VOLUMEN: 2 NÚMERO: 1
MARCO CONCEPTUAL E INVESTIGACION DE LA MOTIVACION HUMANA

Ester Barberá Heredia
Universitat de Valencia
Spain


 






 

    En el estudio del comportamiento humano, pocos conceptos han suscitado más interés y despertado tantas expectativas como los vinculados con los procesos motivacionales. Los psicólogos, sin embargo, no se muestran unánimes respecto del papel que la motivación desempeña en el análisis explicativo de la conducta. Mientras para algunos se concibe como un tema psicológico preferente, otros lo interpretan como una noción superflua, destinada a desaparecer del vocabulario de la investigación experimental.

    La relevancia de la motivación se pone de manifiesto al afirmar que 'una psicología que no concede a la motivación un lugar central en sus preocupaciones no merece calificarse de ciencia de la conducta' (Siguan,1979). Sin ella no hay movimiento, ni actividad psíquica, ni es posible el comportamiento. Pero también es cierto que, en ocasiones, la motivación ha sido etiquetada de 'tapadera' de la Psicología, cuya función básica es ocultar aquellas cuestiones que la investigación experimental aún no ha conseguido descifrar. Esta disparidad de opiniones ejemplifica el estatus confuso, ambiguo y divergente que han tenido y continúan teniendo las nociones motivacionales en Psicología.

    Las definiciones más compartidas de lo que es la motivación implican al conjunto de procesos que se interesan por las causas de que se hagan o se dejen de hacer determinadas cosas, o de qué se hagan de una forma y no de otra. Se trata, por tanto, de un constructo teórico no sólo básico para la Psicología, sino, además, 'ambicioso en cuanto al alcance, atractivo por las metas planteadas y tremendamente complejo por la diversidad de componentes que conlleva' (Fernández-Abascal, 1997. p. 11).

    Aunque la idea de motivación remite siempre a los factores causales del comportamiento, es muy frecuente su utilización con un sentido meramente descriptivo. Cuando se afirma, por ejemplo, que alguien está muy motivado por el estudio, se suele argumentar esta afirmación describiendo minuciosamente el comportamiento de la persona en cuestión (i.e. número de horas que ha estado sentada ante los libros en actitud de concentración).

    No obstante, la descripción, por minuciosa y detallada que sea, nunca puede sustituir a los argumentos explicativos. Las conductas sólo proporcionan indicios, más o menos fiables y más o menos asentados, de la estructura procesual que subyace a la actividad psíquica. Pero nunca encierran en sí mismas una explicación cabal de los motivos comportamentales (Sánchez Cánovas y Sánchez, 1994). En el ejemplo anterior, la inferencia realizada sobre el interés de la persona por el estudio puede ser errónea y su conducta obedecer a otras causas (i.e. impresionar a un amigo).

    La complejidad inherente a la motivación humana y las dificultades de acceso directo al conocimiento de los motivos explican, al menos parcialmente, el tratamiento experimental deficitario que los procesos motivacionales han recibido en Psicología, sobre todo si se los compara con la experimentación llevada a cabo en inteligencia, pensamiento, resolución de problemas o razonamiento, por no citar más que algunos ejemplos bien conocidos. Brown (1979) ve 'en la falta de seguras fundamentaciones científicas la causa de la confusión actual en el campo de la motivación. Argumenta que este concepto no fue forjado por una necesidad de explicación de la experimentación, y que su uso parece deberse, más bien, a su correspondencia con las concepciones de sentido común'.

    Revisando las múltiples consideraciones de que han sido objeto los temas motivacionales en la disciplina psicológica, se detecta cierta fascinación por unos procesos que, al mismo tiempo que atraen, producen asombro. Por un lado, se juzgan básicos y necesarios pero, por otro, no son susceptibles de tratamiento experimental o son tachados de tapadera psicológica. Todo ello ha favorecido la representación de la motivación como 'la caja de los truenos', respecto de la cual se intuye que encierra tesoros importantes, pero no se sabe nunca, a ciencia cierta, que puede salir de ella.

    En múltiples situaciones de la vida cotidiana se observa esta referencia a lo motivacional como un principio psicológico necesario, pero con el que no se sabe muy bien qué hacer ni cómo intervenir. En el ámbito educativo, la falta de motivación suele mencionarse cuando algo falla en el proceso de aprendizaje. Muchos profesores, universitarios y no universitarios, se quejan del poco aliciente que despierta en ellos la actividad docente que ejercitan a diario, atribuyendo su falta de interés al bajo nivel motivacional de los estudiantes. 'Parece que no les interesa nada de lo que se dice en clase, que su cabeza está en otro lugar'. Y, a menudo, suele ser así, por lo que luego confirman los propios estudiantes. Lo que está implícito en frases como esta es que si estuvieran motivados o si se les consiguiera motivar hacia el estudio, aprenderían más y obtendrían mejores resultados académicos.

    En tales casos, se suele mencionar la importancia de los procesos motivacionales en sentido negativo. Se obtienen bajas calificaciones porque no hay interés (haciendo caso omiso de la capacidad) o no se presta atención en clase por falta de motivación hacia lo que se ense?a, sin pensar en otras posibles razones, por ejemplo las preocupaciones personales. Es curioso, además, observar como padres, profesores y estudiantes suelen exculparse a sí mismos, atribuyendo a los demás la responsabilidad por la falta de motivación. Los padres suelen pensar que los profesores no saben motivar a sus hijos y, a su vez, los profesores se quejan del bajo estímulo motivacional que reciben de los estudiantes. Los alumnos piensan que las clases son aburridas, que no saben despertar su curiosidad (Barberá, 1994).

