encabeza.gif (11602 bytes)

VOLUMEN: 2 NÚMERO: 2-3
Emoción. Breve reseña del papel de la cognición y el estado afectivo

Francesc Palmero
Universitat Jaume I, Castellón (Spain)

 

 


 

    El estudio del concepto de emoción parece poner de relieve sus características funcionales (es una respuesta relacionada con la adaptación) y dinámicas (es un proceso básico). El estudio del papel que juega la emoción en los procesos de salud y enfermedad es imprescindible en nuestro tiempo, habida cuenta de lo importante que resulta la adaptación continuada a las múltiples demandas y exigencias que impone una sociedad cada día más competitiva.

    Creemos que nada nuevo se puede decir acerca de lo que es una emoción -lo cual no significa que no haya que seguir buscando la configuración óptima (o la que más se aproxime a lo óptimo) de la emoción-, bien cuando ésta es considerada como respuesta, bien cuando es considerada como proceso, en ambos casos con claras connotaciones adaptativas. Tratar de definir una emoción parece una tarea relativamente fácil, porque todos "sabemos" qué es una emoción. Otra cosa es llegar a una aceptación consensuada en esas definiciones.

    Modestamente estimamos que la definición de una emoción es imprescindible en cualquier empresa científica que pretenda comprender el funcionamiento de un proceso tan vital, aunque complejo, para la adaptación y supervivencia de cualquier organismo. Como ha señalado recientemente Lyons (1993): "Las definiciones de la emoción no son más que modelos funcionales expresados en palabras, y es difícil concebir cómo alguien podría llegar muy lejos sin intentar formularlas" (p. 4). Sin embargo, son tantas las definiciones existentes que, probablemente, se ha dicho todo lo que es, e incluso mucho de lo que no es, una emoción. El problema deviene irresoluble cuando tratamos de hacer congruentes tantas y tan diversas concepciones de la emoción. Dicho de otro modo, con estos presupuestos, definir el concepto de emoción con la sana idea de coincidir con otros autores muchas veces resulta una auténtica quimera. Las emociones son complejos procesos que han sufrido los sesgos peculiares que imponen las tendencias dominantes en cada época; no hay más que echar un vistazo retrospectivo para contemplar cómo desde la filosofía de los clásicos griegos hasta nuestros días las concepciones acerca de la emoción no son sino la manifestación, una más, de las distintas escuelas, orientaciones y planteamientos vigentes en ese momento.

    Las definiciones aceptadas sobre la emoción en una determinada época son el reflejo de la tendencia dominante en dicha época. En el ámbito filosófico, la teorización emocional ha ido a remolque y ha sido fiel reflejo de la teorización general acerca de la mente; en el ámbito psicológico, las teorizaciones acerca de la emoción se enmarcan en el más amplio espectro de la teorización sobre los mecanismos de adaptación general. En cualquier caso, los distintos argumentos planteados no tienen por qué ser considerados como antagónicos, contrapuestos o excluyentes. No hay razón para ello. Probablemente, lo más sensato es considerarlos en un marco teórico mayor, donde tienen perfecta cabida, e incluso podrían ser entendidos como complementarios. La definición ofrecida por cualquier autor acerca de la emoción está reflejando sus predilecciones metodológicas y teóricas; está reflejando el paradigma en el que dicho autor se sitúa para investigar o teorizar; está reflejando, en definitiva, la influencia de alguno de los movimientos teóricos relevantes de ese momento. Las teorías actuales acerca de la emoción reflejan, sin duda, las claras influencias del cognitivismo, del mismo modo que las que se plantearon en los 60 reflejaban las influencias conductistas, y las que se plantearon antes reflejaban la influencia dualista platónica, en forma de predominio de la experiencia interna.

    El momento actual en el estudio de la emoción sigue reflejando la controversia respecto a los planteamientos afectivos o del sentimiento y los planteamientos cognitivos. Gran parte de la controversia existente entre ambas concepciones procede de la propia controversia que suscita la variable cognición.

    El estudio de la emoción en tanto que proceso debe contemplar la estrecha interacción entre las dimensiones afectiva y cognitiva. La emoción, como hemos comentado anteriormente, implica la concienciación subjetiva (sentimiento), implica una dimensión fisiológica (cambios corporales internos), implica una dimensión expresiva/motora (manifestaciones conductuales externas) e implica una dimensión cognitiva (funcionamiento mental). El objetivo tiene que ver con la movilización general del organismo para enfrentarse a una situación más o menos amenazante o desafiante. Todas y cada una de las dimensiones parecen estar relacionadas con la mayor o menor propensión a experimentar un proceso disfuncional, un desajuste, una enfermedad e incluso la muerte.

