VOLUMEN:
5 NÚMERO:
10
MODELOS EXPLICATIVOS EN PSICOLOGÍA DE LA MOTIVACIÓN
Barberá
Heredia, Ester
Universitat de València (Spain)
INTRODUCCIÓN
En su afán por comprender la actividad humana, la Psicología ha asignado a la motivación el cometido de explicar las causas del comportamiento. Entre los procesos psicológicos básicos, tal vez sean los motivacionales los que se presentan más estrechamente vinculados con la acción, con independencia de que el marco teórico adoptado sea conductista, cognitivo o dinámico (Barberá y Mateos, 2000). De hecho, la asociación entre explicación causal (motivación) y efecto resultante (conducta) ha generado, con frecuencia, un cierto confusionismo, que se explicita en 'la circularidad' presente en bastantes definiciones psicológicas, en las que el concepto de motivación se infiere a partir de las conductas que deberían explicarse apoyándose en él. La crítica a la explicación circular plantea que una teoría científica debe definir los estados (necesidades, deseos, impulsos, incentivos) que se postulan como motivos del comportamiento con independencia de las actividades que se pretenden explicar (Wise, 1987).
A lo largo del siglo XX, la Psicología ha desarrollado múltiples teorías de la motivación humana, de manera que para poder tener una visión de conjunto sobre las tendencias dominantes se hace necesario introducir algún criterio ordenador. Existen tipologías motivacionales muy diversas, pero, sin duda, la tradición dualista, que ha prevalecido a lo largo de la historia del pensamiento occidental, ha dejado una impronta potente en el estudio psicológico de la motivación. En fechas recientes, el profesor Garrido ha analizado las principales confrontaciones en la representación del comportamiento humano, a través de polaridades referidas a 'libre voluntad versus determinismo', 'anticipación de metas versus mecanicismo' o 'el sujeto como sistema auto-regulador versus la metáfora del individuo-máquina'. La forma concreta en que se ha resuelto cada una de estas confrontaciones ha ejercido una notable influencia en el desarrollo de la psicología motivacional (Garrido, 2000).
Siguiendo el criterio dualista, la clasificación que aquí se propone para iniciar el debate sobre el protagonismo de la motivación en la explicación de la actividad humana parte de la diferenciación entre modelos reactivos y teorías de la activación. Soy consciente de que clasificar supone organizar y clarificar; pero también implica uniformar, dividir y simplificar, lo que conlleva pérdida de matices diferenciales y riqueza de contenido. Pero, asumir riesgos es una condición necesaria para avanzar en el conocimiento.
1. TEORÍAS REACTIVAS
Bajo este rótulo se incluyen planteamientos teóricos y epistemológicos bien diferenciados. Sin embargo, todos ellos comparten entre sí la conceptuación del sujeto como un ser reactivo, cuyas actuaciones responden a cambios producidos en el estado de una situación estimular concreta. La motivación se inicia, por tanto, como reacción ante una determinada emoción (miedo), una necesidad biológica (hambre) o psicológica (curiosidad), y, también, ante la presencia de estímulos externos (apetitivos/aversivos). En cualesquiera de estos casos, la meta de la conducta motivacional siempre consiste en satisfacer una demanda y, por ende, reducir la presión.
En relación a las fuentes iniciadoras de la conducta motivada quiero hacer dos puntualizaciones, referidas respectivamente a las emociones básicas y a la inclusión de la curiosidad. El planteamiento de las emociones como agentes motivacionales es compartido por casi todos los autores, si bien existen diversos modos de representar esta vinculación. Así, mientras Izard sostiene que la función central de una emoción básica es similar a la de un motivo y consiste en activar y dirigir el comportamiento, el modelo de Buck representa los procesos motivacionales y emocionales como las dos caras de una moneda, atribuyendo a las emociones el cometido específico de facilitar o dificultar las adaptaciones exitosas. Por su parte, la interpretación de la curiosidad como necesidad psicológica, con propiedades motivacionales similares al hambre o la sed, merece ser matizada, como se hará más adelante.
En la base de esta representación motivacional subyace la noción de homeostasis, concepto procedente de la Fisiología, introducido por Cannon en referencia al equilibrio dinámico que mantiene dentro de una variabilidad limitada, el medio interno. La investigación psico-fisiológica se interesó, en un principio, por las orientaciones motivacionales primarias, tales como alimentarse, huir o evitar el dolor, y para explicarlas desarrolló tanto teorías locales (del hambre o de la sed) como otras que implican la intervención de estados motivacionales centrales -Central Motive State- (Morgan, 1943). En cada una de ellas, o bien la estimulación de determinados puntos periféricos o bien la actividad de los centros excitadores del hipotálamo activan una serie de conductas orientadas a mantener el equilibrio homeostático.