    Estas reflexiones, que con toda seguridad no resultan ajenas a ningun docente, me llevan a sintetizar que, si bien resulta indiscutible la implicación de factores motivacionales en las explicaciones psicológicas, a menudo, a la motivación se le ha atribuido un poder excesivo. Como Nuttin (1980) reconociera hace ya algunos a?os, la comprensión de una conducta exclusivamente en términos motivacionales es muy parcial. Hay otros factores, físicos y fisiológicos, personales y situacionales, que intervienen no sólo en el cómo del proceso, sino también en su determinación. La motivación, por tanto, no es el único origen del comportamiento. En tanto docentes implicados en la acción educativa, casi todos hemos tenido experiencias negativas consiguientes a la atribución de poder omnímoro a la motivación, al creer que las capacidades no cuentan o al asumir que todos las tienen y que el éxito o fracaso sólo depende del interés personal.

    La Psicología se ha aproximado al estudio de la motivación humana desde perspectivas muy diversas. Mientras el psicoanálisis, por ejemplo, sostiene que las motivaciones básicas son de carácter inconsciente aunque producen efectos en la conducta, gran parte de la psicología experimental y, en particular, los enfoques cognitivo y socio-cognitivo se han interesado por el análisis motivacional de las actividades voluntarias, tal y como se plantean en el momento de optar por una profesión, elegir un piso o renunciar a vivir en un determinado país.

    Analizar el estatus psicológico de la motivación conlleva inevitablemente una cierta perspectiva histórica y una revisión, por somera que sea, de los sucesivos marcos conceptuales. El análisis que aquí se presenta se focaliza, en particular, en conductas voluntarias vinculadas con el logro de metas planificadas y en las estrategias que intervienen en los proyectos de acción. Se especifican algunas de las consecuencias sociales, así como posibles ámbitos de aplicación derivados de las diversas teorías.

MARCOS CONCEPTUALES DE LA PSICOLOGÍA MOTIVACIONAL

    A lo largo del tiempo, la Psicología ha proporcionado respuestas parciales a la pregunta sobre los motivos de la actividad psíquica humana. Los conceptos de 'voluntad', de 'instinto', de 'pulsión', de 'impulso', de 'incentivo', de 'auto-realización personal', de 'expectativas' o de 'atribuciones causales' han sido esgrimidos como argumentos capitales en el análisis de la motivación. La primera conclusión ante conceptos tan dispares como los que se acaba de nombrar es que los motivos son muchos y muy variados, por lo que la motivación se define como un proceso multideterminado (Barberá y Molero, 1996; Fernández-Abascal, 1997; Garrido, 1996).

    La tradición occidental de la teoría motivacional hunde sus raíces en la polémica filosófica entre «razón» e «instinto», ejemplificada a través de la clásica división entre animales racionales e irracionales. Mientras los seres humanos parecen regir sus vidas y sus acciones movidos por la razón, por el esfuerzo y la voluntad, el móvil comportamental de los demás organismos animales, a los que no se les supone capacidad de raciocinio, se localiza en los instintos. El instinto representa para los animales irracionales lo mismo que la voluntad para los seres racionales, es decir el factor explicativo causal de sus comportamientos.

    Una polémica similar se reproduce, desde principios de siglo, en la disciplina psicológica a través del binomio instinto-aprendizaje, siendo McDougall (1908) el exponente más característico de las posiciones instintivistas. La teoría de McDougall resuelve el estatus del potencial motivador postulando que los instintos no sólo impulsan la actividad humana sino que también fijan las metas hacia las que la actividad se dirige. El instinto se define como una tendencia genéticamente programada, de carácter innato y universal. Una teorización de estas características crea bastantes problemas, siendo uno de los más cuestionados el tratar de explicar la enorme diversidad de conductas humanas con un número reducido de instintos.

    A partir de la segunda década del siglo XX, las tesis instintivistas chocan con algunos obstáculos importantes. El primero fue la enorme fuerza con la que entró en la psicología experimental el conductismo de Watson (1924) que, aunque compartía los postulados evolucionistas centrales, daba gran importancia al aprendizaje y se negaba a aceptar que la conducta humana estuviese predeterminada por factores genéticos. Uno de los principios básicos de las tesis conductistas era que no sólo los motivos influyen en el aprendizaje, sino que los motivos también pueden aprenderse, tal y como había demostrado la experiencia pionera de Watson con el ni?o Alberto, a quien infundió miedo a una rata por medio de un proceso de condicionamiento.

    Pero será, sin duda, la teoría de Hull (1943, 1952), con todas las aportaciones posteriores de la escuela hulliana, la que va a proporcionar un modelo explicativo de la conducta humana, que va a desempe?ar un papel dominante en la historia de la psicología académica hasta finales de la década de los cincuenta. Dicho modelo explica el comportamiento a partir de dos conceptos motivacionales activadores: el impulso (drive) y el incentivo y uno de aprendizaje asociativo: el hábito que marcará la dirección de la conducta (Todt, 1982). Motivación y aprendizaje representan para el modelo neoconductista los ejes fundamentales explicativos de la conducta. En el reparto de tareas, a la motivación se le asigna la activación o energetización del comportamiento, mientras que los principios de aprendizaje asociativo se responsabilizan de marcar el rumbo o direción hacia la consecución de las metas establecidas.

