VOLUMEN: 4 NÚMERO: 5-6

RESPUESTA CARDÍACA Y ELECTRODÉRMICA ANTE ESTRESORES DE LABORATORIO

Luis Moya Albiol y Alicia Salvador
Departamento de Psicobiología y Psicología Social
Facultat de Psicologia
Universitat de València (Spain)


INTRODUCCIÓN

     Con el fin de evaluar los cambios producidos por un estresor psicológico de laboratorio se puede recurrir a la utilización de medidas electrofisiológicas, poco sujetas a la manipulación intencionada del sujeto. Entre ellas, la frecuencia cardíaca (FC) y la actividad electrodérmica (AED) han sido frecuentemente utilizadas, ya que reflejan el grado de activación vegetativa que experimenta el sujeto al afrontar la tarea y se han empleado como indicadores válidos del trabajo mental durante la realización de tareas por ordenador (Kuhmann, Boucsein, Schaefer y Alexander, 1987; Kohlisch y Schaefer, 1996). Aunque el patrón de activación de estas variables puede ser similar (Steptoe, 1990), otras veces se ha descrito un patrón diferente para cada una de ellas ante la misma estimulación (Papillo y Shapiro, 1990). Ambas medidas permiten estudiar la reactividad fisiológica al estrés y su relación con la salud y/o enfermedad en particular, aspecto que ha cobrado especial importancia en las investigaciones sobre estrés desde diversas disciplinas tales como la neurociencia, la biología, la medicina y la psicología entre otras (Fernández-Abascal y Martínez-Sánchez, 1998).

   El objetivo de este trabajo es analizar la utilización que se ha dado a dos medidas concretas de la actividad del Sistema Nervioso Autónomo, la FC y la AED, en el estudio de la respuesta al estrés. Para ello esbozaremos, en primer lugar, los factores moduladores de la respuesta cardíaca y electrodérmica al estrés. A continuación, resaltaremos el papel de la FC en los protocolos experimentales de laboratorio, y la utilización de la reactividad y la recuperación cardíacas como indicadores de salud y/o enfermedad. Más tarde, analizaremos el papel de la AED en los estudios de laboratorio y en relación a diversas enfermedades.

 

FACTORES MODULADORES DE LA RESPUESTA CARDÍACA Y ELECTRODÉRMICA AL ESTRÉS

    La intensidad y el patrón de las respuestas de la FC y la AED ante situaciones de estrés dependen de las características del estresor, de los recursos psicosociales y los factores biológicos y constitucionales del individuo, y de la interacción entre ambos factores, entendiéndose esta última como especificidad de la respuesta motivacional (Steptoe, 1990; Stern y Sison, 1990; Sapolsky, 1995; Peters et. al., 1998).

    Entre las características del estresor se encuentran la intensidad, pues hay una relación entre ésta y la amplitud de las respuestas vegetativas; la novedad, estímulos novedosos pueden provocar respuestas mayores que otros más graves; la predictibilidad, pues hay mayor respuesta psicobiológica ante un estímulo no predecible; el control o la percepción del mismo, ya que se ha descrito una relación entre la falta de control y efectos negativos como una disminución de la resistencia a las enfermedades o lesiones gástricas; y la complejidad de las demandas, pues las tareas que precisan de un mayor esfuerzo como la solución de problemas o procesamiento cognitivo de información incrementan la presión sanguínea y la FC de forma más acentuada que tareas más pasivas. Al estudiar las respuestas psicofisiológicas ante una tarea mental se han descrito aumentos en FC, presión sanguínea y noradrenalina tras la realización de un esfuerzo elevado, y aumentos en C, presión sanguínea y noradrenalina por la falta de control en la tarea, por lo que se ha asociado el esfuerzo requerido con los efectos vegetativos y la controlabilidad con los dos ejes de respuesta, el simpático-medulo-adrenal y el hipófiso-córtico-adrenal (Frankenhaeuser, 1983; Peters et al., 1998).