La formulación motivacional de Hull y su escuela (Hull, 1943, 1952; Spence, 1956) representa el intento más sistemático y completo por trasladar el modelo homeostático a la explicación psicológica de la motivación humana. La funcionalidad de los procesos motivacionales la desarrolla Hull a través de dos conceptos básicos, el impulso (drive) y el incentivo, y su explicación se integra en la 'teoría general de la conducta', teoría basada en los principios del aprendizaje asociativo característicos del conductismo mediacional. En la década de los sesenta, la incorporación del concepto de activación fisiológica de Duffy (1962) aporta una medida psicofisiológica al impulso hulliano, de manera que su intensidad podía medirse fisiológicamente con independencia de la conducta resultante (Suay, Salvador y González, 1996).
La teoría de Hull
supuso para la Psicología la primera interpretación empíricamente demostrable de
la motivación. Y su influencia, tomando en consideración las sucesivas
modificaciones propuestas por él o por sus discípulos, ha sido dominante en el
ámbito académico durante la primera mitad del siglo XX, habiendo servido como
heurístico central en la investigación psicológica teórica y aplicada. Por la
misma razón de su influencia, también ha sido objeto de numerosas críticas,
entre las que cabe destacar la pretensión generalista de explicar
comportamientos humanos complejos, relativos a las situaciones de frustración o
a las reacciones ante un conflicto, a partir de diseños experimentales basados
fundamentalmente en la investigación animal, en los que sólo se estudian
reacciones motivacionales ante situaciones de privación forzosa. A pesar de
todo, no existe un modelo motivacional unitario que represente en la Psicología
académica actual lo que supuso en su momento la propuesta de Hull.
1.1. Explicaciones cognitivas reactivas: los modelos basados en E/V
La perspectiva cognitiva, cuya influencia en la disciplina psicológica aumenta desde finales de los años cincuenta, dirige la atención hacia el estudio de motivaciones complejas que acontecen en actividades específicamente humanas en relación con comportamientos conscientes y de carácter voluntario; tal es el caso de la motivación de logro o de la planificación de metas. Sin embargo, gran parte de los modelos cognitivos desarrollados para explicar la motivación asumen y reproducen el esquema general característico de la concepción homeostática.
El ejemplo más claro de trasposición del modelo homeostático al ámbito de la cognición humana se observa en una serie de teorías, etiquetadas grosso modo como de 'la consistencia cognitiva'. Si bien estas teorías poseen formulaciones específicas y ámbitos de aplicación diferenciados, todas ellas confluyen en la idea de presentar la interpretación motivacional dentro de series alternativas de consistencia/inconsistencia como características centrales de la actividad psíquica. La teoría de la disonancia de Festinger (1957), la de la reactancia psicológica (Brehm, 1966), el modelo de autopercepción de Bem (1972) o la teoría de la equidad (Adams, 1965; Homans, 1961), comparten la estructura prototípica del modelo homeostático.
El esquema general de la teoría de la reducción del impulso, que en el diseño de Hull se aplica a la necesidad de satisfacer el deseo por la comida en una situación de hambre, se utiliza para explicar el funcionamiento de la psique ante pensamientos disonantes, percepciones de inequidad o cualquier otra inconsistencia entre creencias y comportamientos. El contenido motivacional que se pretende conocer cambia (motivos básicos versus motivos secundarios), así como el diseño general de la investigación (laboratorio animal versus observación y registro de reacciones humanas). Pero, la estructura explicativa homeostática se mantiene intacta en el modelo de la reducción del impulso y en las teorías de la consistencia cognitiva. Ambos comparten una interpretación mecanicista de la motivación humana basada en la alternancia dinámica entre equilibrio inicial (consonancia) y desequilibrio posterior (situación disonante). El sujeto se motiva, por tanto, ante una situación estimular concreta y reacciona mediante conductas predeterminadas, con el propósito de recomponer el estado anterior.
Entre las explicaciones cognitivas de la motivación humana, una de las que ha tenido mayor impacto se basa en destacar el papel que las 'expectativas' y 'valencias', en tanto conceptos anticipatorios a la acción, ejercen sobre el nivel de esfuerzo (tendencia motivacional) asignado a determinadas conductas. Una serie de modelos, desarrollados por Atkinson (1957), Feather (1959) o Vroom (1964) y aplicados a ámbitos muy diversos, se pueden agrupar en torno a la denominación común de teorías de expectativa/valencia (E/V). Estas teorías comparten con las de la consonancia/disonancia una visión racional del ser humano y consideran que el comportamiento es intencional en la medida en que obedece a un propósito funcional. Asimismo comparten un planteamiento reactivo de la motivación, en tanto en cuanto las tendencias motivacionales se interpretan como reacciones específicas provocadas por cambios en la situación estimular. En este caso, los estímulos (expectativas y valencias) son internos, mentalistas y anticipatorios. La intencionalidad, aunque se asume como característica inherente a la conducta, no representa un constructo explicativo de la motivación humana. Mantienen el criterio mecanicista al asignar a las expectativas y las valencias toda la responsabilidad de la tendencia motivacional dominante.