    Otro obstáculo para las tesis instintivistas provino de la teoría psicoanalítica y en concreto del concepto motivacional de pulsión (trieb), en cuanto alternativa al instinto clásico, que S. Freud (1915) desarrolló al analizar la sexualidad humana. La sexualidad entendida como pulsión se inicia, prácticamente desde el nacimiento, vinculada con una necesidad de tipo orgánico: hambre, defecación, micción, etc; de ahí el nombre de las fases del desarrollo libidinal que Freud propone: oral, anal, fálica o genital.

    Pero, la pulsión se independiza pronto de lo biológico, diferenciándose del instinto tanto en la finalidad como en el objeto. Así, la búsqueda del placer y no la reproducción de la especie se convierte en la meta pulsional de la sexualidad, no existiendo para satisfacer esa finalidad tan poco biológica ningún objeto propio. El concepto psicoanalítico de falo hace referencia, precisamente, a aquello que ocupa el lugar de la falta de especificidad. El modo como cada persona resuelve sus conflictos libidinales para adaptar el principio del placer inicial a las restricciones sociales impuestas -principio de la realidad- va a depender de las relaciones familiares concretas, que son específicas para cada persona, y va a ser determinante en la estructura caracterial de la personalidad humana, que será distinta para las niñas y para los niños (Barberá, 1982).

    Para Freud, por tanto, la independencia del concepto de pulsión con respecto al de instinto será sólo relativa, ya que su origen se inicia en estrecha vinculación con la satisfacción de necesidades instintivas básicas, aunque más adelante la líbido se separe de lo biológico y se ponga al servicio de necesidades estrictamente psicológicas, como la búsqueda del placer o el equilibrio entre principio del placer y principio de la realidad.

    Conductismo y psicoanálisis representan, en muchos sentidos, enfoques contrapuestos en la interpretación del comportamiento y de los motivos que sobre él actúan. Pero comparten el carácter determinista de la psique humana y la visión deficitaria y negativa de los procesos motivacionales. Para Watson la conducta se puede determinar desde fuera mediante la adecuación de estímulos específicos. Así pronuncia la famosa frase de «dadme veinte ni?os y dejadme que los eduque a mi manera y haré de ellos lo que queráis: ingenieros, médicos, arquitectos, etc.». Para Freud, sin embargo, son las pulsiones internas, que nunca desaparecen, las que actúan como móviles determinantes de nuestras acciones. El psicoanálisis define al sujeto humano como la serie de identificaciones que realiza a lo largo de toda su vida.

    Los enfoques sociológicos y antropológicos representaron otro obstáculo importante al ofrecer datos transculturales que cuestionaban el supuesto de un núcleo motivacional común a toda la humanidad, tal y como defendía McDougall. Tres argumentos fundamentales esgrimen las investigaciones sociológicas y antropológicas para rechazar los supuestos instintivistas basados en predisposiciones genéticas heredadas de forma universal.

    En primer lugar, los estudios llevados a cabo desde la antropología social demuestran que la estructura de los motivos fundamentales varía enormemente de unas culturas a otras. En segundo lugar, sociólogos y antropólogos consideran que si el concepto de instinto es algo orgánico, debe tener una localización fisiológica, localización que ha sido infructuosa respecto de algunos motivos básicos tales como el hambre, la sed o el sue?o, y totalmente inapropiada en relación con motivaciones específicamente humanas, como el afán de poder o la motivación de logro. La tercera razón argumentada es la enorme complejidad de los motivos sociales, que parecen encajar mejor con una explicación relativa a las situaciones sociales a las que cotidianamente se enfrentan los seres humanos, que en base a estructuras biológicamente determinadas del organismo (Morales, 1988).

    Finalmente, la psicología humanista incorpora los motivos de crecimiento y desarrollo a la tipología motivacional humana. De acuerdo con la perspectiva holística, algunos psicólogos se representan al ser humano como un sistema unitario, de manera que cualquier motivo que afecta a una parte del sistema afecta a toda la persona.

    Para Maslow (1943) la base comprensiva de la motivación humana radica en la idea de que las personas poseen necesidades básicas a nivel organísmico que actúan de forma discreta pero segura. Sin embargo, estaba poco interesado en elaborar listas cuantitativas de necesidades básicas por lo que, a diferencia de Murray y como buen humanista, propuso una estructura piramidal de necesidades jerarquizadas, estableciendo una distinción entre necesidades deficitarias o de carencia, por un lado, y necesidades de crecimiento y desarrollo, por otro. Dentro de las necesidades de carencia Maslow engloba las necesidades fisiológicas y los motivos de seguridad, pertenencia y valoración. Cuando las necesidades de carencia están satisfechas, comienzan a emerger las orientadas hacia el crecimiento. Una vez que el ser humano deja de sentirse hambriento, inseguro, no-amado, ni inferior, puede sentir la necesidad de cumplir con su destino como persona.