    Entre los recursos psicosociales de la persona destacaríamos las características personales como el patrón de personalidad tipo A, el neuroticismo, el locus de control, la personalidad resistente al estrés, la capacidad de expresar emociones, los estilos de afrontamiento, la posesión de estrategias que permitan salir de la frustración, el apoyo social, la competitividad, la suspicacia, la dominancia y la inestabilidad emocional entre otras (Steptoe, 1990; Peiró y Salvador, 1993; Sapolsky, 1995; Calvete, 1999). Las reacciones al estrés son dependientes de la personalidad, ya que el mismo estresor puede evocar diferentes reacciones de estrés en diferentes grupos, dependiendo de la personalidad (Tulen, Moleman, Van Steenis y Boomsma, 1989; De Leeuwe, Hentschel, Tavenier y Edelbroek, 1992). Algunos rasgos de personalidad como la hostilidad o el patrón tipo A hacen que los individuos reaccionen de forma dañina para sí mismos, ya que pueden ayudar al desarrollo de determinadas enfermedades e incluso llevar a la muerte (Williams, 1994).

    Por último, entre los factores biológicos y constitucionales se encuentran las influencias genéticas, la edad, el sexo y el ejercicio físico (Steptoe, 1990), siendo estos dos últimos los que han cobrado mayor importancia en la investigación experimental. Estos factores afectan a la reactividad psicofisiológica ante situaciones estresantes, ya que los hombres pueden ser considerados como "más responsivos vasculares" al presentar mayor presión arterial (Shapiro, Goldstein y Jammer, 1995), volumen de pulso periférico (Benschop et al., 1998), respuesta catecolaminérgica y en los niveles de cortisol (Kirschbaum, Wust y Hellhammer, 1992) que las mujeres, considerándose que tienen mayor probabilidad de desarrollar trastornos cardiovasculares. Las mujeres son consideradas como "más responsivas cardíacas", con mayor FC en respuesta al estrés (Lester, Nebel y Baum, 1994). En cuanto a la AED, en condiciones neutrales los hombres tienen mayor AED que las mujeres (Martínez-Selva, Gómez-Amor, Olmos, Navarro y Román, 1987), aunque este patrón puede invertirse ante situaciones concretas como ante la amenaza de un shock eléctrico (Kopacz y Smith, 1971). Se ha sugerido que las mujeres podrían ser más responsivas en AED que los hombres en respuesta a las situaciones ambientales (Venables y Mitchell, 1996). Por otra parte, el ejercicio físico moderado y practicado de forma habitual ha mostrado tener efectos positivos sobre la salud y producir, a largo plazo, una respuesta psicofisiológica menor ante situaciones estresantes (Moya-Albiol et al., in press).

 

FRECUENCIA CARDÍACA

    El sistema cardiovascular está regulado por el Sistema Nervioso Autónomo, que al ser estimulado produce un aumento de las contracciones del corazón, del ritmo cardíaco y de la presión sanguínea, además de una disminución del volumen de pulso periférico. Las respuestas cardiovasculares ante una situación particular no vienen determinadas exclusivamente por el Sistema Nervioso Simpático o el Parasimpático, sino por el predominio de uno de ellos en un contexto de integración de ambos (Papillo y Shapiro, 1990). La medida de actividad cardiovascular más utilizada en los laboratorios psicofisiológicos es la FC o número de pulsaciones o latidos por minuto, aunque también son frecuentemente utilizadas la presión sanguínea o presión en las arterias principales del cuerpo, el volumen de pulso o cantidad de sangre bombeada en cada ciclo cardíaco, la potencia cardíaca o cantidad de sangre bombeada en unidad de tiempo y la resistencia periférica total o resistencia en las venas al paso de la sangre.

    La FC se considera una variable muy sensitiva a los estresores (Freyschus, Hjemdahl, Juhlin-Dannfelt y Linde, 1988), pudiendo registrarse de forma continua y no invasiva, lo que permite una mayor comodidad experimental, y aporta información de la regulación autonómica del corazón (Breuer et al., 1993). Ha sido muy estudiada en relación a la ansiedad, la activación o arousal y el estrés, describiéndose su papel facilitador sobre los procesos cognitivos y el procesamiento de la información (Richards y Casey, 1991). Además, las respuestas en FC ante el estrés suelen ser estables a lo largo del tiempo (Sherwood, Turner, Light y Blumenthal, 1990; Treiber et al., 1996; Malpass et al., 1997; Sherwood et al., 1997).