El profesor Pedro Mateos (1996), al revisar la evolución de los conceptos de motivación, intención y acción por parte de la Psicología, analiza con detalle algunas propuestas psicológicas que, manteniendo la filosofía general de los modelos basados en expectativas y valencias, intentan o bien ampliar su alcance o bien complementar estos dos parámetros cognitivos con otros componentes motivacionales. A su capítulo remito para los interesados en el tema. Aquí sólo voy a hacer referencia a determinados intentos de reelaboración o de ampliación del esquema clásico basado en los parámetros de expectativas y valencias. Tales intentos evidencian, por un lado, el impacto tan fuerte que han tenido y continúan teniendo las teorías de E/V en la psicología motivacional. Por otro lado y esto es lo más interesante, estas propuestas han contribuido a perfilar los contornos del mosaico explicativo de la motivación humana.
Ejemplos de re-elaboración de los parámetros E/V se encuentran en las propuestas de Bandura (1977) o Heckhausen (1977) al diferenciar tipos específicos de expectativas. La clasificación de Bandura distingue entre expectativas de eficacia y de resultado. Las primeras, referidas a la percepción de auto-capacidad para llevar a cabo una conducta, se sitúan conceptualmente entre el sujeto y la acción. Las expectativas de resultado, sin embargo, aluden a la convicción de que una determinada acción producirá un determinado resultado. Intervienen como actividades mediadoras entre la acción y el resultado esperado, tal y como se representa en el siguiente esquema.
Figura 1
Clasificación de expectativas propuesta por Bandura (1977)
Heckhausen, por su parte, clasifica tres tipos de expectativas: i) de situación-resultado (S-R), ii) de acción-resultado (A-R) y de resultado-consecuencia (R-C). La expectativa de A-R coincide prácticamente con la noción de expectativa de resultado de Bandura. La expectativa de S-R se define como la creencia de que una situación en sí misma, al margen de la conducta del sujeto, llevará a un determinado resultado. Por ejemplo, el convencimiento de que determinadas situaciones de pobreza llevan aparejadas el fracaso escolar. Finalmente, la expectativa de R-C consiste en la creencia de que el resultado esperado actuará como instrumento mediador para alcanzar unas determinadas consecuencias. Si se termina la carrera (resultado) se podrá acceder a un puesto profesional (consecuencia).
Tanto la noción de expectativa de eficacia de Bandura como la de expectativas de R-C de Heckhausen van a generar importantes repercusiones en la interpretación psicológica de la motivación. Bandura desarrollará el concepto de auto-eficacia (Bandura, 1982, 1995), incidiendo en el papel motivador que tiene la percepción de uno mismo como agente capaz de llevar a término determinadas acciones. Sobre la noción de auto-eficacia y la percepción de auto-capacidad volveremos luego, al hablar de motivación intrínseca.
A su vez, la distinción entre resultado y consecuencias, que plantea Heckhausen, posibilita la interpretación de los resultados como pasos instrumentales encaminados hacia metas de orden superior que aportan valor significativo a nuestras acciones. De manera que, aunque no se pueda influir directamente sobre las consecuencias sino sólo sobre los resultados, la creencia en la relación entre resultados y consecuencias posteriores adquiere valor motivacional. La relevancia de las acciones futuras sobre la conducta presente será enfatizada por Raynor (1981) a través de su concepción de 'la orientación futura' y por Gjesme mediante el concepto de 'distancia temporal de la meta'.
Además de ampliar el concepto tradicional de expectativa o de incorporar tipos diferenciados de valoraciones anticipadas (comparación social, auto-valoración, incentivos extrínsecos, costes/beneficios, o valor cultural), ha habido otras propuestas que han incorporado parámetros adicionales a los de expectativas y valencias para explicar las tendencias motivacionales de la conducta. Uno de los ejemplos más representativos de esta ampliación del modelo de E/V se localiza en 'la teoría dinámica de la acción' de Atkinson y Birch, (1970, 1978). En ella la tendencia de acción dominante se representa como el resultado final de contrarrestar fuerzas instigadoras y consumatorias, por un lado, frente a fuerzas inhibitorias y de resistencia, por otro. La idea de incluir en la explicación motivacional tanto las tendencias hacia la acción como las de evitación está ya presente en la explicación previa de Atkinson (1957) sobre la conducta de logro. La novedad de esta propuesta radica en que, al incorporar parámetros mediacionales (fuerzas instigadoras y consumatorias / fuerzas inhibidoras y de resistencia) entre las expectativas/valencias y las tendencias motivacionales resultantes, se plantea la posibilidad teórica de producir un cambio en la conducta y en la estructura motivacional subyacente, aún cuando permanezcan constantes las expectativas del sujeto y su valoración en torno a la situación vital.