    Ninguno de los enfoques psicológicos mencionados niega el componente biológico impulsivo de la motivación humana. Sin embargo, aunque todos ellos lo consideran imprescindible, juzgan incompleta cualquier explicación motivacional que quede reducida a las bases orgánicas. Las críticas conductistas y neoconductistas destacan el papel capital que desempe?an los factores de aprendizaje en la conducta y los factores estimulares externos en la motivación. El cuestionamiento del psicoanálisis se dirige, por el contrario, a la concepción homeostática clásica, según la cual los componentes hedónicos se subordinan por completo al servicio de las necesidades biológicas. Como alternativa, la búsqueda del placer y la búsqueda del goce van a constituir los fines primordiales a los que sirve la pulsión analítica.

    Además, gran parte de las motivaciones del comportamiento humano presentan un origen social, que sociólogos y antropólogos están interesados en conocer, así como una tendencia hacia la realización personal, tendencia que constituye lo más específico y característico de la motivación humana, tal y como han destacado los psicólogos humanistas. Pero, sin duda, serán los enfoques cognitivo y socio-cognitivo los que van a ejercer un influjo más poderoso sobre el desarrollo de la psicología motivacional durante la segunda mitad del siglo que ahora finaliza.

    Al tratar de recapitular las sucesivas explicaciones parciales de la motivación humana, se observa que la mayor parte de psicólogos interesados en su estudio la conciben, o bien como un impulso interno, que se concreta en un estado de necesidad o en un deseo, o bien como una atracción externa derivada de los estímulos ambientales, que actúa con más o menos fuerza sobre las personas. La teoría de McDougall, el planteamiento freudiano o la concepción motivacional de Hull, tal y como se plantea en 1943, se incluirían en el primer grupo. Por el contrario, la teoría de los incentivos y la mayor parte de planteamientos sociológicos se corresponden con el segundo enfoque.

    La perspectiva sistémica (Bertalanffy, 1968) sostiene, sin embargo, una concepción relacional de la motivación, según la cual el punto de partida no son ni los impulsos intraorgánicos ni, tampoco, los estímulos ambientales, sino las relaciones interactivas que, de forma continua, se generan entre un individuo y su entorno. En el caso humano, la complejidad que caracteriza a tales interacciones hace que algunas de las necesidades se transformen en metas y planes de acción, y que el entorno se defina como un mundo percibido y pensado (Nuttin, 1980, 1985).

    Es evidente que no toda conducta humana puede considerarse voluntaria. Es más, tal y como Sigmund Freud se ocupó de poner de manifiesto, ni siquiera podemos afirmar que los humanos seamos conscientes de las motivaciones básicas de nuestro comportamiento. Pero, sin duda, una parte considerable de la investigación psicológica experimental ha avanzado en el conocimiento de los procesos que intervienen en los comportamientos planificados y dirigidos hacia determinados logros (Heider, 1958; Lewin, 1938; Weiner, 1974). Son estos avances los que se van a describir en el siguiente apartado.
 
 

MOTIVACIONES EN LAS CONDUCTAS DIRIGIDAS A LA CONSECUCIÓN DE METAS

    Entre las consecuencias motivacionales derivadas del auge de la psicología cognitiva cabe destacar para el propósito que ahora nos ocupa las siguientes:

i) el interés por analizar las motivaciones conscientes vinculadas a las conductas voluntarias y de conocer los motivos que subyacen a los comportamientos encaminados a la consecución de metas, siguiendo planes de acción específicos (Weiner, 1982).

ii) La proliferación de conceptos motivacionales de carácter cognitivo, tales como 'las expectativas' o 'las atribuciones causales', que remiten directamente a factores de anticipación mental o de reflexión sobre las acciones comportamentales (Mayor y Barberá, 1987).

iii) El auge de miniteorías explicativas de aspectos motivacionales parciales, consiguiente al avance progresivo de la investigación experimental, en contraste con las teorías clásicas que intentaban dar cuenta de toda la motivación humana desde un concepto único, fuera éste el instinto, la pulsión o el impulso (Reeve, 1994).

Modelos de Expectativa/Valencia

    En el análisis motivacional de la conducta dirigida a la consecución de metas, los modelos de expectativa/valencia (E/V) han dominado el escenario psicológico, al menos durante las tres últimas décadas (Feather, 1982). Aunque dentro del rótulo general de E/V se incluyen planteamientos teóricos diversos, todos ellos comparten entre sí la consideración de que el componente motivacional clave para conseguir un logro es la intencionalidad, o lo que es lo mismo el grado de compromiso personal con respecto al objetivo propuesto. De acuerdo con estos modelos, cuando hay una intención clara, concreta y definida por conseguir una meta, aumenta la probabilidad de lograr el objetivo.

    Así por ejemplo, aunque muchas personas explicitan el deseo de dejar de fumar, sólo unas pocas se lo plantean seriamente como una meta a lograr, es decir tienen intención clara de dejarlo. Ahora bien, las personas que se lo proponen seriamente y que adquieren un compromiso intencional, casi siempre lo consiguen.

    Un planteamiento de este tipo centra toda la carga motivacional en la determinación clara y precisa de intenciones, asumiendo, de forma implícita, que el paso de la intención a la consecución de la meta, una vez que áquella ha sido firmemente establecida, es un proceso directo, inmediato y casi automático. Siguiendo con el ejemplo anterior, una vez que la voluntad ha tomado la decisión de dejar de fumar, se asume como altamente probable el logro del resultado.