    En el laboratorio se obtiene generalmente un incremento de la FC tras la utilización de diversos estresores como la tarea "Stroop" (Goldberg et al., 1996; Sloan et al., 1997; Moya-Albiol et al., in press), hablar en público (Kirschbaum et al., 1995; Al´Absi et al., 1997; Carrillo, Moya-Albiol, González-Bono, Salvador y Gómez-Amor, 2000), las tareas aritméticas (Gramer y Huber, 1993; Uchino, Caccioppo, Malarkey y Glaser, 1995; Sloan et al., 1997), las tareas de tiempo de reacción (De Geus, Van Doormen y Orlebeke, 1993; Marrero, Al’Absi, Pincomb y Lovallo, 1997) y otras como los videojuegos (Carroll, Turner y Rogers, 1987; Tischenkel et al., 1990).

    Las respuestas cardiovasculares al estrés se han relacionado con el inicio y desarrollo de enfermedades como la hipertensión arterial primaria y la arteriosclerosis (Al´Absi et al., 1997). En este sentido, se ha relacionado el estrés crónico con el aumento de la activación fisiológica que provocaría mayores niveles de arteriosclerosis coronaria y la disfunción y necrosis del endotelio, mientras que el estrés agudo podría provocar una mayor activación de la función plaquetaria y mayores niveles de hematocrito y hemoglobina, factores considerados como "de riesgo" para el desarrollo de alteraciones cardiovasculares (Landeta, 1999). Las personas hiperresponsivas reaccionan a los estresores con aumentos considerables de la FC (Fahrenberg, Foerster y Wilmers, 1995), pudiendo entenderse esos cambios como predictores de hipertensión o enfermedades coronarias (Papillo y Shapiro, 1990). En este sentido, se ha descrito una relación entre la respuesta cardíaca a una tarea de estrés mental y la isquemia de miocardio durante actividades diarias en pacientes con enfermedades coronarias (Krittayaphong, Light, Biles, Ballenger y Sheps, 1995). Los sujetos que responden con altos incrementos de la FC en respuesta al estrés tienen una probabilidad tres veces mayor de desarrollar hipertensión arterial que aquellos cuyas respuestas son menores (Abellán y Armario, 1996). En general, la interacción entre la historia familiar y las respuestas cardiovasculares a estresores de laboratorio ha sido categorizada como un "fenómeno consistente" en el que los individuos saludables que tienen riesgo de hipertensión por su historia familiar responden al estrés de una forma similar a los hipertensos (Fredrikson y Matthews, 1990). Al diferenciar entre sujetos de alto y bajo riesgo en función de su historia parental de hipertensión y de la presión sanguínea sistólica en sus niveles basales, los de alto riesgo mostraron mayores incrementos en FC durante la realización de tareas de laboratorio (Everson, Lovallo, Sausen y Wilson, 1992; Al´Absi, Everson y Lovallo, 1995), aunque estos resultados no han sido siempre encontrados (Marrero et al., 1997).

    Los diseños experimentales de laboratorio intentan estudiar las alteraciones que se producen en las enfermedades cardiovasculares y su etiología, los factores de prevención de las mismas, y los factores de riesgo o de desencadenamiento de accidentes cardiovasculares (Krittayaphong et al., 1995; Smith, Limon, Gallo y Ngu, 1996). Para ello se han estudiado las respuestas cardiovasculares ante diversos estresores en adultos y adolescentes normotensos (Ewart y Kolodner, 1991), en muestras subclínicas como los grupos de riesgo de accidente cardiovascular y el patrón de personalidad tipo A (Delistraty, Greene, Carlberg y Raver, 1992), en sujetos hipertensos o que han padecido un infarto (Manuck, Olsson, Hjemdahl y Rehnqvist, 1992), y en deportistas, donde además se ha tratado de comprobar el efecto beneficioso del ejercicio físico como amortiguador de esas respuestas y para el mantenimiento de la salud (Szabó et al., 1994; Guirado et al., 1995; Moya-Albiol et al., in press).