Figura 2
Esquema de los parámetros explicativos según la teoría dinámica de la acción
En resumen, a partir de la década de los sesenta proliferan una serie de modelos que intentar explicar las estrechas relaciones entre factores motivacionales y conducta, o entre conocimiento, motivación y actividad. A pesar de los innegables progresos que representan algunas de estas propuestas cognitivas respecto a una consideración más activa y auto-reguladora de la motivación (Bandura, 1982; Raynor, 1981), la serie de teorías incluidas en este bloque, categorizado como reactivo, comparten un planteamiento común que se puede esquematizar mediante la representación gráfica siguiente:
Figura 3
Esquema general de las teorías reactivas
2. TEORÍAS DE LA ACTIVACIÓN
Este enfoque parte de la consideración del ser humano como agente causal de sus propias acciones. La motivación se interpreta como una actividad que, a menudo, se manifiesta de forma espontánea, sin necesidad de reducirse a mera reacción ante una situación estimular específica. Además, la conducta motivada se considera propositiva puesto que, en gran medida, se desarrolla impulsada por planes, metas y objetivos.
Desde la perspectiva psicofisiológica, el concepto de motivación de Hebb (1955), definido como la tendencia de todo organismo a producir actividad organizada, y el conocimiento del sustrato neural del arousal, en torno a la formación reticular y los núcleos inespecíficos del tálamo, constituyen dos importantes apoyos para sostener la concepción del ser humano como agente causal. La crítica posterior a la representación de la activación como un constructo unitario (Vila y Fernández, 1990) va a posibilitar la incorporación del enfoque sistémico, que toma en consideración tanto las estructuras neurales centrales y periféricas como el papel modulador de los componentes neuroendocrinos y, sobre todo, la serie de interacciones que se establece entre dichos componentes. La identificación del sistema cerebral de la motivación, a partir de los hallazgos de Olds y Milner, permite inferir la existencia de un circuito neural, cuya función consiste en regular el nivel de activación y proporcionar el impulso necesario para actuar en una determinada dirección (Suay, Salvador y González, 1996).
A diferencia de los planteamientos reactivos, la motivación humana en las teorías activadoras se caracteriza básicamente por las propiedades de espontaneidad y propositividad. La curiosidad, el afán exploratorio o el sentido de autodeterminación de la conducta son, en sí mismos, capaces de activación psicológica y el objetivo de tal actividad no consiste en restablecer la situación previa ni restaurar el equilibrio roto, sino guiar el comportamiento hacia caminos nuevos, desconocidos y desafiantes. La importancia motivacional de la intencionalidad y el peso que la voluntad ejerce sobre la conducta propositiva se han ido consolidando, en años recientes, en torno a una teoría general de la acción claramente separada del esquema tradicional alrededor de la conducta. Los antecedentes más inmediatos de tales posicionamientos teóricos remiten a la psicología filosófica de principios de siglo; y, en particular, a las explicaciones científicas desarrolladas por Ach para evaluar, de manera objetiva, la fuerza de voluntad, así como a la réplica y cuestionamiento que posteriormente plantea Lewin.
El desarrollo de la motivación intrínseca y la investigación psicológica desarrollada para explicar su origen se interesan, sobre todo, por el análisis de la espontaneidad, en tanto rasgo motivacional característico, que está presente en múltiples actividades humanas. Por su parte, el carácter propositivo, en estrecha sintonía con las nociones de intencionalidad y voluntad, ocupará el centro de atención en las explicaciones motivacionales de los modelos de la acción (Heckhausen, 1987; Kuhl, 1985).
La definición de motivación intrínseca plantea que gran parte de la actividad humana se realiza por el placer que supone o por el interés que su ejecución conlleva. La pregunta clave para la investigación psicológica ha girado en torno al conocimiento sobre cuáles son los factores subyacentes que permiten explicar la motivación intrínseca. En último término ¿qué es lo que convierte a una actividad en intrínsecamente motivante?. Las respuestas obtenidas han sido diversas y, en cierto modo, complementarias.
Algunos investigadores se han interesado por analizar las propiedades específicas de algunos objetos, que los convierten en intrínsecamente motivantes. Así por ejemplo, los estudios de Berlyne (1960), aplicados al ámbito educativo, inciden en las características de novedad, complejidad e imprevisibilidad, que poseen determinadas actividades, en tanto determinantes del interés motivacional. Un grado intermedio de cada una de estas propiedades despierta el interés de los sujetos y favorece la curiosidad y el afán exploratorio hacia ellas. Que una actividad resulte moderadamente novedosa, compleja o imprevisible depende, en parte, de la comparación de la información derivada de distintas fuentes. En este sentido, tales propiedades se definen como colativas de los patrones de estímulo.