    Puesto que a la intención se le atribuye un papel esencial respecto al logro de resultados, estos modelos han dedicado muchas páginas de su trabajo al análisis teórico y empírico de los determinantes de la intencionalidad, que cifran básicamente en dos conceptos cognitivos, como son 'expectativas', por un lado, y 'valencias', por otro. El concepto de expectativa se define como la probabilidad percibida que anticipa una persona acerca de que una determinada acción llevará a la consecución de un resultado. El concepto de valencia alude al valor que la persona anticipa al logro de dicho resultado (Mayor y Barberá, 1987).

    En el ejemplo del tabaco, la intención de dejar de fumar va a estar básicamente determinada por la probabilidad que un individuo subjetivamente cree que tiene de lograrlo así como por el valor que para esa persona tiene su consecución, bien sea por razones de salud, de dominio de la voluntad o por complacer al otro/os. En cualquier caso, el valor se anticipa, es decir el individuo asume que cuando consiga dejar de fumar su salud mejorará o sentirá orgullo y satisfacción por el logro conseguido. Pero todos estos pensamientos motivan y afectan a la intención con anterioridad al logro de los resultados.

    Desde estos dos parámetros cognitivos anticipatorios, los teóricos de E/V explican tanto el proceso de toma de decisiones como la mayor o menor persistencia en las tendencias motivacionales (Atkinson y Feather, 1966). Esta idea básica va a estar presente en teorías tan dispares e influyentes para la historia de la psicología motivacional como la de Rotter (1954) sobre el aprendizaje social, la de Edwards (1954) sobre la utilidad subjetivamente esperada, la de Atkinson (1957) sobre la conducta de logro, la teoría de Feather (1959) sobre preferencia de objeto o la teoría laboral de Vroom (1964).

    La investigación experimental se ha ocupado de estudiar los factores que intervienen en el desarrollo de las expectativas y de las valencias. Rasgos individuales de personalidad referidos al carácter optimista o pesimista (McFarlin y Blascovich, 1981), así como experiencias vitales directas y de tipo vicario (Bandura, 1986; Kazdin, 1979) han sido valorados como elementos decisivos. Pero también componentes externos al individuo, tales como las características concretas de las actividades propuestas o su nivel de dificultad (Atkinson, 1964), se consideran determinantes importantes. Los teóricos de la comparación social (Festinger, 1954) han hecho hincapié en los procesos de comparación interpresonal, de manera que es más probable esperar conseguir un resultado previamente logrado por personas próximas que otro que no lo ha sido.

    El análisis motivacional de estos modelos no se interesa tanto por los resultados obtenidos como por el estudio de los factores psicológicos que determinan el compromiso personal con la meta. Esquemáticamente, el modelo se podría resumir mediante el siguiente diagrama:
 
 

FIGURA 1
Representación de la Teoría de Expectativa/Valencia


 







    Como puede verse, la intencionalidad, entendida como el compromiso personal con la acción, constituye el componente motivacional único que se representa en el análisis de los comportamientos voluntarios dirigidos al logro de metas planeadas. El modelo asume que una vez establecida firmemente la intención, el tránsito del propósito a la acción es directo y suele darse sin dificultades. Por este motivo, estas teorías se focalizan en el estudio de los componentes que intervienen en la determinación de intenciones, ocupando los conceptos cognitivo-valorativos de expectativa y valencia una posición dominante.
 
 

Teorías del Control de la Acción

    Con un marco conceptual similar, los teóricos del control de la acción (Halisch y Kuhl, 1987; Kuhl, 1986, 1987; Kuhl y Beckman, 1985, 1992) amplian la propuesta de los modelos de E/V estableciendo una distinción entre compromiso personal con la acción (intención) y consecución de la meta (logro). De acuerdo con este nuevo enfoque, la intención es condición necesaria para iniciar una acción voluntaria, pero su intervención no es suficiente para garantizar el resultado. La formulación clara y definida de una intención no implica automáticamente la consecución del resultado.

    Los conceptos de expectativa y valencia permiten dar cuenta parcial de lo que las personas se comprometen a cumplir, pero en el camino hacia el cumplimiento de la meta muchas intenciones no llegan a buen término. Volviendo al ejemplo previamente comentado, se podría decir que, según la teoría del control de la acción sin una intención clara y precisa de dejar de fumar difícilmente se consiga modificar la conducta de un fumador, pero el compromiso formal no basta para garantizar el resultado, como todos sabemos por propia experiencia.

    Dos cuestiones diferencian claramente a las teorías del control de la acción con respecto a los modelos de E/V, a saber: i) el paso de la intención a la acción no es automático, ni directo, ni inmediato, sino que conlleva procesos interactivos de naturaleza compleja y ii) son precisamente los procesos y estructuras psicológicas que median entre la intención y el resultado, los que preferentemente interesa analizar (Kuhl, 1986).

    En la transformación de una intención en logro intervienen diversos parámetros y variables que conviene tomar en consideración para pronosticar la probabilidad de lograr la meta. Las teorías del control de la acción analizan las siguientes:

        1) el grado de compatibilidad existente entre la intención formulada y las demandas sociales, que siempre son variables externas de tipo contextual.

    Por ejemplo, hace unos cuantos a?os, fumar era una moda y estaba bien visto. Había un reclamo social hacia el tabaco. Hoy en día, sin embargo, el contexto ha cambiado drásticamente, sobre todo en determinados ambientes, de modo que muchos fumadores se perciben a sí mismos como un grupo marginado, que debe recluirse en determinados ghetos para practicar el ritual de los fumadores.