    Nuestra aproximación al estudio de las emociones tiene claras influencias de James, de tal suerte que, si bien la aportación de éste sólo recoge una parte del proceso -el sentimiento-, la inclusión implícita de aspectos que tienen que ver con la evaluación y la valoración -aspectos claramente cognitivos- permiten, a nuestro juicio, su indiscutible actualidad. Además, la relavancia y extensión de la argumentación cognitivista hace que también en el ámbito de los procesos emocionales surjan planteamientos que repercuten de forma clara en su consideración actual y de futuro.

    En este marco de referencia, nuestro modelo de emoción se asienta en dos premisas: por una parte, en la existencia de errores en la formulación de James, y, por otra parte, en la orientación cognitivista derivada de las formulaciones aristotélicas.

    En cuanto a los errores de James, fundamentalmente se refieren a la no consideración explícita de los factores cognitivos, de modo particular aquellos que tienen que ver con la evaluación y la valoración -si bien se podría defender que se encuentran implícitos en la formulación, independientemente de la intención de James-, y la consideración de que la emoción se corresponde exclusivamente con la experiencia subjetiva, es decir, con el sentimiento.

    Respecto a la ausencia de un proceso de valoración del estímulo o situación desencadenante de los cambios fisiológicos, creemos que es un paso previo necesario en la ocurrencia de unos cambios fisiológicos determinados. Aunque James argumentó que "los cambios corporales siguen directamente a la percepción del estímulo desencadenante" (James, 1884, p. 189), nunca explicó ni definió qué entendía por el término "percepción". ¿Existe alguna forma de proceso de valoración desde que se percibe el estímulo hasta que se desencadena el patrón de respuesta fisiológica? Probablemente, hay una forma básica, primitiva, de valoración (cognición), que ocurre cuando se produce un evento, y que origina un patrón de respuesta fisiológica y no otro. Creemos que James estaba equivocado en su formulación, ya que parece evidente que tiene que existir alguna forma de evaluación-valoración para que el organismo reaccione con unos cambios fisiológicos concretos.

    Respecto a la exclusión en el proceso emocional de todos los pasos previos a la experiencia subjetiva de la emoción (que, en James, se refiere a la percepción de los cambios fisiológicos), parece un error propio de Descartes que arrastra James en su formulación teórica. Si la emoción es un proceso, y la evidencia nos conduce a esta consideración, es imprescindible aludir a los distintos momentos, pasos o variables de ese proceso. La experiencia subjetiva de la emoción (el sentimiento) es una variable o paso de ese proceso emocional; cierto que es una variable importante, pero hay otras variables tan importantes o más (definitivamente, creemos que más importantes para el propio proceso emocional) que el sentimiento: los cambios fisiológicos y la evaluación-valoración. Muy relacionada con este error se encuentra otra ausencia importante, pues James tampoco explicó el paso intermedio existente entre la ocurrencia de los cambios fisiológicos y la experiencia subjetiva de la emoción: ¿existe algún proceso de evaluación que permite al sujeto identificar los cambios fisiológicos producidos y concluir que se corresponden con una emoción concreta? También parece evidente que tiene que existir alguna forma de evaluación de los cambios fisiológicos para que el sujeto tome conciencia de que los mismos se corresponden con una emoción particular. Ahora bien, a nuestro juicio, en este segundo "error" de James, el proceso evaluativo no tiene connotaciones contextuales; esto es, no se trata de una evaluación de las peculiaridades del estímulo y de la situación, sino de las distintas manifestaciones del arousal.

    Este aspecto será retomado por otros autores (Schachter y Singer, 1962; Schachter, 1964), quienes formulan una teoría de la emoción basada en dos factores: activación y evaluación. Este hecho ha llevado en algunas ocasiones a que dicha formulación sea incluida entre las teorías cognitivas. Sin embargo, como llega a expresar el propio Schachter (1964), sería más pertinente encuadrar este planteamiento entre las teorías neojamesianas, pues la evaluación se realiza sobre los cambios fisiológicos, sobre el arousal. Como se puede apreciar, Schachter está salvando uno de los errores o problemas implícitos en la argumentación de James: el referido a la evaluación de los cambios corporales. Para Schachter (1964), sería muy difícil considerar la emoción sólo como los cambios viscerales o periféricos; es necesario considerar también el componente cognitivo. De hecho, basándose en el trabajo previo de Marañón (1924), Schachter defiende que los cambios fisiológicos, por sí solos, no son suficientes para iniciar la experiencia de una emoción. Los cambios fisiológicos han de ser explicados e interpretados, y cuando ello ocurre el sujeto experimenta una emoción particular, o cualquier otro estado no emocional. La secuencia causal en la formulación de Schachter es la siguiente: estímulo, cambios corporales, percepción de los cambios corporales, interpretación de los cambios corporales, emoción.

