras los ítems  3, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 13, 15, 16, 18, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 28, 29, 30, 31, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 41, 43, 45, 46, 47, 50, 51, 54, 55, 61, 62, 63, 65, 67, 68, 69, 72, 73, 74, 76, 77, 79, 80, 81, 82, 83, 84, 85, 86, 88 y 90 formaron parte de la escala de sintomatología no somática.

De acuerdo a la hipótesis de la acentuación somática, era esperable que el nivel de diferenciación emocional mostrara una correlación más alta con el total de síntomas somáticos que con los síntomas no somáticos.  Los resultados confirmaron este supuesto, obteniéndose un r=-.52 entre diferenciación emocional y sintomatología somática y un r=-.45 entre diferenciación emocional y sintomatología no somática, que resultan significativamente diferentes entre sí (z=-2.18; p=.01).

Para profundizar en este análisis, se computaron correlaciones parciales entre el nivel de diferenciación emocional y la sintomatología somática, controlando el efecto de la sintomatología no somática, y entre diferenciación emocional y sintomatología no somática, controlando el efecto de la sintomatología somática.  Además, ambos análisis fueron realizados para la muestra total y para hombres y mujeres por separado.  Los resultados se presentan en la Tabla 4.

  Correlaciones simples y parciales

Tabla 4: Correlaciones simples y parciales

Del análisis de las correlaciones parciales de la Tabla 4 se desprende que, para la muestra total, la diferenciación emocional correlaciona más alto con la sintomatología somática que con la no somática, lo cual tiende a apoyar la hipótesis de la acentuación somática.  Al tomar en cuenta el género de los sujetos, se observa que el efecto anterior es más alto para los hombres que para las mujeres.

 

Discusión

La diferenciación emocional ha mostrado ser una importante variable para la RE. La trasformación de estados en experiencias emocionales exige la delimitación y organización de la actividad somática, expresiva y cognitiva (por nombrar algunas) en modelos o teorías mentales respecto de la reactividad emocional personal (sistema interpretativo). Este esfuerzo cognitivo requiere la participación de la autoconciencia, lo cual posibilita la atribución de dicha reactividad al sí mismo. Así, aunque existieran estados emocionales comunes para todas las personas de todas las culturas (emociones básicas), la experiencia de ellos puede variar considerablemente. Variables culturales, como los estándares de expresión apropiada de las emociones, tienen una importante influencia en la experiencia de los afectos involucrados. Así, las diferencias individuales y culturales en la construcción de la experiencia emocional son un factor central a considerar en el estudio de las emociones, su regulación y diferenciación.

En el nivel de las diferencias individuales, los resultados de nuestro estudio muestran que la diferenciación emocional efectivamente está asociada a la psicopatología. Dicha relación implica que cuando la delimitación de los afectos es más rudimentaria, aumenta la posibilidad de ocurrencia de sintomatología psicológica. Esta correspondencia parece no obedecer a categorías diagnósticas definidas sino que más bien responde a una relación indiferenciada que abarca un amplio espectro sintomático. De este modo, cuando las personas tienden a experimentar sus emociones indiferenciadamente aumenta la frecuencia de ocurrencia de sintomatología psicológica en múltiples marcadores psicopatológicos.

Por otro lado, tal como predice la HAS, las personas que diferencian pobremente sus estados internos afectivos reportan mayor incidencia de síntomas físicos. Así mismo, las personas que distinguen con mayor especificidad sus afectos presentan menos síntomas físicos (y mentales). Es decir, habiendo clasificado las respuestas de los individuos en somáticas y no-somáticas, estas últimas influencian fuertemente la relación entre psicopatología y diferenciación emocional, sugiriendo una acentuación en la consciencia  del individuo de la ocurrencia de fenómenos de tal constelación. Tal como vimos, el componente subjetivo de las emociones informa al individuo del objeto (origen externo o interno) de su experiencia. El comportamiento se organiza en torno a tal objeto favoreciendo metas y planes destinados a enfrentar o lidiar con él. Si este componente subjetivo no alcanza a ser interpretado como una experiencia emocional, es probable que el individuo perciba otros componentes del estado emocional, en especial los somáticos, como alteraciones de su normal devenir. Obviamente, tal como muestran nuestros resultados, dependiendo del grado de indiferenciación será el grado de acentuación de la esfera somática.

Los datos de nuestro estudio muestran que diferenciación emocional esta relacionada con el reporte de síntomas psicopatológicos y que los síntomas somáticos juegan un rol importante en dicha relación. Sin embargo, consideraciones de género son importantes de cualificar. En primer lugar, la relación entre psicopatología y diferenciación emocional es más robusta en mujeres. Tal como lo revelan los resultados, son las mujeres las que refieren más síntomas psicológicos cuando tienen bajos niveles de diferenciación. Aun así, esto no significa que dicha relación no exista en hombres, sino que al parecer es más específica para la somatización. En otras palabras, en hombres, el principal problema asociado a bajos niveles de diferenciación emocional sería la aparición de síntomas físicos. Congruente con las diferencias asociadas al género en el desarrollo emocional, las cuales facilitan a las mujeres la exploración del dominio afectivo (Brody, 1999), la hipótesis de acentuación somática es especialmente evidente en hombres. En ellos el reporte de síntomas somáticos es significativamente mayor cuando hay bajos niveles de diferenciación. Esto sugiere que los hombres tienden con mayor frecuencia a interpretar somáticamente sus afectos en condiciones de baja diferenciación emocional. Probablemente las diferencias de género aludidas se actualizan en una menor habilidad de los hombres para distinguir los estados afectivos internos, inclinándose por interpretaciones no-emocionales de sus estados afectivos.