        2) Las tendencias de acción competidoras, que pueden ser tanto factores internos como componentes de tipo externo. Pero, en ambos casos, se trata de parámetros que pueden interferir el cumplimiento de la intención.

    En el ejemplo de dejar de fumar, una persona puede tener diversas tendencias de acción que afecten a la intención propuesta, tales como vivir en un entorno más o menos proclive al tabaco, haber interiorizado el hábito de fumar o la adición a la nicotina en mayor o menor grado.

        3) Los modos de control personal que preservan el llevar a término la intención con respecto a las posibles tendencias alternativas. Conceptualmente estos modos de control se representan como procesos meta-cognitivos o mecanismos de auto-regulación que actúan para facilitar la ejecución de una propuesta.

    Kuhl (1985) prioriza dos tipos de mecanismos auto-regulatorios para proteger la intención frente a presiones alternativas. En primer lugar, los procesos de atención que facilitan el procesamiento de la información relativa a la intención. Por ejemplo, centrar la atención en la resolución de un problema, de manera que éste acapare durante un tiempo toda nuestra atención y esfuerzo olvidando en ese momento otras cuestiones.

    En segundo lugar, la intervención de diversas estrategias psicológicas sobre la voluntad. Dichas estrategias resultan bastante flexibles y pueden actuar o bien inhibiendo los estados emocionales (tristeza, excitación excesiva) que puedan suponer un obstáculo en la ejecución de una intención, o, por el contrario, pueden ser utilizadas como argumentos motivacionales que favorezcan el cumplimiento de la intención. Así por ejemplo, puedo convencerme de que si ahora no hago algo que no me apetece, luego será peor y más costoso, como modo de motivarme para realizarlo.

    Los modos de control personal asumen dos funciones básicas. Por un lado, organizan y controlan determinados mecanismos cognitivos con el propósito de optimizar la ejecución de la intención propuesta. Por otro lado, utilizan la información disponible sobre la efectividad de diversas operaciones cognitivas para alcanzar la meta. Si intentamos ejemplificar estas funciones en el caso de la persona que ha decidido dejar de fumar, vemos que, por un lado, dicha persona puede tratar de organizar su vida de manera que evite, en la medida de lo posible, a las personas fumadoras o, al menos, los ambientes más proclives a seguir fumando. Además, cada vez que la tentación de fumar se presente pensará y se repertirá a sí misma las ventajas que tiene el no fumar: sentirse mejor, tener más dinero disponible, la casa más limpia y aireada, etc.

    Cabe distinguir dos orientaciones básicas en el funcionamiento de los mecanismos de control de la acción, que se denominan orientación de acción (OA) y orientación de estado (OE). La OA se define como una focalización de la atención y la voluntad sobre la meta que se quiere lograr, de forma que cualquier información que llega se procesa de acuerdo con este objetivo. En la OE, sin embargo, los procesos atencionales se dispersan con informaciones plurales y la voluntad fluctúa con los diversos procesamientos.

    Las orientaciones en los modos de control han sido evaluadas empíricamente mediante un cuestionario desarrollado por Kuhl (1985), con referencia a actividades de resolución de problemas, a modos de reacción frente a situaciones de fracaso o a modalidades de actuación ante tareas complejas. Los resultados obtenidos permiten concluir que en la resolución de problemas las personas con OA tienen más facilidad que las de OE para tomar decisiones rápidas, sin darle muchas vueltas. Respecto de las reacciones frente al fracaso, aparece como tendencia dominante en las personas con OA la estrategia de 'pasar página' sin analizar demasiado los motivos que llevaron al fracaso. En la ejecución de tareas complejas, los OA habitualmente focalizan la atención en estrategias instrumentales para alcanzar la meta (pensar qué debo hacer para realizar la tarea con eficacia), mientras que los OE desarrollan estrategias atributivas referidas a las capacidades o al esfuerzo realizado (reflexionar sobre si se posee o no capacidad suficiente para realizar la tarea o si el esfuerzo y dedicación ha sido suficiente).

    El desarrollo de estas orientaciones de control de la acción depende tanto de factores dispositivos de personalidad -determinantes distales- como de una serie de componentes proximales relativos al medio ambiente, o al uso de estrategias de control diversas. Las características básicas de estos modelos se recogen en el siguiente diagrama.
 
 

FIGURA 2
Representación de la Teoría del Control de la Acción


 





    Aunque se asume implícitamente que expectativas y valencias intervienen en la determinación de las intenciones, el interés, como se observa en el diagrama, se focaliza en los procesos que condicionan el cumplimiento de las intenciones. Diversos mecanismos auto-regulatorios tratan de proteger la intención frente a posibles tendencias competidoras, tanto de tipo interno como externo. El modelo incorpora, asimismo, las demandas sociales, que pueden facilitar o dificultar la consecución de metas.
 

Enfoques Atributivos

    Los enfoques basados en la atribución causal (Heider, 1958; Kelley, 1967; Weiner, 1974, 1980) se interesan por conocer la fuerza motivacional de la reflexión mental que sigue a un evento. Los humanos tendemos a buscar las causas explicativas de la conducta, de manera especial cuando los resultados obtenidos no coinciden con las expectativas previas (Weiner, 1982).

    Al igual que los dos modelos anteriores, los teóricos de la atribución inciden en los aspectos cognitivos y racionales de la conducta voluntaria, pero el interés no se centra ni en la determinación de intenciones ni en su cumplimiento, sino que se localiza específicamente en los argumentos explicativos que dan las personas acerca del por qué de los resultados obtenidos, tanto si éstos son percibidos como éxitos o, por el contrario, como fracasos (Weiner, 1978).