    La diferencia entre James y Schachter se centra en que, para aquél, los cambios fisiológicos o corporales ya poseen su propio rótulo emocional (aunque, como hemos indicado, James no explica qué ocurre entre la ocurrencia de los cambios corporales y la experiencia subjetiva de la emoción), mientras que, para Schachter, se requiere alguna forma de cognición que interprete esos cambios fisiológicos (esto es, Schachter indica que lo que ocurre entre los cambios corporales y la experiencia subjetiva de la emoción es un proceso de evaluación de dichos cambios corporales). Tras ese proceso de cognición, el sujeto pone rótulo a la emoción. En cualquier caso, para que ocurra una emoción, son necesarios los dos factores, ya que cada uno de ellos de forma aislada no puede producir la emoción.

   En cuanto a la relevancia de los planteamientos cognitivistas, no pueden ser relegados, pues los cambios corporales, aunque importantes, en tanto que forman parte del proceso emocional, son insuficientes para la experiencia de la emoción; es necesario evaluar previamente la situación para que el sujeto experimente la emoción, por lo que el primer paso en la secuencia emocional es la valoración cognitiva de la situación (Lazarus, 1984). La actividad cognitiva es una precondición necesaria para la emoción, ya que, para experimentar una emoción, un sujeto debe saber que su bienestar está implicado en una transacción a mejor o a peor. Lo que tratamos de decir es que los cambios fisiológicos son una parte imprescindible en el proceso emocional, pero su significación biene modulada por los factores cognitivos. Es imprescindible la cognición en el proceso emocional. Es imprescindible una evaluación-valoración que dé sentido a esos cambios fisiológicos. Ahora bien, esta evaluación-valoración no sólo se refiere a los cambios fisiológicos que están ocurriendo. Más bien, implica un análisis congruente de dichos cambios fisiológicos considerando los estímulo o situaciones que desencadenaron el proceso emocional. O, lo que es lo mismo: los mismos cambios fisiológicos pueden tener una distinta categorización emocional para un sujeto dependiendo de la evaluación-valoración que dicho sujeto realice del estímulo y de las variables contextuales en las que ocurre ese estímulo.

    Así pues, como hemos señalado anteriormente, la situación actual sigue revelando la existencia de dos claras orientaciones: la del sentimiento y la cognitivista. Puede resultar fácil decantarse por una de las dos orientaciones. Aparentemente, sería prudente adoptar una concepción aristotélica: si no llevo a cabo una evaluación de todas las variables que intervienen en una determinada situación, difícilmente podré concluir que se corresponden con una emoción particular. Esto es, llegaré a ser consciente y a experienciar una emoción (sentimiento) tras haber llevado a cabo los pertinentes procesos evaluativos y valorativos. No obstante, dentro de la prudencia que debe guiar una aproximación teórica en el ámbito emocional, ¿quien podría negar que los procesos evaluativos y valorativos que llevamos a cabo en un determinado momento -también cuando el resultado es la experiencia subjetiva, consciente, de una emoción- se encuentran considerablemente modulados -incluso en ocasiones sujetos a una influencia que va más allá de la mera modulación- por el estado afectivo que poseemos en ese momento?; ¿no podríamos defender, como han señalado algunos autores (Bower, 1981; Bower y Cohen, 1982) que existe siempre un estado afectivo capaz de orientar y dirigir el "color" de los procesos cognitivos? Quizá lo más pertinente fuera defender una interacción continuada entre procesos afectivos y procesos cognitivos. Esta interacción representa el filtro por el que serán tamizados todos los estímulos que llegan hasta nosotros. Cada uno de estos estímulos posee una dimensión informacional y sensorial, y una dimensión cualitativa y afectiva. Algunos de esos estímulos son tan importantes, tanto en su dimensión sensorial informacional, cuanto en su dimensión cualitativa afectiva, que pueden llegar a modificar el estado afectivo actual de la persona. Si, por el contrario, la relevancia de esos estímulos no es descollante, será el estado afectivo actual de la persona el que imponga la relevancia afectiva e informacional de los mismos.