Reactividad cardíaca

    Puede definirse como un cambio agudo y relativamente rápido en un parámetro cardiovascular provocado por la presentación de un estresor (Hugdahl, 1995). Se ha sugerido que las principales características que definen y delimitan la reactividad cardíaca son la magnitud de la respuesta, la estabilidad temporal, las características emocionales de las personas reactivas, los parámetros psicofisiológicos utilizados en la evaluación y las condiciones bajo las que se realizan las medidas (Fernández-Abascal, Palmero y Martín-Díaz, 1998).

    Esta medida permite relativizar la respuesta en función de los niveles basales de cada sujeto, y, debido a que es una dimensión estable de las diferencias individuales entre sujetos (Sloan, Shapiro, Bagiella, Gorman y Bigger, 1995), es considerada un buen indicador de cómo reacciona una persona ante una situación determinada que puede además servir para inferir o extrapolar esas respuestas a otras situaciones. Concretamente, las variaciones en FC son los cambios cardiovasculares más estables en el tiempo (Swain y Suls, 1996), por lo que la reactividad en FC ante un estresor psicológico de laboratorio durante una sesión experimental puede ser utilizado como un indicador bastante fiable de las respuestas en otras situaciones semejantes de laboratorio o de la vida real. La obtención de una línea base suele conseguirse mientras el sujeto completa cuestionarios, lee una revista o permanece en reposo (Linden y Frankish, 1988).

    Los factores genéticos, conductuales, y la dieta pueden predisponer a expresar alta o baja reactividad cardíaca a los estresores psicológicos (Cacioppo, 1994), aunque las diferencias individuales en la reactividad al estrés aparecen en una edad temprana y se mantienen durante un largo período del desarrollo de la persona (Sherwood et al., 1997).

    Además, las características del estresor empleado como el tipo de tarea o el grado de dificultad de la misma modulan también esta medida (Smith, Baldwin y Christensen, 1990; Stein y Boutcher, 1993). De esta forma, las tareas de afrontamiento pasivo no permiten establecer una relación clara entre sujetos reactivos y no reactivos, ya que producen una activación alfa-adrenérgica teniendo sus efectos máximos sobre la presión arterial diastólica y de forma moderada sobre la la FC y la presión arterial sistólica. Las tareas de afrontamiento activo son más indicadas para la evaluación de la reactividad, ya que provocan una elevación de la presión arterial sistólica y de la FC principalmente, y una elevación menor de la presión arterial diastólica, ejerciendo sus influencias sobre el control miocardial al provocar una acción beta-adrenérgica sobre el corazón (Fernández-Abascal y Martínez-Díaz, 1997). Se ha clasificado a las personas sanas en función de sus respuestas cardiovasculares al estrés mental en tres grupos: reactivos cardíacos, reactivos vasculares y bajos reactivos, en función de sus incrementos en la respuesta cardíaca, en la resistencia periférica total o en ninguna de las dos respectivamente. De esta manera, los reactivos cardíacos tienen un alto incremento de la FC, una mayor respuesta cardíaca y mayores aumentos de adrenalina y noradrenalina que los reactivos vasculares, aunque ambos tienen cambios similares en presión sanguínea (Light, Turner, Hinderliter, Girdler y Sherwood, 1994).

    Diversos estudios han separado entre sujetos altos y bajos en función de su reactividad cardíaca ante un estresor psicológico, indicando que los más reactivos presentaban mayores respuestas cardiovasculares (Manuck y Schaeffer, 1978; Manuck, Kamarck, Kasprowicz y Walstein, 1993), mayores cambios en el sistema inmune, y una mayor activación del sistema hipotalámico-hipofiso-adrenocortical (Cacioppo, 1994) con incrementos más elevados en la concentración plasmática de C (Sgoutas-Emch et al., 1994) o una correlación positiva significativa entre la reactividad cardíaca y los cambios en C (Uchino et al., 1995). Los menos reactivos tendían a ser altamente reactivos en AED (Lawler, 1980) y no se hallaron diferencias entre altos y bajos reactivos en ejecución en una tarea aritmética (Sgoutas-Emch et al., 1994).