    Se parte de dos supuestos básicos: i) que cualquier atribución humana obedece a unas determinadas reglas y ii) que las atribuciones causales establecidas van a influir sobre el desarrollo de nuevos comportamientos y futuras expectativas, repercutiendo, en definitiva, en el establecimiento y selección de metas futuras (Weiner, 1986). La atribución, por ejemplo, de un buen resultado a componentes de azar no favorece la expectativa de un nuevo logro, del mismo modo que puede favorecerla la atribución causal vinculada al esfuerzo o a la capacidad personal.

    En este sentido, el modelo atributivo no se trata de una alternativa a la teoría de E/V sino de un planteamiento complementario, ya que las atribuciones causales de los resultados van a afectar al establecimiento de expectativas y valencias futuras, al desarrollo emocional y a las nuevas tendencias a la acción. El diagrama que se presenta a continuación trata de ilustrar el sentido complementario del modelo de la atribución causal respecto de los enfoques anteriores.
 
 

FIGURA 3
Representación Integradora de los Modelos de E/V, Control de la Acción y Atribución Causal


 





    A pesar de las innovaciones que las teorías atributivas y las del control de la acción incorporan en los esquemas tradicionales de E/V, todos estos modelos coinciden en la representación excesivamente individualista y racional de la motivación humana. La descripción someramente esbozada de cada uno de ellos permite inferir, no obstante, el papel de la influencia social en la dinámica motivacional.

    En el caso particular de las teorías de E/V, el influjo se localiza en la percepción y la normativa social, en tanto factores que afectan al desarrollo de expectativas y valencias. En las teorías del control de la acción, la explicitación de la influencia social todavía se hace más patente a través de los conceptos de 'demanda social' y de 'factores contextuales competidores'. Se ha visto, además, que estos últimos modelos incorporan diversas estrategias emocionales que intervienen sobre la voluntad, pudiendo favorecer o, por el contrario, perjudicar el cumplimiento de una intención.

    Pero, tanto el papel de las emociones como la influencia social quedan limitados a meros componentes añadidos, que intervienen desde dentro, en el caso de las emociones, o desde fuera, en el caso del influjo social, sumando o restando fuerza a la motivación, cooperando o compitiendo con los mecanismos auto-regulatorios de control de la acción. Sin embargo, desde la concepción relacional de la motivación previamente comentada (Nuttin, 1980), lo fundamental en la determinación de la conducta voluntaria no son ni los parámetros internos del individuo (compromiso personal, tendencias de logro o atribuciones causales) ni tampoco las variables moduladoras ambientales (influenciabilidad social, distractores externos, valencias), sino las relaciones interactivas que se establecen, de manera continuada, entre los procesos psicológicos y los fenómenos sociales, como modo de entender la planificación de determinados comportamientos voluntarios.

    Siguiendo un enfoque sistémico, Kuhl (1986) presenta un modelo con tres subsistemas, estrechamente vinculados entre sí, que se corresponden con los procesos psicológicos básicos -cognoscitivos, emocionales y motivacionales-. La interacción entre los tres subsistemas es continua y ninguno de ellos se explica con independencia de los demás, de manera que cualquier pensamiento conlleva siempre una carga afectiva que influirá, en mayor o menor grado, sobre las percepciones y representaciones mentales, pero también sobre la fuerza motivacional del comportamiento.

    Los tres subsistemas del individuo se consideran específicos en la medida en que cada uno establece con el entorno -el mundo de objetos y hechos en terminología de Kuhl- un tipo de relación prioritaria, siendo representacional en los procesos cognoscitivos, valorativa en los procesos emocionales y accional en los procesos motivacionales. Lo que define al subsistema cognitivo y lo distingue de los otros dos es la relación básicamente representativa que establece con el entorno. Cuando se percibe, se piensa o se trata de resolver un problema, lo que habitualmente hacemos es elaborar una representación mental y a partir de ahí se interviene de una u otra forma.

    El subsistema emocional, aunque está ampliamente influenciado por el cognitivo (nos emocionamos con más facilidad cuando entendemos las cosas y nos las podemos representar), establece con el entorno un tipo de relación específica, que, a diferencia de la representacional, se define como valorativa. Los acontecimientos que nos afectan personalmente conllevan una valoración, por elemental que ésta sea, que se explicita mediante niveles variables de aceptación o de rechazo.

    A diferencia de los procesos cognitivos y emocionales, la relación que establece el subsistema motivacional con el entorno se define en función del grado de compromiso que la persona establece con determinadas acciones. Tal y como se ha visto en los apartados anteriores, diversos componentes cognitivos y afectivos (expectativas, atribuciones causales, emociones) influyen sobre la determinación del nivel de compromiso. Pero, lo que define específicamente al subsistema motivacional y lo diferencia de los otros dos es precisamente la relación accional que un individuo establece con el entorno (Barberá,1991, 1995).

    La propuesta relacional de Kuhl, a través de un sistema integrador que abarca los procesos interactivos que acontecen entre un sujeto humano y su entorno configurando las actividades psicológicas básicas, se resume a través del siguiente diagrama.
 