Con estos datos se puede sugerir que la diferenciación emocional puede ser utilizada como un índice de salud mental, aun cuando es necesario un cúmulo significativo de investigación y desarrollo al respecto. Además, debido a que la diferenciación emocional es una habilidad teóricamente entrenable, y teniendo en cuenta la relación reportada entre psicopatología y diferenciación, sería de suma importancia explorar si el diseño de estrategias terapéuticas destinadas a favorecer dicha habilidad, son capaces de modificar el nivel actual de psicopatología de los individuos. El carácter correlacional de nuestra investigación nos impide establecer causalidad en la relación aludida, sin embargo podemos sugerir que el aumento de la capacidad de discriminar y diferenciar el mundo afectivo personal se acompañará de una disminución de reportes de sintomatología psicológica. Lo interesante es que, independiente del trastorno mental implicado, algún nivel de remisión sintomática debiera ocurrir si los afectos son mejor identificados por el sujeto.

Lo anterior debiera además estar relacionado con el nivel de especificidad del problema de diferenciación. En efecto, sería interesante investigar si la diferenciación emocional en el nivel individual tiende a abarcar el dominio emocional en general, o se circunscribe a clases de emociones según algún parámetro determinado, por ejemplo su valencia, intensidad, contexto de activación, dimensión a la que pertenece, etc. Es decir, es perfectamente posible que la diferenciación emocional para algunos individuos este mermada  con relación a  todo tipo de experiencia emocional, ya sea emociones básicas, auto-conscientes, negativas, positivas, etc. Sin embargo, es posible también que un individuo tenga problemas de diferenciación para emociones específicas, como la rabia, o dominios emocionales específicos, como por ejemplo emociones auto-conscientes. No es posible discernir este tipo de interrogantes con la investigación presentada, sin embargo podemos anticipar que, cualquiera sea el grado y nivel de especificidad del problema de diferenciación, el efecto en la ocurrencia de síntomas psicopatológicos será acorde a tal grado de indiferenciación y en un nivel de especificidad correspondiente. Así por ejemplo, cuanto menor sea la diferenciación en una dimensión emocional, (e.g. emociones negativas de evitación) mayor será la ocurrencia de síntomas psicopatológicos asociados a tal dimensión (e.g. ansiedad, tristeza, aislamiento, etc).  Del mismo modo, cuanto menor sea la diferenciación en una emoción específica (por ejemplo rabia) mayor será la ocurrencia de síntomas psicopatológicos asociados a tal afecto (por ejemplo agresión). Como se mencionó, todos estos supuestos requieren de futuras investigaciones para su evaluación.

La investigación que presentamos comparte los problemas asociados a todo estudio que incluye auto-reportes y un enfoque correlacional. Éste sólo nos permite sugerir la asociación de las variables estudiadas pero en ningún caso podemos asignar un estatus de causalidad de la diferenciación emocional sobre la psicopatología. Por ello, se requieren de estudios que superen estas falencias, de tal modo probar experimentalmente la relación de las variables aludidas. Un contexto prometedor a este respecto es el campo de la Neurociencia Afectiva, que ha demostrado ser un espacio particularmente eficaz en el esclarecimiento de las propiedades y principios que regulan la respuesta emocional humana en general (Silva, 2003a; Davidson & Sutton, 1995), y la regulación emocional en particular (Silva, 2003b). Mediante la manipulación experimental de las emociones y el registro biológico de ellas se elude parte de los problemas sugeridos (Davidson, et al. 2002; Ochsner et al. 2002; Schaefer et al. 2002). Por ejemplo el uso de la Respuesta de Alarma (Lang, Bradley, &. Cuthbert, 1990) ha permitido estudiar los procesos de regulación emocional sin tener que depender de medidas menos fiables como el auto-reporte (Larson, Sutton, & Davidson 1998; Jackson, et al. 2000).

Finalmente, aun cuando los auto-reportes utilizados se refieren a experiencias vividas durante el último tiempo, las medidas que hemos utilizado no dan cuenta de los fenómenos emocionales en curso. Es por ello, aunque los resultados son concordantes con la hipótesis de acentuación somática, no constituyen una confirmación definitiva de la misma, sino tal sólo evidencia marginal de ella. Se requieren investigaciones que efectivamente induzcan actividad emocional, donde se verifique experimentalmente tal hipótesis. Sin embargo creemos que parte del valor de la conceptualización y los datos presentados en este reporte se centran sencillamente en la formulación del supuesto de acentuación somática.   

Como se sugirió, la dirección futura de esta línea de investigación debiera resolver el problema básico de la relación entre diferenciación emocional y psicopatología y, en especial, con síntomas físicos (hipótesis de acentuación somática). Aunque sostenemos que la influencia de la diferenciación emocional en la psicopatología es inespecífico (es decir no se circunscribe a una clase de trastornos) es importante dilucidar su participación en los desordenes de mayor prevalencia. Por ello, se debiera establecerse la participación de los proceso de diferenciación en el desarrollo y mantención de los Trastornos por Ansiedad y Depresión. Finalmente, si es posible develar el mecanismo a través del cual una baja diferenciación emocional favorece el desarrollo de alteraciones mentales, nos encontraremos en una posición adecuada para el desarrollo de técnicas de tratamientos congruentes.

 

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