Hasta cierto punto, el esquema homeostático reactivo se mantiene en esta explicación, en la medida en que las propiedades colativas (novedad, complejidad, imprevisibilidad) de ciertos estímulos provocan curiosidad y llevan a la exploración y manipulación de objetos para su mejor conocimiento; de modo parecido a como en el esquema clásico hulliano la carencia de algún principio alimenticio básico genera hambre y lleva a buscar alimento para satisfacer la necesidad. En este sentido, se puede representar la curiosidad como una necesidad psicológica, actuando de manera relativamente parecida a las necesidades básicas de hambre o sed, tal y como se ha mencionado previamente.
Csikszentmihalyi (1975) incorpora la noción de flujo, cuyo antecedente más directo cabe localizarlo en la idea de 'reto óptimo', como punto de encuentro entre el nivel de dificultad de la tarea, característico de una actividad, y las habilidades de las que dispone la persona para resolver la situación problemática. Aquí, la activación motivacional no depende sólo de la novedad o interés intrínseco del trabajo en cuestión, sino de la correspondencia entre ésta y los recursos personales de los que se dispone para afrontar la situación. El origen de la motivación intrínseca no depende sólo de las propiedades colativas que posean determinados objetos sino de una adecuación equilibrada entre competencia del individuo y reto implicado en la tarea. Cuando los retos superan las competencias individuales se genera un estado de ansiedad por exceso de dificultad. Si, por el contrario, las habilidades superan con creces los retos, el individuo se mostrará aburrido y, por ende, poco motivado.
Aunque, sin duda, las nociones de flujo o de reto óptimo incorporan, hasta cierto punto, la sensación de control personal sobre las propias habilidades y la interacción del sujeto con la actividad, la concepción motivacional subyacente sigue siendo reactiva en la medida en que el placer que lleva a realizar la actividad deriva, al menos parcialmente, de las propiedades colativas de los estímulos.
Pero, también la investigación psicológica interesada por la motivación intrínseca ha indagado sus orígenes dentro del sujeto, a través de la auto-percepción como persona competente, eficaz y con determinación para actuar. Las nociones de auto-competencia (White,1959), causación personal (deCharms, 1968), auto-determinación (Deci y Ryan, 1985), auto-eficacia (Bandura, 1982) y acción personalizada (Nuttin, 1985) realzan el protagonismo motivacional de la subjetividad y el papel del individuo como agente causal de su propia actividad comportamental. Cada uno de estos conceptos intenta definir, de manera precisa, la naturaleza de la motivación intrínseca. Pero en cualesquiera de tales explicaciones la motivación, más que responder a determinadas características estimulares concretas, proporciona oportunidades para que las personas pongan a prueba sus competencias y determinaciones, de manera activa e intencional. Las características de dinamismo y activación interna alejan la noción de motivación intrínseca de actividades placenteras derivadas, por ejemplo, de la experiencia sensorial pasiva. Como dice Reeve (1994), puede que nos guste ir al cine o escuchar música, pero no se puede definir estas actividades como conductas activadas por la motivación intrínseca. Otra cosa distinta es que tales actividades sensoriales favorezcan en nosotros el interés por conocer solfeo, por aprender a tocar un instrumento musical o por estudiar cinematografía.
Desde la perspectiva que aquí se analiza, relativa a la diferenciación entre teorías reactivas y de la activación, es esta última consideración de la motivación intrínseca la que presenta al individuo activa y espontáneamente motivado, buscando evaluarse en tanto persona competente y con autodeterminación respecto del entorno.
2.2. Los modelos de la acción
Junto al desarrollo de la motivación intrínseca, durante la década de los ochenta se formalizan una serie de modelos psicológicos que incorporan la intencionalidad y la voluntad como aspectos relevantes del comportamiento propositivo humano, atribuyéndoles un papel específico en la explicación motivacional. Los dos más representativos son la teoría del control de la acción de Kuhl (1985, 1986) y la del Rubicón de las fases de la acción desarrollada por Heckhausen (1987). Ambas explicaciones enlazan directamente con la tradición alemana de estudio de la voluntad, de la escuela de Wurzburgo, y con la noción de intencionalidad definida por Ach como fuerza impulsora de una tendencia determinante que incita a su realización.
Desde mi consideración personal, las dos mayores aportaciones de estos modelos para apoyar un enfoque activo y no meramente reactivo de la motivación son:
i) El establecimiento de una delimitación conceptual importante entre tendencia motivacional y logro de objetivos, de la que se derivan consecuencias teóricas y aplicadas de gran impacto, y
ii) la idea de que la conducta dirigida a una meta está jerárquicamente organizada, aunque el desarrollo de su estructura y la fundamentación empírica de la jerarquía todavía estén por descifrar.