 

FIGURA 4
Representación del Modelo Sistémico de Kuhl


 





APLICABILIDAD SOCIAL Y PROPUESTAS ALTERNATIVAS

    La evolución paradigmática registrada en la Psicología a lo largo del siglo XX se refleja, de modo diáfano, en la sucesión de modelos propuestos para explicar la motivación humana. La impronta histórica del evolucionismo aparece como telón de fondo en la teoría clásica del instinto, así como en el predominio de la concepción homeostática de la motivación, que se prolongará como hipótesis prioritaria durante la primera mitad del siglo.

    La proliferación de escuelas y la pretensión generalista de muchas de ellas de explicar la totalidad del psiquismo desde la intervención de procesos particulares -aprendizaje asociativo, percepción, memoria- se particulariza en el análisis de la motivación a través de dos concepciones diametralmente opuestas, que desarrollan explicaciones alternativas al planteamiento instintivo. La pulsión psicoanalítica y la teoría de la conducta de la escuela hulliana representan dos desafíos importantes cuyo influjo motivacional, tanto a nivel teórico como aplicado, se prolonga hasta nuestros días.

    No obstante, y de manera especial desde mediados de la década de los cincuenta, los modelos cognitivos y socio-cognitivos van ganando terreno, al menos en el ámbito académico. La psicología intenta recuperar, de este modo, los aspectos específicos de la naturaleza humana al reivindicar el papel crucial que desempe?a el conocimiento sobre la motivación. Por influencia de la psicología cognitiva, una parte considerable de la investigación experimental se interesa por analizar los procesos psicológicos que intervienen en la conducta encaminada al logro de metas.

    Dentro del marco conceptual del cognitivismo, las teorias de E/V se ocupan, de manera prioritaria, del papel motivacional determinante del compromiso personal con la acción en las conductas voluntarias. El desarrollo de expectativas y valencias, en cuanto determinantes básicos de la intencionalidad, está influenciado tanto por componentes ambientales como por factores personales. Los teóricos de la acción priorizan el estudio de los mecanismos auto-regulatorios que favorecen el cumplimiento real de las intenciones. Diversos factores distractores, tanto de tipo externo como interno, pueden interferir y tendrán que ser salvados en el proceso hacia la meta. Las teorías de la atribución causal se ocupan de analizar el papel motivacional que ejerce la interpretación razonada sobre los resultados conseguidos. El influjo de las atribuciones parece afectar tanto al comportamiento como al desarrollo de nuevas expectativas, interviniendo igualmente en los componentes afectivo-emocionales y de auto-estima.

    La revisión de los principales modelos revela el carácter complementario y no excluyente que todos ellos presentan entre sí, a pesar de las diferentes prioridades establecidas y la diversidad de miradas que cada teoría en particular proyecta. Un intento por integrar las diversas aportaciones de los modelos anteriores, tomando como marco conceptual la perspectiva sistémica, se sintetiza en el diagrama que se presenta a continuación.
 
 

FIGURA 5
Esquema Integrador de los modelos previos


 




    La consecución de un objetivo se representa como el momento final de un laborioso periplo en el que intervienen procesos psicológicos diversos, que interaccionan de forma dinámica mediante diversos parámetros y variables. Algunos parámetros son de tipo interno y resultan difíciles aunque no imposibles de modificar, tal y como ocurre con los modos de control personal de las acciones. Otros componentes de tipo interno, sin embargo, fluctúan fácilmente dependiendo de las situaciones, po lo que se les denomina variables. Un ejemplo de variable de tipo interno es el compromiso personal con la acción, que para una misma persona en unos casos se da y en otros no. Por último, la figura representa parámetros y variables de tipo externo, relativos a la información medioambiental o a los resultados previamente obtenidos, que interaccionan con los componentes internos estableciendo relaciones complejas entre los distintos componentes que configuran el sistema como un todo integrado. Así por ejemplo, las percepciones sociales proceden del exterior pero su influencia depende de la diversidad de la representación subjetiva. Son las relaciones interactivas que, de forma continua, se establecen entre los parámetros y las variables que intervienen en el sistema las que permiten entender la complejidad de los procesos psíquicos.

    Una de las ventajas de modelar un sistema es poder establecer una representación nítida y consistente de los procesos implicados. Pero el interés por desarrollar modelos no sólo es teórico sino que su formalización permite establecer predicciones con aplicación en diversos ámbitos psico-sociales. Los modelos comportamentales encaminados a la consecución de objetivos han tenido dos campos de aplicación preferentes, el educativo y el socio-laboral. Diversas propuestas han sido evaluadas en relación con cada uno de ellos. Mencionamos a modo de ejemplos ilustrativos, las siguientes:

1) evaluar la adecuación de modos personales de control en relación con trabajos o actividades profesionales específicos

2) diversas manipulaciones experimentales para favorecer la dirección de los mecanismos auto-regulatorios hacia la consecución de los logros planificados

3) establecer predicciones respecto de la rapidez y ajuste tanto en la toma de decisiones como en la resolución de situaciones problemáticas

4) predecir la probabilidad de que una determinada persona utilice estrategias instrumentales o atributivas al tener que afrontar actividades que implican un cierto nivel de complejidad.

    Es posible, como planteó Jung, que la voluntad incorpore a su propio encanto la paradoja de hacernos sentir libres y de aspirar a serlo. En cualquier caso, la psicología motivacional debe tratar de recuperar el concepto de voluntad e intentar dar cuenta de las relaciones interactivas que intervienen en su funcionamiento.



 

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