    La hostilidad y la ira son los rasgos o estados más frecuentemente asociados con la reactividad cardíaca y con la enfermedad cardiovascular (Smith, 1992; De Geus et al., 1993; Helmers, Posluszny y Krantz, 1994; Miguel-Tobal, Casado, Cano-Vindel y Spielberger, 1997), ya que las personas más hostiles o irritables presentan mayor reactividad cardíaca ante los estresores, sobre todo aquellas que no expresan estas emociones (Booth-Kewley y Friedman, 1987; Perrini, Muller y Buhler, 1988; Demaree y Harrison, 1997; Lawler et al., 1998). Sin embargo, algunos estudios no han encontrado una relación entre hostilidad y reactividad cardiovascular (Biaggio, Suplee y Curtis, 1981; Holroyd y Smith, 1983; Siegman, Anderson, Herbst, Boyle y Wilkinson, 1992; Landeta, Barrenetxea, Corral y Otero, 1998).

    Se ha propuesto la hiperreactividad como un mecanismo que, junto a los factores psicosociales como la personalidad tipo A, la hostilidad y la historia familiar, contribuye a incrementar el riesgo de desarrollar enfermedades coronarias (Swain y Suls, 1996). Según la hipótesis de la reactividad, respuestas considerables y exageradas ante situaciones estresantes de la vida cotidiana o ante estresores conductuales y psicológicos de laboratorio pueden contribuir al desarrollo de la arteriosclerosis, enfermedades coronarias e hipertensión (Swain y Suls, 1996; Al´Absi et al., 1997). Algunos estudios ofrecen apoyo empírico a esta hipótesis, ya que se ha comprobado que pacientes cardíacos que presentaban isquemia de miocardio durante la exposición a estrés mental tenían una probabilidad 2.8 veces mayor de tener otro episodio cardíaco en los 5 años siguientes (Jiang et al., 1996).

 

Recuperación cardíaca

    Otro indicador de la respuesta cardiovascular a estresores de laboratorio es la recuperación cardíaca, entendida como el período posterior a la presentación del estresor o a la realización de la tarea estresante que nos informa de hasta qué punto persisten los incrementos psicofisiológicos producidos por el estresor después de que éste ha finalizado.

    El tipo de estresor utilizado es importante en el estudio de la recuperación, ya que, ante tareas de igual duración, los sujetos se recuperan más lentamente de las tareas emocionales que de las tareas cognitivas (Vitaliano, Russo, Paulsen y Bailey, 1995). En la mayoría de tareas estresantes casi todos los sujetos restablecen los niveles basales de presión sanguínea en el primer o segundo minuto después de la finalización del estresor, a excepción de aquellas que provocan rabia o ira, en las que a veces diez minutos no son suficientes para que se reestablezcan los valores basales (Lai y Linden, 1992; Earle, Linden y Weinberg, 1994). Además, en este tipo de tareas, cuando se permite expresar la frustración la recuperación es más rápida que cuando se reprime la expresión de los sentimientos, aunque estas conclusiones han sido observadas más frecuentemente en hombres que en mujeres (Linden, Earle, Gerin y Christenfeld, 1997).

    Por otra parte, la condición física es una variable moduladora de la recuperación cardíaca al estrés de laboratorio, ya que, tal y como se ha descrito en diversos estudios, los sujetos entrenados parecen tener mejor recuperación cardíaca tras la exposición a estresores psicosociales que sujetos no entrenados (Sinyor, Golden, Steinert y Seraganian, 1986; Salvador et al., 1998; Moya-Albiol et al., in press).

 

ACTIVIDAD ELECTRODÉRMICA

    La AED depende de la activación de las glándulas sudoríparas y ha sido uno de los índices psicofisiológicos más empleado como correlato de procesos psicológicos, ya que desde el principio se ha relacionado con la emoción, el arousal y la atención. Es una medida psicofisiológica dotada de un alto nivel de sensibilidad (Wieland y Mefferd, 1970), por lo que las variaciones en la AED pueden entenderse como evidencia de cambios en el estado cognitivo o emocional del sujeto (Hugdahl, 1995).