Con respecto a la primera cuestión, ambos modelos incorporan el análisis diferencial entre los procesos que intervienen en la toma de decisiones y los que actúan sobre la consecución del objetivo propuesto. Para lograr una meta voluntaria es necesario, sin duda, tener el firme propósito de querer conseguirla. Pero, la intención, en tanto concepto motivacional central que representa el nivel máximo de compromiso con la acción, no garantiza el éxito del resultado deseado. La experiencia de la vida cotidiana evidencia la distancia existente entre los propósitos y los logros. Casi todos los estudiantes inician el curso académico con el firme propósito de aprobar una serie de asignaturas, sin embargo la proporción de los que lo consiguen suele ser bastante inferior.
En particular, Kuhl destaca como una insuficiencia la asunción implícita que realizan las teorías de E/V al identificar conducta motivada con meta. Por el contrario, su modelo parte de la diferenciación entre intencionalidad y acción. La propuesta se sostiene en dos ideas básicas referidas a:
i) los impulsos, deseos, expectativas, valoraciones y demás tendencias motivacionales son determinantes del grado de compromiso con la acción, cuyo nivel más elevado se sitúa en la intención o propósito firme de conseguir una meta, y
ii) entre intención y conducta median una serie de procesos volitivos complejos que tendrán que imponerse frente a diversas tendencias dificultosas, tanto externas como internas, para conseguir el objetivo propuesto.
Son estos últimos procesos y estrategias, más que los parámetros impulsivos, afectivos y cognitivos determinantes del nivel de compromiso con la acción, los que el modelo de Kuhl se interesa por estudiar. La figura que se presenta a continuación trata de representar el planteamiento básico de este autor.
Figura 4
Esquema de la Teoría del Control de la Acción (Kuhl, 1985)
El modelo del Rubicón de Heckhausen representa, con más detalle, la misma idea de Kuhl relativa a la diferenciación entre procesos motivacionales y volitivos, incluyendo en su representación cuatro fases y dos momentos clave de inflexión (el paso del Rubicón) en el proceso de toma de decisiones, tal y como aparece en el siguiente esquema.
Figura 5
Esquema de la Teoría del Rubicón de las fases de la acción (Heckhausen, 1987)
La cuarta fase del modelo incorpora, además, un nuevo componente motivacional en la secuencia, que se corresponde con la valoración que hace el sujeto de la acción conseguida, idea esta que ya había sido previamente esbozada a través de la noción de expectativa de resultado-consecuencia. La incorporación de la valoración en la explicación de la actividad motivada de los comportamientos voluntarios permite, por un lado, establecer en la representación un circuito de retroalimentación, ya que sólo la valoración positiva de los resultados obtenidos permite desactivar definitivamente la intención. Por otro lado, la valoración de la acción precedente posibilita implícitamente la valoración de las consecuencias, enlazando así el criterio de que el futuro puede influir sobre el presente, a través de las metas anticipadas y de la valoración de las mismas.
Síntesis en castellano sobre las aportaciones de estos modelos para la psicología motivacional se encuentran en Barberá (1991, 2000); Garrido (1996) y Mateos (1996). Sobre la importancia de la anticipación de metas en la explicación motivacional reflexiona el profesor Garrido en su reciente revisión teórica aparecida en los números 5-6 de la REME (Garrido, 2000).
3. TENDENCIAS FUTURAS
La idea de que gran parte de la motivación humana acontece de modo espontáneo, obedeciendo al interés intrínseco por ejercitar las propias habilidades o por poner a prueba la capacidad de intervención sobre el entorno, constituye un avance considerable y ha enriquecido, de forma sustantiva, el papel que desempeña la 'subjetividad' en el desarrollo de la actividad psicológica. También ha sido decisiva la incorporación de 'la intencionalidad' y del 'libre albedrío' para valorar la propia conducta y juzgar las acciones de los demás. La experiencia demuestra que ni la reacción comportamental ni tampoco la valoración de un acontecimiento suele ser la misma cuando se presupone buena o mala intención a los protagonistas. Conocimiento, motivación y valoración presentan, por tanto, estrechas interacciones entre sí.
El modelo de Kuhl (1986) establece, además de una interacción continua entre estos tres procesos psicológicos, vínculos específicos de cada uno de ellos con el entorno social, de manera que la relación prioritaria de los procesos cognitivos es de representación, mientras que lo que caracteriza específicamente a las emociones es el tono valorativo que los humanos solemos atribuir, en mayor o menor grado, a cualquier acontecimiento. Finalmente, la característica específica de los procesos motivacionales es el grado de compromiso con la acción. La siguiente figura representa esquemáticamente esta idea.