    Así, en nuestra modesta opinión, creemos que hay que enfatizar la importancia del estado afectivo actual del sujeto. En efecto, tanto en la posibilidad de proceso emocional consciente, como en la posibilidad de proceso emocional no consciente, la percepción, la evaluación y la valoración se ven influenciadas por ese estado afectivo que experimenta el sujeto en el momento de llevar a cabo esos pasos del proceso emocional.

    En general, las modernas teorías cognitivas de la emoción han sobredimensionado el papel de los procesos cognitivos, llegando a establecer, como hace siglos defendiera Aristóteles, que las cosas no son como son, sino como las ve quien las mira. Es evidente que todos los procesos implicados en la secuencia teleológica de conocer un estímulo hacen referencia al funcionamiento de las estructuras nerviosas superiores. Pero, salvo algunas excepciones (p.e. Bower, 1981), se ha prestado poca atención a la influencia que tiene el estado afectivo sobre el propio funcionamiento cognitivo. Esta influencia hace que, en condiciones normales, sea más probable el procesamiento cognitivo de los estímulos y situaciones afines o relacionados con el estado afectivo del sujeto en ese momento, y tanto menos probable el procesamiento cognitivo de aquellos estímulos y situaciones diferentes y no relacionados con ese estado afectivo actual. Cabría también considerar la posibilidad de que se produjera el procesamiento cognitivo de todos los estímulos que llegan hasta el sujeto, independientemente de la dimensión cualitativa de los mismos. No obstante, en esta posibilidad se produciría un procesamiento mucho más fluido de los estímulos y situaciones afines con el estado afectivo del sujeto en ese momento. Aquellos otros estímulos y situaciones no relaciopnados con el estado afectivo acyual también serían procesados, aunque, en este caso, "impregnados" con la cualidad afectiva del estado afectivo actual del sujeto. En estos casos en los que existe incongruencia entre la cualidad del estímulo y la cualidad afectiva actual del sujeto, la fluidez y elaboración del procesamiento serían considerablemente menores que en los casos en los que sí que existe congruencia cualitativa entre la cualidad del estímulo y el estado afectivo del sujeto.

    En definitiva, defendemos la necesaria consideración de los factores cognitivos para que ocurra una emoción, pero no podemos dejar de lado el importante papel modulador del estado afectivo actual del sujeto. A nuestro juicio, si bien en el proceso emocional (proceso afectivo) se requiere de un procesamiento cognitivo previo, el propio procesamiento cognitivo se ve influenciado, modulado e incluso determinado por el estado afectivo actual (proceso afectivo) del sujeto. La clásica y a la vez actual controversia en cuanto a si se producen antes los procesos afectivos o los procesos cognitivos pierde su verdadera dimensión si asumimos (y parece sensato hacerlo) que existe una interacción constante entre afecto y cognición. El proceso afectivo incluye una dimensión cognitiva, y el proceso cognitivo incluye una dimensión afectiva. Cada uno de los dos procesos (afectivo y cognitivo) forma parte del otro proceso.

    En última instancia, nuestra conclusión mantiene la primera premisa planteada en el presente trabajo, esto es: la emoción es un proceso básico, con características dinámicas y funciones adaptativas.

 


REFERENCIAS

Bower, G.H. (1981). Mood and memory. American Psychologist, 36, 129-148.

Bower, G.H. and Cohen, P.R. (1982). Emotional influences in memory and thinking: Data and theory. In M.S. Clark and S.T. Fiske (eds.): Affect and Cognition. Hillsdale, NJ: Lawrence Erlbaum Associates.

James, W. (1884). What is an emotion?. Mind, 9, 188-205.

James, W. (1890). Principles of Psychology. New York: Holt.

Lazarus, R.S. (1984). On the primacy of cognition. American Psychologist, 39, 124-129.

Lyons, W. (1993). Emoción. Barcelona: Anthropos.

Marañón, G. (1924). Contribution à l'étude de l'action émotive de l'adrénaline. Revue Française d'Endocrinologie, 2, 301-325.

Schachter, S. and Singer, J.E. (1962). Cognitive, social, and physiological determinants of emotional state. Psychological Review, 69, 379-399.

Schachter, S. (1964). The interaction of cognitive and physiological determinants of emotional state. In L. Berkowitz (ed.): Advances in Experimental Social Psychology. Vol 1. New York: Academic Press.




arrowl.gif (279 bytes) Volver a la REME