    Los niveles basales de AED pueden variar notablemente entre sujetos e incluso en el mismo sujeto en situaciones diferentes, pero al analizar un mismo sujeto ante una misma situación, decrecen progresivamente cuando éste se encuentra en reposo, para incrementarse ante la posterior aparición de un estímulo nuevo y decrecer de nuevo gradualmente a medida que se repite la aparición del mismo estímulo (Montagu, 1963). Cuando la presentación de un mismo estímulo provoca un declive en la amplitud de respuesta y/o la desaparición eventual de la misma se produce la habituación, que es un fenómeno adaptativo que hace que un individuo sea menos responsivo ante estímulos conocidos, familiares o no significativos. Se han descrito varios métodos que permiten una cuantificación de la habituación (Siddle, Stephenson y Spinks, 1983), como el consistente en cuantificar el número de repeticiones de un mismo estímulo que son necesarias para alcanzar algún nivel predeterminado de AED (Sokolov, 1963), ampliamente utilizado en investigación. En general, el número de presentación de estímulos antes de dos o tres ensayos sin respuesta oscila entre 2 y 8 (Dawson, Schell y Filion, 1990).

    Se han propuesto diversos paradigmas experimentales básicos para estudiar las relaciones existentes entre los distintos componentes de la AED y los estados o procesos psicológicos. Uno de ellos consiste en el estudio de la respuesta a un estímulo concreto en todas sus dimensiones (amplitud, frecuencia, y habituación), es decir, la medida de provocación y habituación de varios índices de la respuesta de orientación, según el cual, la respuesta fásica declina rápidamente en amplitud al repetirse el estímulo y finalmente desaparece, y la tónica también disminuye. Otro de los paradigmas estudia la presentación de estimulación continua, crónica, o las situaciones en que hay que realizar una determinada tarea, estudiándose las respuestas electrodérmicas en relación con variables psicológicas como la ansiedad en sujetos normales, sujetos con altas y bajas puntuaciones en una dimensión (muestras subclínicas) y en muestras clínicas, tanto con la realización de una única sesión experimental como de varias (Boucsein, 1992). En general se considera la AED como un rasgo del sujeto relativamente estable.

    En situaciones de laboratorio, se produce un incremento de la conductancia durante la realización de la tarea (Siddle, Lipp y Dall, 1996), y una disminución al finalizar la misma (Köhler, Scherbaum y Ritz, 1995). Se han realizado diversos estudios de laboratorio sobre la respuesta electrodérmica ante estresores de tipo psicológico (Seibt, Boucsein y Scheuch, 1998; Steptoe, Cropley y Joekes, 1999; Moya-Albiol et al., in press). En varios experimentos llevados a cabo por Lazarus (1966), se encontró un aumento de los niveles tónicos de AED en sujetos que veían escenas "estresantes" de largometrajes. Estos mismos resultados se han encontrado en estudios más actuales con varones hipertensos (Köhler et al., 1995).

    Las tareas de acontecimientos irrelevantes, entendiendo como tales aquellas que hacen referencia a sucesos que carecen de contenido emocional para los sujetos, provocan respuestas menores en AED que las relevantes, aunque se ha descrito que las tareas de estímulos irrelevantes son procesadas más activamente que las de relevantes en los primeros 250 milisegundos de la presentación estimular, tanto en tareas de discriminación de estímulos como durante el condicionamiento clásico (Siddle et al., 1996). En general, se ha descrito un incremento de la AED ante la administración de un shock eléctrico con períodos mayores de anticipación, desconocimiento de la administración, falta de control y poca predictibilidad del mismo (Boucsein, 1992). Además, también se ha observado un incremento de la AED en tareas de hablar en público, produciéndose ya desde la anticipación o momento en que preparaban el discurso (Puigcerver, Martínez-Selva, García-Sánchez y Gómez-Amor, 1989). En otro estudio se observó que las mujeres ansiosas sociales tenían mayores respuestas electrodérmicas ante la realización de una entrevista que las no ansiosas sociales, sugiriéndose que los índices electrodérmicos fueron mas sensibles en detectar las diferencias entre ambos grupos de sujetos que las medidas cardiovasculares (Barceló, Martínez-Selva y Palmero, 1996).