Figura 6
Relación de los procesos psicológicos con el mundo (Kuhl, 1986)
Sin embargo, la psicología cognitiva se ha dedicado a analizar preferentemente el papel crucial que el conocimiento (disonancia, expectativas, atribuciones causales) y la voluntad (mecanismos de regulación y modos de control de la acción) ejercen sobre la motivación y sobre la actividad humana; hasta el punto de sostener, no sólo con argumentos teóricos sino también con evidencia empírica, que un factor tan mental como 'la anticipación de metas futuras' puede ser decisivo en la evaluación del nivel de esfuerzo y de las reacciones comportamentales. Por su parte, la influencia del conocimiento sobre el área más caliente de la Psicología, las emociones, se ha reavivado recientemente mediante el estudio de la inteligencia emocional, del coeficiente emocional como factor distinto y complementario del CI (coeficiente intelectual) y del desarrollo de instrumentos de medida de este constructo.
El camino inverso no ha recibido, sin embargo, una exploración similar. Con frecuencia se da por supuesto que las tendencias motivacionales y las emociones influyen sobre las representaciones cognitivas. Se suele asumir que los deseos personales, algunos afectos e, incluso, el sentido de auto-eficacia afectan a la representación del conocimiento y a las interacciones humanas. Pero no se ha analizado con detenimiento ni se ha formalizado mediante un modelo concreto los diversos modos como tal influencia acontece.
También, existe poca investigación teórica y empírica acerca de las estrechas relaciones e interacciones que acontecen entre motivación y emoción, fuera de las hipótesis psico-fisiológicas ya mencionadas. La consideración de alguna emoción básica (miedo) como un sistema motivacional primario no permite, si no se amplia el modelo, dar cuenta del papel que ejercen múltiples emociones humanas, como la envidia, los celos, la compasión, el odio o la ternura; afectos todos ellos de naturaleza no tan primaria, que la observación fenomenológica y la propia experiencia señalan como factores determinantes de la actividad psíquica, y que hay que tomar en consideración en la explicación motivacional del comportamiento.
En fechas recientes, la Psicología ha incorporado a su acervo terminológico la expresión inteligencia emocional (IE). Propuesta originalmente por Salovey y Mayer (1990) y popularizada un poco más tarde por Goleman (1996), la creencia en una IE, diferenciada del concepto de inteligencia clásica, ha generado un tremendo revuelo, que algunos califican de verdadera conmoción, en el panorama de la Psicología actual. Aunque la expresión aporta pocas novedades conceptuales (véase, a este respecto, los conceptos de inteligencia social de Thorndike,1920 y, más recientemente la teoría de Gardner, 1983 sobre las inteligencias múltiples), el índice de popularidad conseguido obedece, además de al hecho innegable de acuñar un término, a la necesidad social de incorporar los afectos y las emociones en la explicación del comportamiento humano. Los seres humanos percibimos el mundo, desarrollamos expectativas, construimos pensamientos, interaccionamos con los demás y actuamos movidos por emociones. La emocionalidad representa una parte sustancial de la psique, tiene propiedades funcionales y hay que incorporarla en la explicación de la actividad humana, en estrecha interacción con la motivación y el conocimiento, en lugar de enfrentarla a la razón y conceptuarla como la parte irracional y atávica de los organismos.
Definida como un conjunto de meta-habilidades que pueden ser aprendidas, Salovey y Mayer (1990) estructuran el concepto en torno a cinco dimensiones básicas referidas a : 1) el conocimiento de las propias emociones, 2) la capacidad para controlar las propias emociones, 3) la capacidad de motivarse a sí mismo, 4) el reconocimiento de las emociones ajenas y 5) el control de las relaciones. Además, desde una consideración psico-fisiológica, estudios recientes (LeDoux, 1999) han aportado información específica sobre el papel de la amígdala como nexo de unión entre el cerebro emocional y el cerebro racional, corroborando con ello la noción de IE (Mestre, Guil, Carreras de Alba y Braza, 2000).
Si nos detenemos en el análisis de estas cinco características vemos que la base de la IE radica en el conocimiento y control de las emociones propias y ajenas, así como en la capacidad de la IE como fuente motivacional creativa e intrínseca. Por lo que respecta a la relación entre emociones y procesos de conocimiento (percepción, razonamiento, solución de problemas, lenguaje) el concepto de IE sólo aporta una interpretación cognitiva de las emociones, que se basa en el conocimiento de las emociones propias y ajenas como requisito imprescindible para poder controlarlas. A su vez, en la aproximación que establecen Salovey y Mayer entre emociones y motivación, la IE parece contribuir a aumentar la competencia social, mediante la empatia y el control emocional, incrementando la sensación de eficacia en las acciones que se acometen. Este aspecto se relaciona también con el concepto de inteligencia exitosa propuesto actualmente por Sternberg (1997).