    La AED se ha utilizado como indicador de estados de estrés (Clements y Turpin, 2000) y como índice clínico en el estudio de diversos trastornos psicofisiológicos relacionados con el estrés (Hugdahl, 1995). Al comparar personas con úlcera duodenal con controles en una batería de tareas visuales y auditivas, se observó que los primeros presentaban una recuperación más lenta en las respuestas electrodérmicas y un aumento en la amplitud de respuesta, lo que podría suponer un incremento de la activación simpática en estos pacientes incluso en situaciones no relacionadas con la cata o digestión de alimentos (Kopp, 1984). Junto a las medidas tradicionales de registro de la AED, se ha sugerido la utilización del índice de sudoración palmar como instrumento complementario debido a su simplicidad y bajo coste, y principalmente porque puede ser utilizado en estudios de campo en los que el registro de la AED resulta dificultoso y a veces no viable (Martínez-Sánchez, Ortiz-Soria y Fernández-Castro, 1998).

 

CONCLUSIONES

    La FC y la AED son utilizadas como indicadores de las respuestas vegetativas ante situaciones de estrés, por lo que reflejan hasta qué punto un estresor concreto puede producir un incremento en la activación autonómica, indicando además como se reestablecen los valores originales a través del estudio de la recuperación. Ambas medidas pueden presentar un patrón de activación similar o diferente ante un mismo estímulo, por lo que podrían estar aportando información de diversos aspectos de un mismo proceso como es la respuesta al estrés.

    Las respuestas en estas variables se ven moduladas por diversos factores que se pueden categorizar, a grandes rasgos, en características del estresor (intensidad, novedad, predictibilidad, control y complejidad entre otras) y características del sujeto (recursos psicosociales, factores biológicos y factores constitucionales). La interacción entre ambos tipos de características constituye la especificidad de la respuesta motivacional, que indicará hasta que punto un estresor con unas características determinadas tiene un efecto sobre la activación vegetativa en un individuo concreto.

    La FC es la medida cardiovascular más utilizada en los laboratorios psicofisiológicos, empleándose para cuantificar los cambios fisiológicos asociados a diversas dimensiones psicológicas como la ansiedad, la activación o arousal y el estrés. Los estresores psicológicos de laboratorio producen un aumento de la FC en relación a los niveles basales que suele ser estables a lo largo del tiempo. Debido a que las respuestas cardiovasculares al estrés han sido relacionadas con las enfermedades cardiovasculares, se han realizado diseños experimentales de laboratorio con la finalidad de estudiar esas alteraciones y su etiología, los factores de riesgo y la prevención de las mismas, evaluándose para esta última los efectos beneficiosos del ejercicio físico.

    Los indicadores más utilizados para evaluar la respuesta cardíaca al estrés son la reactividad cardíaca, entendida como un cambio agudo y rápido en la FC ante la presentación de un estresor, y la recuperación cardíaca, que indica hasta que punto se mantienen los incrementos psicofisiológicos producidos por el estresor después de que éste ha finalizado. Diversos estudios han distinguido entre altos y bajos reactivos en función de las puntuaciones de los sujetos en la reactividad cardíaca, y se ha relacionado la hostilidad y la rabia o ira, especialmente la no expresada, con esta variable y con la enfermedad cardiovascular. Aunque la reactividad cardíaca ha sido empleada en mayor medida, recientemente ha cobrado especial importancia la utilización de la recuperación, ya que ofrece información adicional y complementaria.

    La AED ha sido frecuentemente utilizada para evaluar procesos psicológicos como la emoción, el arousal o la atención. Ante situaciones de estrés se produce un incremento en sus niveles basales, para disminuir posteriormente cuando éstas finalizan. La presentación repetida de la misma estimulación produce la habituación, por lo que el sujeto es menos responsivo ante los estímulos conocidos. Esta variable ha sido además utilizada como índice clínico en diversos trastornos psicofisiológicos que guardan relación con el estrés.

 


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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