Un balance general sobre el estado del arte en psicología de la motivación revela como rasgos prioritarios el predominio actual de la investigación aplicada, con especial incidencia en los ámbitos educativo y laboral. La psicología educativa reclama la importancia de los procesos motivacionales en la acción formativa y las interacciones específicas que acontecen entre motivación y rendimiento académico. En los entornos organizacionales, los principales debates giran en torno al papel que desempeña la motivación, intrínseca y extrínseca, sobre la satisfacción y el rendimiento laboral, interesándose fundamentalmente por como esta relación se puede traducir en beneficios económicos.
Una reciente revisión sobre las áreas preferentes de investigación motivacional en las universidades españolas (Barberá y Mateos, 2000) presenta como resultados concluyentes, por un lado, una enorme dispersión temática, y, por otro, un claro predominio de la investigación aplicada sobre la investigación básica. La investigación psicológica actual está lejos ya de las antiguas pretensiones universalistas desde conceptos motivacionales únicos, como ‘la voluntad’, ‘el instinto’, ‘el impulso’, ‘el incentivo’ o ‘la pulsión’. Tampoco se piensa ingenuamente que la motivación lo explica todo. Se reconoce, por el contrario, que la mayor parte de actividades humanas son tan complejas, sus motivaciones tan diversas y tan plurales los factores que en ellas intervienen, que resulta muy difícil aglutinar en un único paradigma explicativo toda esta complejidad (Barberá, 2000).
No obstante, una característica comúnmente compartida por los investigadores es la elección de lo que se podría denominar un ‘marco cognitivo de referencia’. A pesar de la diversidad temática y procedimental planteada o del enfoque conceptual, casi todos los autores asumen, de manera explícita o implícita, una interpretación psicológica que prioriza los componentes racionales de la motivación humana y los comportamientos voluntarios dirigidos a la consecución de metas. Una tendencia que se vislumbra en los modelos motivacionales más recientes es el influjo del enfoque sistémico, según el cual el centro de atención no son los componentes motivacionales internos, ni tampoco los factores ambientales, sino las relaciones interactivas que, de forma continua, se producen entre las personas y el universo subjetivo que se construye socialmente.
Sin embargo, siguen siendo enigmas sin resolver y se apuntan como retos centrales para el futuro algunas cuestiones referidas a las estrechas interacciones entre motivación y emociones, así como al desarrollo de modelos que traten de representar los modos mediante los cuales se entreteje la influencia de las emociones y motivaciones sobre el conocimiento, la actividad psíquica y los resultados comportamentales.
Es necesario, en estos momentos, invertir esfuerzos para desarrollar una representación formalizada de las interacciones que acontecen entre los afectos e intenciones comportamentales, por un lado, y la representación del conocimiento, por otro. De acuerdo con el planteamiento de la IE, las emociones sólo aportan inteligencia y funcionalidad a la conducta en la medida en que se las conoce cognitivamente, conocimiento que se presenta como requisito previo para su control. Es cierto que Salovey y Mayer hablan del valor de la empatía en la interacción con el entorno, pero poco o nada se plantea sobre si las emociones, desde una consideración positiva, sirven para pensar de un modo mejor, o si nos pueden ayudar a razonar de una manera más justa y valiosa.
Esta primera pregunta lleva a plantear una nueva duda acerca del sentido de meter en el mismo cajón explicativo emociones tan diversas como el miedo reactivo, los afectos de ternura o la complejidad emocional que conlleva el amor. ¿Cabe hablar de emociones en sentido genérico o, por el contrario, el modo como contribuye una emoción como la envidia es radicalmente distinto a como lo hace el amor o la ternura, como factores impulsores del comportamiento?, ¿qué comparten la envidia y la ternura como agentes motivacionales que permita seguir hablando de dos emociones sin más?. Incluso si nos detenemos en una emoción concreta como el miedo, ¿tiene sentido comparar la actividad motivada por miedo ante un objeto fóbico con las reacciones motivadoras que puede suscitar el temor a perder un amigo?.
Es posible pensar en la dimensión de la IE referida a la capacidad de motivarse a sí mismo enlazándola con la idea de que el auto- conocimiento y auto-control de las emociones se puede asemejar a las nociones de auto-eficacia, auto-determinación y causación personal. Pero, de nuevo, desde esta perspectiva, vuelve a plantearse la pregunta sobre el análisis de algunas emociones, no sólo como cargas afectivas a controlar, sino como componentes psíquicos esenciales que intervienen en la actividad humana, en la toma de decisiones y en la interpretación y valoración de los acontecimientos.
En definitiva, como ya propusiera Nuttin (1985) hace unos cuantos años, todavía sigue siendo un reto para la investigación psicológica la representación de las complejas relaciones que acontecen entre los deseos y afectos humanos, las metas y planes de acción sobre un 'mundo percibido y pensado' y la actividad psíquica.
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